Decía Pío Baroja que a una colectividad se le engaña siempre mejor que a un hombre. Y quizá, aunque la reflexión daría para dialogar ... mucho, en su esencia guarda una verdad inconstetable. Y es que, el aparato propagandístico que existe en la actualidad en polos extremos, muy ligado al enorme potencial de las redes sociales, hace que actuar sobre las masas, imponer tendencias y manipular la opinión pública a placer, sea más fácil que nunca. Tanto es así que, ese término tan manoseado en estos tiempos que es el de la polarización, ha pasado a ser una realidad totalmente arraigada en la sociedad actual. La RAE la escoge, de hecho, como palabra del año en 2023. Poco más de un año después, no es que sea un término con el que todos estamos familiarizados; sino que la base de su significado, lo que describe, es algo que hemos comenzado a vivir con naturalidad. Nos hemos acostumbrado a vivir en la división. Lo visualiza Byung-Chul Han en uno de sus siempre elocuentes ensayos: «la expulsión de lo distinto y el infierno de lo igual ponen en marcha un proceso destructivo totalmente diferente: la depresión y la autodestrucción».

Publicidad

Es algo que ocurre en todos los niveles y ámbitos. Desde el más local al global; desde la religión a la política. Si es que unas cosas se pueden separar de otras. Observamos, de hecho, cómo, neutralizada la persona y focalizando todos los esfuerzos en las grandes masas, se está consiguiendo, poco a poco, que todos tengamos que tomar partido entre posturas radicalizadas. Sin que haya espacio para los grises. Y, por tanto, sin que pueda haber opciones para las aproximaciones, aunque sea desde la generosidad y la concesión; sin que se pueda debatir y discutir, con ánimo de construir juntos algo mejor; sin que esté permitida la ambigüedad y la duda, porque caes en el vacío y quedas en tierra de nadie. No es posible ni buscar consensos, porque eso no se lleva ya; ni puedes quedarte en un término medio, porque eso es de ser cobardes. Ahora o eres de Donald Trump o estas con ese neocomunismo norteamericano que -ríanse- le atribuyen a Barack Obama. O estás con Isabel Ayuso y, por tanto, orbitas en lo que sus adversarios llaman fachosfera, o eres un traidor sanchista, que impulsas la revolución bolivariana en España. Eres de los que apuntala a Diana Morant o de los que le apuñalan por la espalda. Estás vendido a Carlos Mazón o lo vendes con saña. Todo al negro. O al blanco. Lo uno o lo otro. Sin opciones para términos medios.

Existe, fruto de ello, una absoluta incapacidad en el mapa político actual para llegar a acuerdos unánimes. Algo que constatamos a diario y, a momentos, parece irreversible. Lo hemos visto ahora con ese esperpento que ha sido el jugueteo político con la Ley Ómnibus. Haciendo todos maniqueísmo con las pensiones o las ayudas a la movilidad. Pero es algo que vemos de forma constante. Porque ha habido ocasiones extremadamente delicadas como para que esos tremendos muros entre derechas, izquierdas, nacionalistas... se puedan derivar. Y no se ha logrado. No pasó en las últimas legislaturas con temas como la educación y la sanidad, donde han sido vetados los pactos de Estado. Y no ha pasado con algo tan absolutamente demoledor como la dana. Donde -el tiempo nos dará la perspectiva absoluta- el barro político se ha impuesto de manera descarnada a la urgencia de rescatar a las víctimas en lo material y en lo anímico.

Existe total incapacidad en el mapa político para llegar a acuerdos unánimes, pero no renunciamos a reclamarlos

Este país que logró que, sensibilidades tan opuestas como la de Santiago Carrillo o Manuel Fraga, pudieran confluir por el bien de los españoles, ve ahora cómo de forma constante nos encaminamos a ese truculento escenario de los garrotazos que Francisco de Goya mostró en su serie de pinturas negras en 1819. Ese campo de batalla en el que algunos nos quieren instalar por intereses personales.

Publicidad

Cualquier puente hacia el diálogo, basado en la discusión enriquecedora y la generosidad como actitud, se ha ido dinamitando. Ir juntos a algún sitio es una entelequia. Pero, pese a ello, en medio de este desolador erial arrasado por la discrepancia, reactivamos -quizá llenos de ingenuidad pero al tiempo llevados por la responsabilidad- nuestro empeño para que, en algo concreto y que sólo puede que unirnos a todos, trabajemos para lograr que la actitud de nuestra clase política pueda ser reversible. Sí, este año volvemos a buscar un pacto por la Albufera. Volver, ahora, con más ímpetu que nunca, a pedir que todos los agentes nos unamos bajo el paraguas de las urgencias del lago. Que es, en el fondo, una metáfora de lo que queremos que sea la política, al menos, en código valenciano. Una política que, desde la discrepancia y la discusión -aunque sea acalorada-, se encamine hacia el objetivo final que debe ser mejorar el bienestar de los valencianos y salvar el territorio que habitamos.

Es domingo, 2 de febrero. Día Internacional de los Humedales. La campaña que reactivamos, más que un grito para salvar el lago, es un ruego rotundo para que nuestros políticos trabajen juntos por el futuro de los valencianos. Un futuro que puede comenzar donde anida el collvert.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€

Publicidad