Urgente La Lotería Nacional del sábado deja el primer premio en un popular municipio valenciano y otras cinco localidades

Los periodistas tenemos múltiples defectos. Nos movemos por los nombres. Y por los nombramientos. Cuestión de morbo. Estamos más pendientes por lo general del quién, ... que del por qué, o el qué. Como si la persona fuera más importante que su gestión. Eso no ocurre en el resto del mundo, a no ser que el nombre vaya a eclipsar el cargo. Pero por aquí, no es el caso. Hoy ni siquiera una película mala la salva un actor. Moverá gente, pero en dos días la 'peli' desaparecerá si no tiene contenido. Nuestra cultura política, una vez idiotizados, nos conduce al quién. Seguramente porque la propia ordenanza del poder ha convertido al gestor en protagonista dentro de la mediocridad y el miedo al fracaso político. Así siempre habrá a quién echarle las culpas. Y una vez muerto, se acabó la rabia hasta la llegada del relevo. Así se esconde la mezquindad. No nos venden una buena exposición o una buena obra de teatro, sino que los obtusos gabinetes de 'descomunicación', que también pagamos, miran antes al interés político del que les paga que al artista, el evento, al hecho en sí.

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La comunicación política ha usurpado el papel de la verdadera información, la mejor forma de acercar una idea o una recomendación al ciudadano, que es el verdadero destino. Esto es, no vender a la persona sino la idea, el contenido, el proyecto. Pero eso hace tiempo que se olvidó.

Hoy se gestiona a golpes. La dana nos lo ha puesto de frente. Hasta ahora apenas hacíamos caso del resto. Al menos, nos damos cuenta que hay muy poco que rascar. Que no fluyen las ideas y menos aún las iniciativas. Somos un laberinto de funcionarios, cargos, enchufados y papeleo.

Se nos hunden los museos, los espacios teatrales, las iniciativas... pero por falta de coherencia. O lo que es lo mismo, por ausencia de proyectos. Y así que pasan los días. Sin caras, y menos ideas. Esto ya no lo arregla nadie. Y ante eso, nada. Es su fracaso. No es política. Mientras tanto, las instituciones languidecen. No lo olvidaremos.

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