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En este tiempo de (no) dimisiones la dignidad ha brillado por su ausencia. Nadie ha rubricado su error con un adiós, que va intrínseco en ... un cargo público cuando la mochila carga con al menos 220 muertos. No hay razón que pueda sostener esta tragedia. Una catástrofe asume un parte de fallecidos pero nunca una morgue que, día a día, se demuestra que se podría haber evitado. Lo dicen los expertos y el relato. Nadie resguardó a una población que se lanzó a la calle sin saber que venía un tsunami bajo el nombre de DANA. El presidente del Consell, Carlos Mazón, ha actuado a golpe de destituciones. La primera, la de la consellera de Turismo, Nuria Montes, una persona que nunca debió ser miembro del Gobierno valenciano por mucho que influyeran amistades y empresarios en la decisión final del jefe del Consell, que ya sabía a lo que se atenía. Montes ni era bonita ni era buena, y así se lo advirtieron a Mazón, que hizo oídos sordos a aquellos que le aconsejaron bien y dio el sí a los que le susurraron en la oreja. Montes firmó la intervención más deleznable y la disculpa más falsa de la tragedia. Tras Montes, llegó el turno de Salomé Pradas, cuya mayor culpa es su incapacidad. Una lección para este y futuros gobiernos, que deberán afinar mejor a la hora de seleccionar más allá de las habilidades de una o uno para colgar estados de whatsapp. Las redes sociales son el árbol que impiden ver el bosque. Mazón ha pasado de un Consell de Tik Tok a un gobierno de instrucción, liderado por el teniente general Gan, que tendrá que aislarse del debate político si tiene que liderar la misión de levantar Valencia. Entre tanta indignidad, un soplo de verdad, el del director general de À Punt, Alfred Costa, que ha presentado su renuncia tras conocer que el jefe del Consell le buscaba sustituta en El Ventorro, a cubierto de la lluvia y sin cobertura. El único que ha tomado la decisión de irse, de dar el paso de dejar su cargo ha sido una de las personas que hizo su trabajo con matrícula de honor, porque À Punt volvió a ser la televisión de todos los valencianos, la de proximidad, la de la información rigurosa, la de la profesionalidad, la cadena que todos los habitantes de la Comunitat esperan para saber casi al minuto qué es lo que está pasando. Tras el apagón firmado por el popular Alberto Fabra, la televisión pública valenciana volvió con el Consell del Botánico con una programación para unos pocos, casi sectaria, aburrida y aplastada por las audiencias. El modelo de televisión que implantó Empar Marco fue la crónica de un fracaso anunciado. Alfred Costa, que fue recibido sin muchas simpatías, tuvo el arrojo de desprenderse de complejos y miró a la Canal 9 de los éxitos para intentar remontar el vuelo. Costa se va por haberlo hecho bien, la paradoja de esta tragedia. Los políticos, empezando por Mazón, sólo tendrían que haber visto À Punt para saber que la tarde no pintaba bien.
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