Una imprescindible educación social
Javier Cortés reflexiona sobre el tema del IV Foro José María Salaverri, que con el título 'Educar ciudadanos comprometidos' se celebrará mañana
JAVIER CORTÉS SORIANO
Miércoles, 19 de febrero 2025, 00:00
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JAVIER CORTÉS SORIANO
Miércoles, 19 de febrero 2025, 00:00
Hace ya algunas décadas que el ensayista francés G. Lipovetsky analizó el creciente individualismo moderno como una segunda floración de la modernidad tras la segunda ... guerra mundial. Nos encontramos ante una segunda revolución individualista, afirmaba el autor en su obra La era del vacío. La evolución de las últimas décadas no ha hecho más que corroborar aquel análisis. El pensador italiano M. Recalcati sugiere que nuestra cultura ha ido evolucionando hacia una experiencia vital más cercana al Narciso replegado en el interés por su propia imagen y bienestar que al Prometeo batallador que desafía los poderes instituidos con el fin de instaurar un mundo distinto. Nadie duda de que la omnipresencia de la tecnología en nuestra vida diaria está produciendo un aislamiento en nuestro propio mundo centrado en la pantalla de nuestro móvil.
Creo que no son necesarios muchos más argumentos para concluir que los vectores culturales en los que nos movemos en este presente que nos ha tocado vivir apuntan más hacia una sobredimensión de la persona como individuo y no tanto a vivirse como un ser entrelazado de manera radical con el destino del otro y de los otros. A esta tendencia contribuye no poco la desconfianza hacia el futuro que se ha instalado en el ambiente. En efecto, el futuro dejó de ser ya el lugar en el que se puede dibujar una utopía de mundo mejor para ser más bien el lugar donde habitan las amenazas de todo tipo tanto personales como sociales. Creo que este panorama de sensibilidades presente en el conjunto general de la sociedad se halla especialmente encarnado en la vivencia de nuestros niños y jóvenes: experiencia de una pandemia, difícil emancipación familiar, incertidumbre económica agravada por la inestabilidad geopolítica, las amenazas del cambio climático, y un largo etcétera. Este panorama contrasta fuertemente con las recomendaciones que nos llegan desde las instancias que intenta establecer los grandes pilares de la educación en las que se hace hincapié en la necesidad de una educación para la ciudadanía cuyo objetivo fundamental consiste en que nuestros alumnos asuman su responsabilidad como agentes proactivos de la construcción social. El reto está servido: ¿cómo llevar a cabo hoy en estas circunstancias la necesaria educación social?
Seguimos echando en falta espacios y tiempos en los que se aborden este y otros temas de enorme calado para nuestra responsabilidad como sociedad que educa. Mientras seguimos permitiendo que los intereses políticos se introduzcan como criterio nuclear de los debates educativos, nuestros niños y jóvenes son educados a la intemperie.
Me permito proponer algunos puntos que me parecen claves a la hora de afrontar esta necesaria educación social. El primero de ellos pasa sin duda por invitar a que la educación se sitúe desde una profunda antropología. Necesitamos un modelo claro de sujeto humano y no visiones fragmentadas del mismo. Este modelo claro de sujeto humano arranca en toda su profundidad como un ser radicalmente relacional. Ha sido la tradición cristiana la que ha aportado esta gran novedad manifestada con enorme belleza en los primeros relatos del génesis en los que se pone de manifiesto de qué manera aquella ruptura de la armonía relacional inicial, Dios, criaturas y naturaleza, es la causa de todos los fracasos humanos. Más tarde filosofías y éticas como la kantiana o muy especialmente las corrientes personalistas como Ricoeur, Levinas, Buber o Maritain, pondrían argumento racional a esta profunda realidad antropológica. En educación corremos el peligro de plantear intervenciones educativas que se dirigen a tal o cual ámbito de la vida personal pero necesitamos una visión armónica y global que dé profundo sentido a todas ellas y esta visión no es otra que la de nuestra realidad de seres relacionales. Tal como afirma reiteradamente el papa Francisco estamos entrelazados íntimamente.
A partir de esta profunda realidad de nuestro ser y como manifestación de ella deberemos establecer procesos educativos orientados más en concreto hacia las dos grandes líneas de la educación social. De una parte desarrollar el sentimiento de una ciudadanía comprometida con la responsabilidad de participación social de tal manera que sea la sociedad civil participativa la que asuma los destinos de los pueblos y no la manipulación del interés político, y de otra despertar la necesidad de construir un mundo más justo y solidario. Pero ambos objetivos no se alcanzarán si la escuela no asume, ella misma, estos dos principios como ejes vertebradores de su actividad educativa, abriéndose a la auténtica participación de nuestros alumnos en los destinos de la misma.
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