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El francotirador

El kit de supervivencia

Héctor Esteban

Valencia

Jueves, 27 de marzo 2025, 23:54

Durante las 48 horas que estuve sin poder ir a Chiva durante la dana del 29 de octubre, una de las cosas que se me ... quedarán de por vida es la utilidad de los restos de la caja de Navidad para el sustento de mi familia y los allegados que mi mujer acogió en casa. La falta de cobertura era una constante, por lo que la tónica era la incomunicación, pero a lo largo del día había fogonazos que permitían contestar guasaps tardíos. Mi esposa, al margen de decirme que estaban bien dentro de la situación catastrófica, me confesó que los restos navideños habían caído como el maná del cielo: turrón de Alicante, paté al Pedro Ximénez, barquillos... Además, ser cliente de Aquaservice nos permitió tener agua para beber aquellos días. El miércoles 30 de octubre, pasadas las diez de la noche, mi hermano me informó que había un carril abierto en la A3 a Chiva y que si quería podía llegar a casa. Contacté con el primo de mi mujer -su operadora de bajo coste permitía cierta cobertura frente al apagón de las grandes-, que me dijo que era mejor que no fuera porque mi misión era comprar comida a primera hora de la mañana siguiente. En un horno me llevé todos los huevos de gallina del mostrador y en un supermercado cargué con todo lo que pude menos con agua ante la sorpresa de la cajera, a la que le tuve que explicar mi suscripción mensual a la empresa de garrafas y el exceso de kilos de macarrones marca blanca que llevaba en el carro. Al llegar a Chiva, me impactó la cola de racionamiento en el supermercado de la entrada al pueblo, donde sólo se permitía una compra máxima de 30 euros en efectivo y por persona. Al llegar a mi casa, un amigo mío trataba de cargar su móvil porque mi hogar era uno de los pocos privilegiados con electricidad. Un 20% de batería era un tesoro. Y un poco más abajo, un señor con una cuba llegado desde Ciudad Real llenaba garrafas y todo aquello que sirviera para almacenar agua. Beber y limpiar el retrete, únicas prioridades. En casa había linternas, velas y pilas. Poco a poco nos fuimos haciendo con botas de agua, palas, haraganes, mascarillas y guantes. Algo parecido nos pasó en pandemia, donde unos días antes del caos covidiano, mi mujer había hecho una compra on-line en siempre precios bajos. Ahora, la Unión Europea recomienda tener en casa un kit de emergencia para, como cantaba Polanski y el Ardor, protegernos de un ataque preventivo de la URSS -hoy, Putin-. El kit no debe ser sinónimo de psicosis sino de prevención y, más allá de los riesgos bélicos, hay que madurar la idea de que la pandemia y la dana nos deben dejar lecciones aprendidas. Desde el 29 de octubre en mi casa hay un hornillo y una botella de butano para no depender de manera exclusiva de la electricidad. En el kit de emergencia, si es posible, dejen espacio a un capricho que alivie los malos momentos: el mío, una buena tableta de chocolate con almendras.

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