La alcaldesa ha sumado un acierto más a su gestión. Porque acierto es aumentar la subvención municipal a Casa Caridad de 100.000 a 250.000 euros anuales, decisión que no sólo exhibe sensibilidad social por parte de su Gobierno sino que restablece la justicia ... en el reparto del dinero público y, a la vez, ayuda a su propia gestión al promover, si no la solución, la disminución de un problema al que la Administración no podría afrontar. Así lo publicaba ayer LAS PROVINCIAS, información acompañada de un excelente reportaje de Lola Soriano sobre su actividad diaria con diferentes testimonios de personas que ven solventadas sus primeras necesidades gracias a ella. Se comprueba cómo afecta a los mayores, haciendo buena aquella afirmación que leí en 'Un instante eterno' de Pascal Bruckner: «La jubilación es el paradigma de una gran conquista, que se convierte en una calamidad para sus beneficiarios». Aunque no siempre, sí en estos casos.
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La decisión de nuestra primera edil define, por una parte, su personalidad y preocupaciones y, a la vez, desvela las vergüenzas de su predecesor, Joan Ribó, que prefirió reducir la ayuda a Casa Caridad y a quienes más lo necesitan para repartirla entre diversas organizaciones de dudosa utilidad. No tuvo en cuenta la esencia de esta institución ni la existencia y experiencia durante más de cien años en el reparto de comidas, alojamiento y atención infantil. Es la única entidad de Valencia que puede vanagloriarse de no haber cerrado sus puertas jamás, ni siquiera en la riada de 1957 ni, por supuesto, en la guerra civil.
Catalá, además, se hace un favor a sí misma porque tanto Casa Caridad como Cáritas son las dos organizaciones más eficaces en las labores para las que fueron creadas. Son ellas -también con parroquias y otras- las que liberan a la Administración de ocuparse de un grave asunto como los referidos. El poder público ha demostrado estar incapacitado para la atención de los más necesitados y marginados y, si apuro mi lado malpensante, los políticos para gestionar honradamente nuestros fondos en este tipo de organizaciones.
La alcaldesa aprovechó para anunciar la ordenación del reparto de comidas por parte de otras entidades y garantizar la seguridad sanitaria. Se trata de coordinar y ordenar, no de impedir, la actividad de estas onegés que actúan por su cuenta en una labor plausible y altruista. Dicho esto, coincido con mi amigo Rogelio en que, dadas las circunstancias y el panorama de nuestra ciudad, Catalá debería pensar de cara al futuro, incluso inmediato, en aumentar esta subvención. ¿Por qué 250.000 y no 400.000 euros si su utilización está justificada? No se trata de munificencia, sino de justicia. Así es la vida.
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