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La 'hija de Putin' de la pastelería

Héctor Esteban

Valencia

Viernes, 21 de marzo 2025, 00:01

El miércoles por la mañana guardaba cola para que me atendieran en el horno-pastelería Tendetes de la avenida Burjassot. La fila se alargaba por ... la acera de la calle porque el local, la atención y sus productos así se lo merecen. Pasteles, tartas, bollería, pan, dulce y salado de primerísima calidad. Además, en la zona de mesas -tiene dos o tres para poderse tomar un café con leche- siempre está LAS PROVINCIAS, lo que me hace creer en la economía circular. Hacía días que había encargado una tarta de tres chocolates para celebrar los 18 de mi hijo como anexo al Día del Padre y era el turno de recogerla. El «dar la vez» es una de las pocas cosas que todavía permanecen del otro mundo, de ese en el que no había móviles, de ese donde todavía perdura el «usted» porque «dar la vez» es signo y síntoma de educación. Yo me coloqué detrás de una señora que, con modales, pidió que le guardaran el turno para acercarse un momento al quiosco a comprar una revista. No había problema. La cola era lo suficientemente larga para poder hacer ese recado sin que perturbara el orden establecido. Yo di la vez a un abuelo, a su hijo y a su nieto que iban a comprar pasteles para después de comer y así celebrar las tres generaciones el Día del Padre. Mientras todos hacíamos cola apareció una señora mayor, arreglada, perfectamente maquillada y que pidió la vez. Su aproximación ya fue sospechosa porque no se colocó en la cola sino en un lateral mirando por el ventanal y murmurando por el desagrado que le generaba tanto personal. Bajo mi paraguas y por mi afición a fisgonear -los periodistas debemos de ser así- escuché su conversación vía móvil donde le decía a su interlocutor que ella tenía el pan encargado -como si el resto no lo tuviéramos- y que había mucha gente esperando para ser atendida. En ese momento supe que la señora sería el elemento discordante entre tanto orden. Cerré el paraguas y entré en el local porque los clientes salían poco a poco con sus viandas, tartas y bolsas de pan. A los tres minutos de estar dentro, la señora adelantó a la cola por la derecha, se dirigió a una de las dependientas y pidió su pan. Un chico, con toda la educación, le recriminó su falta de educación, su cara dura y le deseó con gracia fallera que pasara un buen Día del Padre. La mujer 'colona', lejos de avergonzarse, soltó una grosería y huyó del horno con su pan, haciendo ver que detrás de esa imagen de señora había una mujer zafia y maleducada. La cola del pan es como la vida misma. Una mayoría que quiere el orden y la armonía y alguien que, sin más, se puede convertir en el Putin o el Trump de la pastelería, donde su forma de vida es hacer lo que le da la gana. Al final, una vez la señora se largó, llegó de nuevo la paz, la cola siguió su curso, las dependientas sirvieron con dulzura y la que me tocó a mí era tan agradable y cercana que un segundo después del asunto de la señora volví a creer que es posible un mundo mejor.

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