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El francotirador

We are the World

Héctor Esteban

Valencia

Viernes, 9 de febrero 2024, 00:17

El documental de Netflix sobre la grabación de «We are the World» es maravilloso. Por todo. Los componentes del coro, cómo llegaron al lugar de ... grabación, el tiempo que tuvieron para hacerlo y por la capacidad, en mayor o menor grado, de trabajar en equipo contra el reloj. Quincy Jones, productor y el hombre que eligió Lionel Richie como director de orquesta para que la ocurrencia funcionara, colgó un cartel en la pared que decía: «Deja tu ego en la puerta». Aquella idea la parieron Harry Belafonte -inspirada en una similar de Bob Geldof-, Richie, Michael Jackson y Kenny Rogers, con el fin de que por primera vez blancos y negros se embarcaran en un plan común para concienciar de la hambruna en África. Todo sucedió en la noche posterior a la entrega de los Awards de 1985, después de que Richie los presentara y se llevara seis galardones. Aquella noche, las grandes estrellas de la música fueron convocadas de manera semiclandestina en un estudio de grabación. Algunos acudieron de mala gana, otros porque no podían decir que no, muy pocos convencidos y otros como secundarios de lujo. Pero allí estaban. La anarquía de Stevie Wonder es fascinante. Richie lo llamó para componer la canción y apareció tres semanas después en el estudio pensando que la iban a escribir cuando en realidad iban a grabarla. Durante la noche acompañó a Ray Charles al baño. Un ciego guiando a otro ciego. Provocó la espantada de Waylon Jennings, que estaba harto y llegó al límite cuando Wonder quiso meter una frase en suajili. La salida de Jennings del coro con su sombrero de vaquero es mítica. Pero el punto cumbre de Stevie es cuando hace de terapeuta de Bod Dylan para que cante su frase. Llega a imitar su voz para el otro salga de su ofuscación. El papel de Dylan es sublime. Es como un trozo de solomillo en una ensalada. El de Minnesotta se pasó la grabación con el pie cambiado. No pilló una en la parte coral, no alcanzó ninguna de las octavas, balbuceó el estribillo y le firmó un autógrafo a más de uno de sus semejantes. En la parte final, hubo que desalojar el estudio, poner a Wonder al piano y dejar a Dylan que fluyera para entonar la frase que le tocaba cantar solo. Richie disfrutó como un niño mientras Jackson fue presa de su timidez. Incluso pensó en no aparecer en el vídeo. Al final, desde uno de los laterales, cantó su parte. El exceso de vino le pasó factura a Al Jarreau, que obligó a repetir varias veces su parte. Y la maquiavélica convocatoria de Sheila E., baterista y amor platónico de Prince, que fue llamada para ver si el de Mineápolis al final acudía al evento, algo que no pasó y que terminó con Sheila largándose de allí por sentirse utilizada. Springsteen fue el jefe, Cyndi Lauper vivía un éxtasis permanente y Paul Simon era como el empollón de la clase. Al final, Diana Ross lloró porque no quería que acabara aquello. En el caos, unos genios crearon un himno para la historia.

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