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Érase una vez un día en el que una dana arrasó parte de una bonita provincia llamada Valencia. El agua bajó por la rambla del ... Poyo y llevó la destrucción y el dolor a muchos lugares. Los vecinos, sorprendidos por un fenómeno nunca visto, fueron alertados tarde y mal mientras se ahogaban, porque una consellera no sabía que había un botón rojo para apretar y dar la alerta. Y en ese cuento había un cuadro de mando en el que casi nadie se enteraba porque el jefe del equipo no estaba y había que preguntarlo todo, pero no había respuesta porque donde no había cobertura si había una botella de vino para amenizar una comida con apacible sobremesa. Y mientras los que tenían que velar por las vidas de sus ciudadanos estaban entre ausentes y catatónicos, los que quedaron a la deriva se agarraron a la primera farola que vieron para poder ver un nuevo amanecer. A la mañana siguiente, cuando el sol descubrió el lodo y el barro, apareció la imagen del drama y de la inoperancia política. Era el momento de arrimar el hombro, sin colores ni partidos, pero el gran mandamás no entendió que la ayuda se ofrece y se da en lugar de esperar a que te la pidan. Los que quedaron fueron a buscar a sus víctimas, a su familia y a sus amigos, al tiempo que de pueblos vecinos emergieron legiones de voluntarios que nunca preguntaron si podían ayudar porque de inmediato se pusieron manos a la obra. Mientras muchos trabajaron de sol a sol otros se pusieron a buscar a los culpables de no cortar carreteras, sin que nadie asuma que quizá la culpa fuera propia y no ajena. Algunos balbuceaban sin saber cómo esconder una pantalla de móvil que demostrara que esa tarde sí que hubo llamadas, y otros pusieron pies en polvorosa bajo una lluvia de un barro que era la primera vez que lo pisaban con camisa, chinos y botas relucientes. Hubo fundidos a negro y reprimendas en garajes, además de indignos relatos a la puerta de una morgue. En este relato todos saben quiénes son los buenos y los malos, porque así ha dado fe un CIS que sitúa a los políticos como el gran problema colectivo de una sociedad que ha visto cómo no ha sido atendida como se merece. Después del drama llegaron las urgencias, la de las promesas de hacer las cosas bien, de mejorar los sistemas de seguridad, de estar más alerta, de no repetir el mayor desastre que ha vivido esta Comunitat en toda su historia, tierra de riadas. En este rosario de despropósitos, entre todos los mataron y ellos solos, los 223 más tres desaparecidos, se murieron porque nadie veló por salvar algunas de esas vidas. Y aquí no vale ni el colorín ni el colorado, ni que este cuento se ha acabado. Una riada arrasó con un territorio pero una mala gestión, unas decisiones equivocadas, la ignorancia no admitida y la falta de preparación han sido los ingredientes perfectos para que todo esto se haya convertido en una pesadilla antes de Navidad.
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