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Una de mis frustraciones -bueno, la verdad es que no creo que llegue a tanto- ha sido dominar, al menos para salir del paso, el piano. Es el instrumento musical que más me ha atraído. Quizá porque de los siete a los nueve años aprendí ... solfeo y algo de piano. Nunca más me senté ante él. Ni siquiera lo intenté. De ahí que quedara fascinado en el concierto de Baptiste Bailly en la Fundación Cañada Blanch exhibiendo «melodías cautivadoras impulsadas por ritmos embriagadores» como ha expresado algún crítico.
El artista estuvo acompañado por el percusionista David Gadea conformando un dúo original, jamás lo había presenciado, y ofreciendo un viaje musical variado a través de las melodías compuestas por el primero. En ellas obtienen sonidos peculiares, extraños y en algún momento hasta siderales, propios del 'Tercer milenio' de Iker Jiménez.
Si el modo tan especial de sentir el piano por parte de Bailly me dejó asombrado por ser capaz de estar más de una hora acariciando el teclado con los ojos cerrados y sin partitura, no quedó atrás Gadea con una vasta y compleja batería de elementos (conté hasta dieciséis) cuyo dominio provocaba sonidos en perfecta sincronía con los de su compañero. ¿Cómo se puede hacer música, por ejemplo, con sesenta llaves colgando de una madera o con un almirez metálico?
Esa compenetración exhalaba alegría. Los tíos desprenden, además, síntomas de estar divirtiéndose de lo lindo, gestos que inevitablemente trasladan al auditorio. En definitiva, maestros que se lo pasan en grande compartiendo su estado con quienes les escuchábamos e invitando a obliterar cualquier asomo de tristeza. Un auténtico efugio para nuestros pesares, más aún en estos tiempos de especial dificultad, trágicos para miles de nuestros paisanos.
Para mí, el piano es el instrumento favorito entre los que me atraen. Me maravilla la maestría de quien lo domina. El virtuosismo, como el de Bailly, es un privilegio. Pienso que con ello, también con la música en general, se habla un idioma universal, un vehículo para la expresión de sentimientos y emociones. Lo envidio como modo de conseguir la paz, la autoestima y la confianza en uno mismo. He leído que la pericia sobre el piano estimula diferentes áreas del cerebro, mejorando la memoria, la concentración y la capacidad de resolución de problemas. Para los jóvenes, mejora el rendimiento académico, especialmente en áreas como las matemáticas y las lenguas. Lamentablemente y a pesar de que «nunca es tarde si la dicha es buena» me llega con demasiado retraso.
Conclusión, me alegro de haber estado allí gracias a la Fundación Cañada Blanch, una organización presidida por Juan Viña que ofrece fantásticas y muy variadas veladas cada temporada. Así es la vida.
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