Urgente La jueza de la dana pide a Emergencias el listado completo de llamadas al 112 el 29-O
Un vehículo afectado por las inundaciones, ayer, en una calle de Massanassa. TXEMA RODRÍGUEZ
Análisis

¿Dónde están los peritos?

Muchos propietarios siguen si tener noticias del Consorcio un mes después de la DANA, sin conocer una evaluación de daños y sin saber si podrán reconstruir su casa

Héctor Esteban

Valencia

Miércoles, 4 de diciembre 2024, 23:34

El ansia por volver a la normalidad es el mayor enemigo de los afectados por la DANA. La rutina es el olvido, una resta en ... el número de voluntarios porque todo deja de ser novedad, el barro se ha hecho piedra, llega el olor a humedad y a agua fecal. Más de un mes después, la espera desespera, la de los peritos, personas ausentes en muchos pueblos, en demasiadas casas, en un rosario de negocios.

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Tras la riada, una vez bajó el agua y emergió el lodo, la palabra Consorcio llenó cada conversación, entre los afectados y los que no lo son, como el primer paso para la reconstrucción. Del seguro, de la póliza de toda la vida, se saltó a un cajón de sastre donde se tiene que resolver un futuro que está paralizado en muchos casos desde hace más de un mes. Y (casi) nadie sabe nada.

Pongamos por caso este ejemplo, tan real como agotador. La DANA arrasa la vivienda, la propietaria tiene póliza anual y empieza la batalla de la reconstrucción. La primera llamada fue al seguro de casa, porque le prometieron un puente hacia su jubilación, y a la primera catástrofe de cambio el desvío fue a un Consorcio que existe pero que no se ha hecho todavía presente. Por ahora, un acto de fe.

El perito de parte, que cobra por ello, es la figura que emerge para litigar contra el Consorcio

Tras sacar trastos, barro y lodo, amueblar cabezas y emociones, se remitió toda la información -el agua se había llevado una póliza sin digitalizar-, la aseguradora, «para comodidad del cliente», trasladó el caso al Consorcio y se ganó tiempo con la promesa de una llamada temprana para calmar la ansiedad.

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El expediente se registró correctamente, cuenta con número de referencia y pasó a formar parte de un baile de mensajes para alimentar la paciencia. Unos días después apareció vía SMS un perito tasador y manchego, que prometió una llamada en 48 horas que nunca llegó en el plazo y, tras tocar muchas puertas, saludó y se desentendió. La pretensión era una videollamada para dar un parte de daños, a la que renunció al saber que la casa podría tener daños estructurales, y eso, desde Toledo a Valencia son muchos kilómetros para poder verificar. La renuncia, más de dos semanas después de la DANA, era volver de nuevo al punto de partida. De la aseguradora al Consorcio y tiro porque me toca. Hasta que topas con un robot contestador, agazapado tras un número gratuito y contesta que todos los agentes están ocupados, que el afectado llame más tarde y, esto es un añadido, si tiene suerte ya le atenderán. Y el afectado, jodido y abandonado, usa el móvil de ametralladora hasta que alguien, una voz normal, le atiende y no le da más salida que ese recurrente «ya le llamaremos» que suena a boleto de lotería. Y hasta hoy, mañana y pasado.

«Ya se pondrán en contacto con usted», es la respuesta más repetida a cada petición de auxilio

¿A ti te ha visitado el perito del Consorcio? Pregunta una vecina. A mí no, responde la otra. La conversación es un lamento, porque ni perito ni arquitecto que certifique si la casa está para salvar o derribar. Los días pasan y aumenta la indignación. Unos han encontrado una casa de alquiler, otros han sido acogidos por familiares y amigos, y muchos más por la desesperanza de no saben si algún día volverá a pisar su casa.

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Un empresario asegura que a su nave sí han ido, y que lo primero que dijo al llegar es que aquello estaba muy limpio, como si las montañas de barro hubiera que dejarlas hasta el fin de los días para certificar la miseria y la ruina. Y encima apuntó que había material nuevo, como si no hubiera un derecho para volver a empezar. El perito llegó con las rebajas, porque en el Consorcio se trabaja así, para que la hucha no mengüe por si no da para más, y el empresario, reprendido por limpiar y levantarse tras la DANA, maneja ahora contratar un perito de parte, para litigar con el Consorcio porque no está de acuerdo con lo que le quieren dar, y si gana sabe, que su perito de parte se llevará un 3% de lo que consiga de más. La vida es así tras la catástrofe, porque la pena es la riada, y la condena todo lo que viene detrás. Las buenas palabras, un mes después, empieza a ser olvido y a otra cosa mariposa. No hay avances.

Si los hubiera, es decir, si en la cuenta corriente se sumaran las ayudas, el seguro y la voluntad, y existiera una empresa de reformas a la que agarrarse, falta medio camino, el de la administración, porque nadie sabe si fue antes el huevo o la gallina.

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Las calles, al menos las de Chiva, siguen intransitables, y si esperar al perito es un castigo, la ausencia de medidas municipales una tortura. ¿Quién va a poder arreglar una casa en la calle San Isidro o en la calle Buñol si no hay calzada habilitada? Podrá pasar el perito pero no podrá llegar el camión de los materiales. Ni habrá ladrillos ni palas ni cemento. Los vecinos están a la espera de que el Ayuntamiento decida qué casas se derriban, que la Confederación determine cuál va a ser la línea de calle si es que va a haber calle y que entre todos pongan fecha a una reconstrucción que se antoja tan lejana como desesperante. Ni hay calle ni hay peritos ni hay soluciones.

Todos los días, al subir la persiana, la misma estampa, como en la película de la marmota. Y nadie llama para decir que tal día y a tal hora pasara un perito para ver una casa que se sostiene por los puntales de la desesperanza.

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