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El ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, ha demostrado su ilimitada capacidad para la soberbia y la indignidad, añadiendo una muesca más a su revólver de desatinos con su conducta a raíz del asesinato de los dos guardias civiles por narcortraficantes en Barbate. Una vez ... más, ha hecho ostentación al aferrarse a la poltrona a pesar de las serias razones para la dimisión y las peticiones casi unánimes para ello.
El comportamiento en la capilla ardiente evidenció abuso de autoridad y aprovechamiento de la condición militar y disciplinaria de la Guardia Civil. Por ello, sabía que los compañeros presentes de los asesinados se morderían la boca ante su intolerable gestión. Una falta de respeto que sólo fue contestada por quien no está bajo sus órdenes, como la viuda de uno de los caídos impidiendo que fuera él quien le impusiera la medalla.
Sus declaraciones negando la posibilidad de dimisión y autoalabándose de su gestión al frente del Ministerio evidenció una arrogancia infinita y una ausencia total de sentimiento y tristeza.
El suceso de Barbate es un motivo más a añadir para su escarnio público del que ya ha sido objeto por acontecimientos como el de la valla de Melilla y de decisiones sectarias al servicio de la ideología partidista y socialcomunista impuesta por Pedro Sánchez. Recordemos sus modos con Félix Azón y los coroneles Manuel Sánchez Corbí y Diego Pérez de los Cobos, o el nombramiento como directora de la Guardia Civil de María Gaámez, obligada a dimitir al poco tiempo de ser designada.
Marlaska parece empeñado en dinamitar todas sus vías para la vuelta a la judicatura y, desde su emética posición, confiar en que la fidelidad al 'sanchismo' le garantiza un futuro relevante en alguna gran institución como les ha sucedido a Conde Pumpido y algún exministro más. En cualquier caso, también debería pensar que puede acabar exangüe para la vida civil y en aquello que leí en 'El enigma de la Habitación 622', «la vida es una novela que ya sabemos cómo termina: al final el protagonista muere. Así que lo más importante no es cómo acaba nuestra historia sino cómo vamos a llenar las páginas».
Evidentemente, según mi amigo Rogelio, el ministro más soberbio de todos los Gobierno de España tras la restauración de la democracia da la impresión, para mantenerse en el poder, de sucumbir como autojustifición a un razonamiento como «el presidente del Gobierno no tiene autoridad moral para destituirme, ni yo la posibilidad de frenar mi desprestigio después de haber traspasado la línea de la coherencia ética que había transmitido antes de llegar a la política». Nunca mejor para hacer valer aquel apotegma aznarista, ¡váyase, señor Marlaska! Así es la vida.
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