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Los apátridas de la dana

HÉCTOR ESTEBAN

Viernes, 24 de enero 2025, 00:17

El no empadronado viene a ser como el apátrida de la dana. Una persona con muchas obligaciones y escasos derechos. Un bicho, el último de ... la fila de los damnificados que tiene que pedir por favor un poco de misericordia. Mi madre, una señora de casi 75 años y pensionista del montón hacia abajo, forma parte de ese colectivo de los no empadronados, de ese grupo que en los Juegos Olímpicos desfilan detrás de la bandera de los cinco aros como atletas neutros o refugiados. Mi madre es víctima de la dana. Esa tarde, el agua marcó una altura en la fachada de su casa en Chiva de 2,94 metros, a lo que había que añadir los cinco o seis metros del cauce del barranco a su paso por la calle Buñol. La casa, nuestra casa, es un viejo inmueble de pueblo, con más de cien años de antigüedad, sostenido entre pequeñas reformas y humedades. La casa de los veranos, la de mis abuelos, que una vez muertos dejaron en herencia y que se ha ido manteniendo en pie con vistas a un barranco al que se le ha tenido más respeto que miedo. Una casa que ha visto, al menos, cuatro grandes riadas y que, por esas cosas de la memoria, tenemos la ilusión de mantener en pie. Ahora mismo se sujeta con puntales y por la generosidad y valentía de todo aquellos que entraron a quitar barro y lodo como si fuera suya. Mantener esa casa tiene un precio. Primero el emocional; después, el económico, que está presupuestado en 115.968,29 euros -IVA excluido-. Mi madre, que está empadronada en Valencia en el piso de casada -una humilde estancia en la frontera entre los viejos barrios de La Zaidía y Benicalap y a mucha distancia del Ensanche o del Pla del Real-, ha solicitado las ayudas públicas con el fin de poder volver a habitar su casa, la de sus padres, la de mis abuelos. Está a la espera del informe del Consorcio, que marcha lento y desesperante, pero ha recibido, como alivio la ayuda de 6.000 euros de la Generalitat y una aportación de Cruz Roja. Además, hemos conseguido un mueble de baño, un par de colchones y un calentador para poder colocar algún día si Dios y las ayudas quieren. La Generalitat aportó sin preguntar más allá de lo necesario, que no era otra cosa que la evaluación de daños. El Ayuntamiento de Chiva, municipio en el que mi madre no está empadronada pero donde cumple con las obligaciones de IBI, agua, basura y demás impuestos, también ha incluido a los apátridas en la bolsa de ayudas de la Fundación Amancio Ortega porque la reconstrucción de las casas es la esperanza de un pueblo. En cambio, el Gobierno de Sánchez, ha excluido de esa bolsa de ayudas a aquellos que no figuran en el censo poblacional del núcleo afectado sin más razón que no existe un papel de empadronamiento. Las obligaciones, en forma de tributos, son las mismas, porque a nadie se le exonera de pagar impuestos por no estar empadronado. En cambio, para el Gobierno, la solidaridad y la ayuda no entran en el paquete de los derechos.

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