
LA CULTURA DEL ENVASE
La mortal DANA vivida en Valencia ha sido una «tormenta perfecta» de incompetencia, abandono, falta de empatía y deslealtad institucional
JAVIER DOMÍNGUEZ RODRIGO, ARQUITECTO
Viernes, 6 de diciembre 2024, 23:26
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JAVIER DOMÍNGUEZ RODRIGO, ARQUITECTO
Viernes, 6 de diciembre 2024, 23:26
El escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano, una de las voces críticas más influyentes de la izquierda hispanoamericana, es autor -'Memoria del fuego'...- de numerosas ... frases célebres: «Vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase, que desprecia el contenido».
Su obra comprometida y profunda es la síntesis del imaginario humanista de un trovador sensible que radiografía el sufrimiento de un continente -'Las venas abiertas de América Latina' (1971)-, en «un viaje con más náufragos que navegantes» que describe «la pobreza del hombre como resultado de la riqueza de la tierra». Una de sus muchas lecciones es que educar es enseñar a dudar, a mirar más allá de las apariencias. Sugiere la revisión de la instrumentalización del arte en todas las épocas por el poder político y religioso para manipular las conciencias.
El padre de la filosofía occidental, Platón, sostiene que la apariencia es fraudulenta y temporal, anticipándose a René Descartes, para quien la luz de la Razón, la duda metódica, rechaza cualquier dato proveniente de los sentidos, fuente de engaño.
Molière, el gran dramaturgo francés, defiende que las apariencias confunden, defraudan y falsean la realidad. Y el filólogo y profesor británico J.R.R. Tolkien, autor de novelas icónicas como 'El Señor de los Anillos', apunta: «No todo lo que es oro reluce, ni toda la gente errante anda perdida».
La historia anticipa así la nutrida presencia de embusteros, narcisistas, hipócritas, engreídos e impostores en la vida pública, especialmente en la era digital, en la que importa más la mercadotecnia y el marketing político que la verdad.
No es casualidad que durante el mandato de Ronald Reagan, coincidiendo con el fin de la Guerra Fría, el mundo anglosajón acuñara el término «efecto teflón» para designar, por las propiedades del polímero del mismo nombre, un estilo de gobernar sin asumir responsabilidades.
Aunque con retraso en España, la mayoría de su clase dirigente se ha sumado con entusiasmo a ese nuevo karma cósmico, encontrando en el blindaje ante el desgaste de la insatisfacción y rechazo popular, la indumentaria idónea para sus personajes.
Lo importante es escribir el relato y sus mantras -el cambio climático, la codicia inmobiliaria, la fachosfera, el heteropatriarcado (Turia, el loco) y 'los otros' son los culpables- repitiéndolos una y otra vez hasta la saciedad. Es el triunfo imparable del wokismo, de la demagogia, de la posverdad.
El recurso permanente al insulto, la calumnia y el desprestigio del rival o adversario son parte de las estrategias de dominación, que justifican el auge de la radicalización en esta última década. Cuando G.K. Chesterton anuncia que es la envidia y el odio lo que une a los pueblos, está advirtiendo de que para algunos gobernantes no importa el dolor, daño o malestar colectivo que se infrinja con tal de alcanzar el control completo, el poder absoluto.
La terrible tragedia que ha sacudido Valencia con la DANA ha servido para poner al descubierto la falta de empatía, la indigencia mental, la ineptitud, la vileza y las miserias de los gobiernos nacional y autonómico, con clara jurisdicción y competencia en unos hechos cuyas dramáticas consecuencias podrían haberse evitado.
Resulta inadmisible la errática gestión de la catástrofe llevada a cabo por la cuarta economía de la zona Euro, con continuos despropósitos, cicatería de medios, desprecio a la ciudadanía, burócratas chantajistas, descoordinación administrativa, deslealtad institucional, manipulación partidista, sectarismo informativo...
En ese contexto, la permanente performance presidencial, por parte del inquilino de la Moncloa, deviene tan narcisista como ridícula. El descrédito internacional es obvio, al igual que el ingente daño a la marca Valencia que testimonian las interminables cancelaciones de reservas y viajes en el sector hotelero.
La reconstrucción brinda una oportunidad de redención colectiva, de recuperar la confianza perdida, de demostrar que entre todos juntos, dejando a un lado intereses partidistas, se puede afrontar el futuro con esperanza.
Es hora de pensar en las víctimas, de ayudarles a recuperar sus vidas, de hacer autocrítica para superar los desafíos que la reparación impone. Hay que levantar amplios consensos para dar soluciones a los problemas de la gente.
Los retos son considerables: ayudas directas e inmediatas a los damnificados y a los ayuntamientos, reformas legislativas y normativas -PATRICOVA, Plan de la Huerta...-, restauración de la movilidad, adopción de medidas preventivas, construcción de infraestructuras hidráulicas de protección, planificación urbanística, restablecimiento del tejido empresarial destruido o dañado...
Muchos son los dilemas que se plantean: ¿es necesario racionalizar y corregir el actual conglomerado administrativo? ¿Puede conciliarse el ecologismo (el cañizo como especie protegida en vez de invasora,...) con la seguridad y el bienestar social? ¿Qué cambios y prioridades deben introducirse?
Hace casi siete décadas, tras la riada de 1957, Valencia aprobó y realizó una de los mayores megaproyectos de la ingeniería europea del siglo XX, el Plan Sur, sin el cual los daños y las víctimas hoy hubieran sido muy superiores. ¿Tan complejo es dejar a un lado la mirada cortoplacista y la búsqueda del rédito electoral?
Tiene razón el escritor valenciano Santiago Posteguillo, cuando en su reciente alocución en la Cámara Alta, lamenta que el poeta Antonio Machado, se vería obligado a reescribir su célebre poema Españolito, corrigiendo el verso «una de las dos Españas ha de helarte el corazón», pues realmente lo hacen la una y la otra.
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