De tanto gestionar, legislar e ir acrecentando la arquitectura institucional y burocrática, hemos perdido, como dijo Michael Ignatieff , «el alma»; y quizás, es el momento de volver a los orígenes y al significado del proyecto político europeo
ISABEL BONIG
Sábado, 1 de marzo 2025, 23:21
En estas últimas semanas los ciudadanos europeos hemos asistido a una verdadera revolución en las relaciones transatlánticas entre el viejo continente europeo y los Estados Unidos de América. En un breve espacio de tiempo, los europeos hemos comprobado que el statu quo que se estableció después de la segunda guerra mundial ha desaparecido.
Nadie podrá decir que Trump ha engañado a los ciudadanos y que no está haciendo lo que anunció y prometió durante la campaña electoral norteamericana. Pero no por previsible, deja de ser sorprendente y desconcertante para una Europa envejecida, adormecida, con signos de decadencia en algunos aspectos económicos, políticos y culturales, con falta de nervio; y sobre todo, con ausencia de un rumbo/liderazgo claro cómo se ha demostrado en la reciente cumbre informal de París que acabó, una vez más, sin acuerdo.
El presidente Trump no sólo ha impuesto una forma de hacer política económica que dista mucho de la que cabría esperar de un presidente republicano en un país, como los Estados Unidos, cuna del capitalismo, la libertad y del libre comercio, sino que también ha roto la Alianza Atlántica que, desde 1945, ha regido las relaciones entre Estados Unidos y Europa.
Trump ha sabido canalizar el hartazgo y decepción de la clase media americana, que reclama mayor atención e implicación de la clase política para resolver los problemas cotidianos e internos del país; pero ha renunciado a liderar el mundo libre, así como a la defensa de la causa de la democracia, de la libertad, de la verdad y de los derechos humanos en el mundo.
Y esta nueva realidad sitúa a Europa frente al espejo de sus propias contradicciones y problemas.
La pregunta no es qué va a hacer Estados Unidos, sino qué va a hacer Europa ante esta nueva realidad.
Ya no basta con descalificar y censurar; es necesario construir un proyecto europeo político que sea alternativo y global. Y, además, debe hacerse de forma rápida.
De tanto gestionar, legislar e ir acrecentando la arquitectura institucional y burocrática de Europa, hemos perdido, como dijo Michael Ignatieff, «el alma»; y quizás, es el momento de volver a los orígenes y al significado del proyecto político europeo.
Europa se construyó desde la política, no desde la burocracia; puso a las personas en el centro de la acción política; se fundamentó primero en la unión económica, para posteriormente ir avanzando en la unión política. No deberíamos olvidar que una economía fuerte y sólida es necesaria para mantener la cohesión social, el progreso de la sociedad y el sistema de derechos y libertades de los regímenes democráticos.
No hay que temer a los cambios y a la incertidumbre. Todo lo contrario; debemos aprender a adaptarnos y a encontrar oportunidades en ello. Por eso, estoy convencida de que esta situación abre un abanico de oportunidades para que Europa redefina su proyecto y aborde de forma valiente algunas decisiones inaplazables, tales como:
1.- Soberanía y autonomía energética.
2.- Respuesta seria y realista al fenómeno migratorio.
3.- Defensa y seguridad propia. Todos, especialmente la clase política, deberíamos hacer pedagogía con el ejemplo, para que la ciudadanía entienda que las bondades de la democracia, la paz, la seguridad, las libertades y el bienestar social de los regímenes democráticos han costado mucho de conseguir y requieren de una vigilancia y defensa permanentes.
4.- Centrarse en fortalecer la economía y en resolver los problemas reales de los ciudadanos, de las empresas y de los sectores económicos de ámbito europeo. Como dijo Letta, «es hora de implementar y dejar de regular». Es hora de simplificar, impulsar, ayudar y favorecer el crecimiento económico en lugar de entorpecerlo.
La historia nos ha demostrado que cuando Europa se ha abrazado a los extremismos de izquierdas o de derechas; aparecieron las guerras y cuando se unió para resolver los problemas que realmente nos afectan a los europeos, llegó la paz, la libertad y el progreso. Por eso es tan importante que los dirigentes europeos de los distintos países se centren en la defensa y en la solución de las cuestiones realmente importantes para la clase media europea, con conciencia de clase media pero empobrecida cada día más.
La política y la unión son los dos instrumentos más poderosos con los que cuenta Europa para afrontar este nuevo escenario.
La política al servicio de los ciudadanos; y el valor político de la unión, para hacer frente de forma conjunta a las amenazas que acechan a nuestro continente.
La opción de no hacer nada no es una opción, porque conduciría al proyecto europeo a su fin. Sólo podemos actuar unidos a través de la política; dotando, como dice Florentino Portero, de un nuevo contenido a la Alianza Atlántica para adaptarla al nuevo escenario y mostrar su utilidad en esta nueva realidad geopolítica; pero sin abandonar la esencia ni el alma del proyecto europeo, que no fue otro que el de construir la paz, la libertad y la democracia sobre la devastación y destrucción producida por el odio, el fanatismo y las guerras.
Se requieren liderazgos transformadores y políticos con un fuerte compromiso ético, con vocación de servicio público, con talento y astucia política, que claramente vean y actúen; sabiendo que, abandonar en estos momentos a Ucrania, supone entregar a Europa al totalitarismo.
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