La tarde de la riada, T. llevaba a sus hijos a la academia de inglés hasta que una llamada le advirtió de que la clase ... se suspendía por una inundación extraña sin lluvia. De vuelta a casa, el nivel empezó a subir de los pies a los tobillos y de ahí un poco más alto. El desastre, que llegó por sorpresa, arrastró en minutos los coches de la familia a ninguna parte, llenó de lodo las calles y abrió la puerta a un mundo desconocido. T. y los suyos pasaron de ver las catástrofes por la tele a ser protagonista de ellas. Un papel para el que no estaban preparados. Valencia pasó a abrir los informativos, a llenar los titulares de portada, a encabezar boletines. N. es de Pucela, a más de 500 kilómetros de la rambla del Poyo, tan lejos pero tan cerca. No podía venir a quitar barro, a cargar capazos, a limpiar lodo pero sabía que tenía que hacer algo, lo que fuera, porque ayudar a alguien era consolar a muchos. N. tenía dos coches en casa y decidió desprenderse de uno, regalarlo, llenar alguno de los huecos que había dejado la riada. Un par de llamadas, algunos contactos y el destino puso en contacto a N. con T. para cerrar el círculo. El pasado fin de semana, N. bajó de Pucela, junto a su familia, en dos coches. Y llegó a un pueblo de l'Horta, vio la devastación, tocó el barro, le dio su coche a T. con los papeles ya en regla y trajo un par de regalos para los dos niños de una familia que nunca olvidará esa tarde de finales de octubre. Un acuerdo más allá de la burocracia, donde hay alguien que se ofrece a dar y otro que necesita recibir, donde la generosidad viaja por carretera desde Valladolid y el agradecimiento eterno espera en Valencia. Unas pocas horas sirvieron para cerrar el acuerdo, con una promesa de que habrá un viaje de vuelta, de devolver la visita porque hay hechos que generan un nexo de por vida. T. ya puede ir a trabajar, de hecho ya lo ha hecho, y llevar a sus hijos donde sea, aunque sea a merendar a la ciudad de Valencia. Y gracias a N., que sólo tuvo la voluntad de ayudar, con un sólo paso, con la facilidad y dificultad, porque estos gestos tienen ingredientes diversos, de ofrecer y regalar lo que tiene a gente que lo necesita más. De la misma manera que M. recibió en su casa a S. el pasado sábado, un bombero valenciano que se pasó a preguntar por La Torre por si alguien necesitaba algo, a los mismos vecinos a los que unos días antes había asistido sin descanso, para darle un abrazo a las niñas a las que salvó de un desenlace incierto. Porque S. no se olvida de lo que pasó y vivió, y vestido de paisano llenó su petate para visitar y repartir, para saludar y mantener el vínculo. Y M., al igual que muchos de sus vecinos, le abrieron la puerta de casa, y se fotografiaron, y el hijo mayor, H. que estudia Informática, ahora quiere ser bombero tras lo vivido, tras el ejemplo de S. día tras días. El relato de una inundación deriva en mil afluentes y todos desembocan en que la vida es más fácil de lo que parece.
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