La noticia de la quiebra de Tupperware ha sido un crochet a mi infancia. Mi madre era de esas legionarias que organizaba en casa, siempre ... por la tarde, una reunión con vecinas y amigas para la venta de los productos del hogar por excelencia. Una amiga suya era comercial de la firma y, de vez en cuando, había pastas y café en el comedor para ver las últimas novedades para despensas y neveras. La puerta del comedor se quedaba entornada y a través de los cristales yo miraba sin entender por qué había un grupo de señoras sentadas alrededor de la mesa del comedor cerrando y abriendo tapas de envases de plástico. Por casa de mi madre todavía hay cacharros de aquella época, con especial predilección por aquellos de plástico duro y rugoso. Tupperware siempre fue signo de distinción y calidad. El tiempo y la competencia se han cargado la empresa después de 78 años de producción, pero lo que nadie borrará de nuestro vocabulario es que para los que pertenecemos a las generaciones de antes una fiambrera siempre será un 'táper'. La mercancía china, el mal que todo lo arrastra, ha terminado con un signo de distinción, con un buen producto, con la garantía de una marca que se metió en todos los hogares del mundo a puerta fría. El otro día, veía un vídeo en el que alguien contaba que las tiendas de juguete se han convertido ya en un local en extinción. De la misma manera que las Marie Claire se sustituyen por las medias de un bazar. Hace mucho tiempo que de defiendo que por cada contenedor que llega de China aumenta un gramo la miseria en España. Han cerrado cadenas históricas, donde no hace mucho años todavía compraba juguetes para mis hijos. Del fabricante Geyper a Imaginarium, marcas separadas en el tiempo pero que forman ya parte de otra época. Ibi y Onil, cunas mecidas por el juguete, aceleran para reinventarse y sobrevivir. Antes, de la mano de nuestros padres, íbamos a tiendas y grandes almacenes para dar pistas sobre la carta a los Reyes Magos. Y machacábamo el catálogo de siempre, que alguien traía a casa como agua de mayo, para llenarlo de cruces a boli por si en la mañana 6 de enero había milagro. Los nuevos tiempos, los de la globalización y la tecnología, se han llevado por delante casi todo aquello con lo que crecimos. Ya no hace falta dar un paseo y tocar un timbre para ver si sale a la calle un amigo. La interacción presencial se ha sustituido por la frialdad de los guasaps. La inteligencia artificial, los móviles de ultimísima generación, el reguetón y la Kings League han llegado para ocupar nuestro presente y un futuro que ya nos será extraño. Todo es incierto, como la larga vida que se le auguraba al Nokia hasta que se estampó contra un smartphone. Todo pasa, como los tiempos de Pablo Motos en favor de Broncano, de la misma manera que algún día también le llegará a La Revuelta su San Martín. La edad no perdona.
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