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Media docena de lágrimas recorrieron, fruto de la emoción, desde mis pupilas el surco entre la mejilla y la nariz al contemplar por televisión el rescate por los bomberos de las dos personas que, durante más de cien minutos, estuvieron en una terraza, presas de ... una especie de oxímoron entre el pánico y la esperanza, del edificio en llamas que conmovió a todos los valencianos sin excepción y a los españoles. Como digo, fue lógico dar rienda suelta a los sentimientos rebosando inquietud viendo la labor del bombero, ocupado exclusivamente en crear un cortafuegos alrededor de la pareja, cuya inquietud nos trasladaron a todos, hasta que entre aplausos la escalera accedió hasta ellos salvándoles de una muerte que la tragedia se empeñaba en presagiar como segura. La heroicidad demostrada en directo por los miembros del Cuerpo de bomberos ha de ser reconocida por todos nosotros y exaltada hasta la extenuación por los políticos, por su trabajo y por conveniencia de ellos mismos, de los políticos, recordando aquello que la emperatriz en 'Y Julia retó a los dioses' afirmaba «el agradecimiento es uno de los mayores promotores de la lealtad que existen en el mundo».
El siniestro del jueves ofreció un escenario dantesco, de los mayores observados por mis ojos, al invadir las llamas varias torres de una forma total, desde los cimientos a la última antena del tejado, expidiendo además un turbión de bolas de fuego hacia el exterior y formando una imagen cinematográfica digna de los mejores efectos especiales, siempre con el drama de esperar el final feliz de ese hombre y esa mujer que, sin efugio, atacados por los nervios, embozados y ayudados por el incansable bombero, demostraron lo que leí o escuché alguna vez: «quien no conoce la adversidad, no conoce su propia fuerza».
Lo peor fue cuando la realidad contradijo las primeras informaciones de ausencia de víctimas mortales y nos mostró casi una veintena de muertos o desaparecidos porque, aunque extrañado por que semejante pira no se llevara la vida de nadie, confié en la bondad de aquellos primeros datos. Lamentablemente no ha sido así y traslado mi pesar a sus familias y amigos con el deseo de que los desaparecidos sean consecuencia de la ausencia de sus domicilios y no por haber sido consumidos por el fuego. A la hora de entregar estas líneas, ignoro el resultado definitivo de esta hecatombe.
Sigo impresionado con el recuerdo de las imágenes pavorosas repasando las ofrecidas ayer por LAS PROVINCIAS -por cierto director, mi reconocimiento al fantástico trabajo tuyo y de todo tu equipo- con el deseo de una rápida solución al grave problema de las personas que, de la noche a la mañana, se han visto expoliadas. Así es la vida.
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