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Rabia y vergüenza fueron los sentimientos vividos al contemplar una escena denigrante como sociedad, de ésas que difícilmente imaginas como suceso en la vida cotidiana, entre nosotros. Fue en el metro -reconozco que con bastante gente dentro- cuando una persona impedida, valiéndose de un triciclo, ... no pudo acceder porque ninguno de los viajeros se movió, ni siquiera lo intentaron, para hacerle hueco. No me vale la excusa de la imposibilidad porque, como usuario diario de este medio de transporte, compruebo en numerosas ocasiones cómo puede abrirse el hueco a base de persistencia por parte de quienes lo intentan. El problema es que en esta ocasión se conformó y no mostró ganas de invadir el vagón a pesar de los ánimos que una señora y yo le dimos. Como tampoco ninguno de los usuarios hizo un gesto para ayudar. Impasibles e insensibles como estafermos.
Si epatante fue la conducta de estos conciudadanos, más me hirió la imperturbabilidad demostrada por el conductor del convoy. Aunque no puedo asegurar que se percibiese de la escena, me pareció raro que no la observase porque se trataba del primer vagón, tenía desplegados los espejos retrovisores e, incluso me acerqué a la ventanilla con gestos de atención. En cualquier caso, como no puedo garantizarlo y solo quiero denunciarnos ante nosotros mismos, omito la línea, la estación y la hora en que sucedió tan lamentable escena. Eso sí, me gustaría que estas líneas colaboraran en nuestra sensibilización hacia los demás. Por pedir, mejor dicho, por desear que no quede. En cualquier caso, espero que no tenga razón uno de los personajes en 'La rebelión de los buenos' de Roberto Santiago cuando afirma «mucha gente huye de la desgracia ajena, como si el dolor fuera contagioso».
Aún así, no evitó la tentación de narrar alguna sensación en mi interior. Una, por supuesto, la falta de solidaridad y, sobre todo, la posibilidad de que esta frialdad vaya carcomiéndonos gracias al individualismo, a la superficialidad y a la aceleración. Otra, que la persona, en mi opinión agraviada, mostrara conformidad, no expresara indignación, como si no fuera la primera vez, como si estuviera acostumbrado a esta vergonzante reacción. Finalmente, el displacer de quienes estuvimos presentes fue agrandado por las fechas en las que nos encontramos. En esta ocasión la Navidad no produjo la fraternidad, bonhomía y generosidad que emana el acontecimiento que celebramos, la venida de Jesús para predicar el amor entre todos. Y no será por falta de signos que este año el equipo de María José Catalá ha dispuesto por nuestras calles, rompiendo un periodo de empeño en imponer el agnosticismo. Cualquier idea valía con tal de ocultar la conmemoración cristiana. Así es la vida.
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