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Ayer cumplí 50 años. Me sentí el protagonista del día entre familia y amigos, más allá de la retirada de Rafa Nadal, porque cumplir medio ... siglo no es algo que suceda todos los días. Me quieren mucho y yo a ellos y ellas también. Fui carne de sticker, storie de instagram, de jovenzuelo cuando saben que no lo soy y de bromas varias en grupos de guasap. A cierta edad, el recochineo tiene barra libre: ya saben, que si la pastillita azul, que si la residencia, que el gimnasio (al que he vuelto) me espera... Uno de los mensajes más repetidos es que con los 50 uno ya le da la vuelta al jamón, aunque creo que a la pata de cerdo ya se la di hace años. No quisiera vivir hasta los 100, porque seguro que en ese época la vida me parece extraña. Prefiero vivir mucho menos pero mejor. La esperanza de vida es una de las grandes estafas de la sociedad moderna. Llegar a más mayor nunca es garantía de éxito. Yo quiero vivir bien el tiempo que me quede. Sin achaques ni problemas. Uno o cincuenta más, pero en plena forma. Y vivir bien es disfrutar, hacer lo que me apetezca, rodearme de la gente que me quiere, para que me quieran y para quererles, aburrirme si me quiero aburrir, beber si quiero beber, no despertarme pronto porque nunca me creí aquello de que al que madruga Dios le ayuda, hacerme sandwiches de Nocilla como rebeldía ante el colesterol, no herir, leer en la taza del váter, defender que no por mucho madrugar amanece más temprano, cerrar verbenas, caerme en zanjas, perder las gafas, mantener mi alopecia, ser tripofóbico, odiar la cebolla, ser vulnerable aunque me crea invulnerable, roncar, celebrar la paz el día de la guerra de Ucrania, no vocalizar, ir siempre en reserva, no llevar bolsa al supermercado, hacer mal la cama, exasperar, regalar antes de que me regalen... No pido euromillones ni loterías, que no quiere decir que no me vinieran bien, pero priorizo otras cosas, las de la vida normal. La salud de los míos por encima de la mía. Prefiero vivir menos y divertido que más y aburrido. No quiero ir a despedir a mis amigos por última vez, no sufrir de próstata, ni tratarme con Sintrom. Mi abuela transitó por un periodo de penas, que una vez aparcadas enjugó en Benidorm, en pistas de baile vestida de vaquera y con un novio que era más acompañante que amante. Yo quiere ser mi abuela. Al final, como canta Dani Martín, vivió como si fuera el último día de nuestras vidas. No aspiro a nada más que a que mis hijos encaucen sus vidas, ahora que danzan por los altibajos de la adolescencia, para que su padre, un día pueda irse tranquilo sin cosas ni causas pendientes. La vida es eso. No quiero medio siglo más en mi pasaporte, quiero menos y si puede ser mejores, porque todo se puede mejorar. Y cuando llegue al hueso del jamón, cuando no queda ni un gramo que cortar, irme en el conticinio de la noche sin más. Pero ahora, como siempre digo, me quedo un rato más porque estoy en mi mejor momento.
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