No transcurrieron 48 horas desde que expresé en estas líneas una exaltación de la amistad como tesoro de la persona, para que la parca ¡maldita seas! se lanzara cruel contra mi corazón y segara sin miramiento la vida de un amigo, Pedro Agramunt. Una persona ... con la que compartí estrechamente unos cuantos años. Un hombre peculiar, al que las virtudes anulaban totalmente los defectos. Leal, como demuestran sus amigos de siempre y de los que fueron cruzándose en su camino: desde su juventud a la sobrada mayoría de edad.

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Te has ido. Prácticamente en silencio, sin propagar tu vía crucis. Confío que para continuar esa «excepcional existencia de 73 años» como dejaste escrito para anunciar tu marcha. Espero que esa «excepcional existencia» sea una prórroga para la eternidad. Evidentemente desde otra perspectiva más completa, menos material. Te has ido como corresponde a tu propia personalidad, meticulosa, en el fondo regodeándote, anunciando tu fallecimiento en esa misiva cotidiana donde rememorabas lo acontecido en esa fecha a lo largo la Historia, con un adiós emotivo a modo de estrambote «rodeado de mi familia, en las mejores condiciones en el Hospital Clínico de Valencia. Agradecido a la vida, a la familia y a los amigos, por mis 73 años de excepcional existencia».

Este mensaje, a modo de epitafio, revela la realidad. Has sido un privilegiado. Aprovechaste tus cualidades, tus artes para avanzar, para sortear dificultades, para encontrar siempre un efugio para alcanzar tus metas según los tiempos que vivías. Tú carácter sólito a la batalla te dio siempre excelentes resultados. Te los mereciste, por la tenacidad con que afrontaste cada momento. Viste el lado positivo para superar cualquier revés y eludir los vericuetos del camino. Como me comentaba ayer Borja: inventaste, exhibiste, ese término tan de moda actualmente: la resiliencia.

Ahí está tu currículum. Fuiste coronando cimas al alcance de pocos. En la empresa, en la política y en la vida. Soy testigo de tus éxitos, de tus caídas, de la antropofagia cainita de determinados ambientes hoy en desprestigio, ante las que te mostraste ahigadado. Te derrotaron pero no pudieron contigo, seguiste avanzando hasta codearte con los grandes del mundo. No me extraña tu sentimiento de excepcional existencia. Añado «hasta sorber la vida a chorros» porque en esa travesía disfrutaste hasta sentir en tu alma lo que tanto añoramos los humanos: la felicidad. Llegaste a barbián, pero nunca loquinario.

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En definitiva, siempre demostraste fidelidad a esos mandamientos contradictorios que tenían los antiguos, reflejados por Pascal Bruckner en su 'Filosofía de la longevidad', citado en alguna otra ocasión, «vive como si fueras a morir en cualquier momento, y vive como si nunca fueras a morir». Borja, María, lo siento mucho. Pedro, descansa en paz. Así es la vida.

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