Joaquín Barceló Llorens nació en Benidorm el 10 de junio de 1954. Su padre, Juan, construyó uno de los primeros establecimientos que dieron forma al ' ... skyline' de la ciudad. El patriarca de la familia, además de tener ojo para la el negocio del turismo y la hostelería, era aficionado a pescar en el puerto unos peces pequeños llamados pachanitos, de ahí que se le quedara el sobrenombre de Pachano, que heredó Joaquín, un niño que a los nueve años sintió la soledad del interno en el colegio Maristas de Murcia, del que salió para hacer COU en el Lope de Vega de Benidorm, donde coincidió con Eduardo Zaplana, uno de esos amigos de los veranos inolvidables. En su época de universitario se afilió a la UCD de la mano de Zaplana, participó después en el Partido Demócrata Liberal de Garrigues Walker y cuando su colega fue elegido presidente de la Generalitat en 1995, Pachano pasó a ser don Joaquín para entrar en la administración a la sombra de la palmera de la Agencia Valencia de Turismo y como consejero de Terra Mítica. Zaplana siempre atendió bien las amistades y las lealtades. Cuando el presidente fue requerido en Madrid, Pachano dejó la Generalitat y volvió a la actividad privada sin cortar los vínculos con el poder. Zaplana y Pachano eran inseparables, colegas y leales. Al menos, hasta el miércoles -el pactó con la Fiscalía se cerró hace semanas-, cuando el amigo de verano traicionó a su presidente ante el juez, a aquel que le llevó a la UCD, que le abrió las puertas de la Generalitat, compañero de juergas de juventud, íntimo, combatiente testaferro, un auténtico 'bro', que es como mi hijo llama a todos sus colegas. Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros, como dijo Pío Cabanillas en los años fraticidas de la UCD. Pachano cantó todo el repertorio, habló del dinero en Andorra, de los fondos del presidente, escurrió su bulto porque él sólo era un hombre de paja, o eso dijo, y que su amistad con Zaplana es lo que le llevó a formar parte de un trama en la que era un don nadie que sólo llevaba dinero en bolsas de basura y que subía a aviones privados como mero invitado. Pachano se presentó como víctima, el testaferro utilizado, el que estaba en las agendas y en la mayoría de las reuniones, al que incluso encumbraron en una conversación telefónica donde le dijeron que uno de los proyectos urbanísticos debería llevar el nombre de Pachano Towers. Hoy, el amigo, ya no quiere saber nada, sufre de amnesia transitoria y todo lo que hizo, lo bueno y lo malo, si es que hizo algo malo, fue por amistad y lealtad a Zaplana hasta que la amenaza de la condena le ha hecho pactar para aliviarse. El expresidente siempre compró voluntades que poco a poco se fueron descolgando. Hoy, quizá, tan sólo Mitsuko Henríquez, la secretaria fiel, es la única persona con la que de verdad puede contar el cartagenero que se creyó invencible. Hoy, Pachano, un pez chico, se ha comido a aquel que fuera el tiburón de la política.
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