
La guerra es la salud del estado
La política de paz y seguridad de la democracia española está plagada de ambigüedades, complejos y contradicciones
JAVIER DOMÍNGUEZ RODRIGO, ARQUITECTO
Viernes, 28 de marzo 2025, 23:55
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JAVIER DOMÍNGUEZ RODRIGO, ARQUITECTO
Viernes, 28 de marzo 2025, 23:55
La Unión Europea, presidida por la alemana Ursula von der Leyen, emprende un plan de rearme masivo ('ReArm Europe'), un esfuerzo militar inédito que conlleva ... un ejercicio de creatividad contable, rompiendo las reglas fiscales para incrementar el gasto en defensa hasta alcanzar la delirante cifra de 800.000 mil millones de euros.
Cortinas de humo como los estériles debates semánticos sobre lo apropiado del término «rearme» sirven para distraer a la opinión pública, fabricando un consenso sin fisuras, intelectual y mediático, entorno a una urgencia geopolítica: el diseño de una arquitectura de seguridad para hacer frente a la guerra de Ucrania y la inestabilidad global.
El colonialismo se camufla como la defensa de la democracia (burguesa) y la civilización (capitalista). La guerra, desde las primeras Cruzadas, siempre encuentra una justificación noble -'casus belli'- para expandir protectorados, dominios y purgar con leyes patrióticas a la oposición interna.
Esta situación sería inimaginable sin la «experiencia Covid-19», imponiendo la narrativa oficial, recurriendo al miedo, la mentira (Comités de expertos inexistentes...), la censura informativa (precariedad sanitaria, muertes...), el fraude en la comunicación y silenciando cualquier crítica (corruptelas, descoordinación...). La pandemia marca un antes y un después en el autoritarismo imperante, borrando toda discrepancia.
El gobierno y sus palmeros impusieron su macabro relato por surrealista que fuera, vilipendiando gregariamente la disidencia, por negacionista, conspirativa, ayusista, facha... Las farmacéuticas, financiadas con dinero público, son las grandes beneficiarias de la fiesta, con ganancias estratosféricas.
Cobra vigencia el aforismo «la guerra es la salud del Estado» que encabeza esta tribuna. Publicado en plena pandemia de la gripe española, una de las más letales del siglo, y contrario a la entrada de América en la Gran Guerra.
Escrito en 1918 por Randolph Bourne como título de un ensayo antibelicista, revela como el falso entusiasmo por la guerra descubre el auténtico rostro del Estado, una poderosa maquinaria de acumular poder, extender sus posesiones y aniquilar oponentes.
Radical e independiente, este brillante pensador admirado por personalidades como Lewis Mumford ('Técnica y civilización') y Noam Chomsky ('Los guardianes de la libertad') rubrica un alegato contra el entusiasmo belicista de sus compatriotas.
Bourne denuncia la codicia territorial de las superpotencias -Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Japón...- y el preparacionismo militar -'Preparedness Movement'- de Theodore Roosevelt, predisponiendo a las masas para la guerra a fin de expandir sus fronteras y áreas geográficas de influencia.
¿Qué ha pasado en Europa en estas dos últimas décadas para situarse en una espiral armamentística sin precedentes? ¿Cómo es posible que los líderes europeos apoyen sin fisuras un keynesianismo militar similar al del Tercer Reich?
Desde 1953, España está vinculada al paraguas defensivo estadounidense, aunque habría que esperar hasta 1982 para su incorporación como miembro de pleno derecho de la Alianza Atlántica y hasta 1999 para su integración en la estructura militar.
Adolfo Suárez era escéptico y no dudaría en acudir como observador a la Cumbre de los Países No Alineados celebrada en La Habana de Fidel Castro en 1979. El eslogan «¡OTAN no, bases fuera!» aglutina a la izquierda -PSOE, ERC, IU, PAR...- y moviliza la calle por la desnuclearización del Mediterráneo, rechazando la política de bloques.
Felipe González que llega a la Moncloa, tras votar en contra de la adhesión tanto en el Congreso como en el Senado, promete un plebiscito de salida pero acabará convocando un referéndum en 1986 pidiendo la permanencia en la organización. La guinda la pone el exministro socialista Javier Solana y de Madariaga al ser nombrado Secretario General de la Alianza.
Atrás quedan los debates apasionados -Yankis go home...- de la década de los ochenta marcados por el ocaso del pacifismo, la neutralidad, el fin de la Guerra Fría y el reconocimiento por la comunidad internacional de la monarquía parlamentaria hispana.
La segunda mitad del siglo XX saca a relucir la vulnerabilidad militar de la Península Ibérica frente al expansionismo del reino de Marruecos que tras anexionarse Sidi Ifni y el Sáhara Occidental amenaza la soberanía de Ceuta y Melilla.
Hoy el problema del Mediterráneo no es ni cultural ni religioso, por mucho que insistiera Rodríguez Zapatero con su Alianza de Civilizaciones. El escollo es que la diferencia de renta per cápita entre ambas orillas es de quince veces.
Resulta dantesco que quien es incapaz de impedir el tráfico de drogas a través del estrecho de Gibraltar, ni acabar con las mafias que controlan los flujos migratorios subsaharianos, pretenda ahora ser el centinela de Occidente.
Otra prueba de la doble moral que caracteriza la política exterior española. Mientras bendice a un dictador como Maduro que evade dinero a paraísos fiscales, mantiene bajo mínimos su ayuda al desarrollo (no llega al 0,5 % del PIB), sumándose al férreo discurso armamentístico de las filantrópicas multinacionales del sector.
¿Acaso la paz y la seguridad están en los arsenales nucleares (¿dónde se instalarán?), las minas antipersona, las bombas de racimo, los drones de última generación...? ¿Será un proyecto conjunto o a la carta de cada Estado miembro?
Muchos son los mitos que han comenzado a desdibujarse en España. No es fácil convencer a los ciudadanos ni de la amenaza rusa (siempre estuvo en el Sur) ni de las miserias que rezuman las propuestas belicistas de la oligarquía de Bruselas.
Lógico que el crédito de la Unión Europea no pare de bajar. La guerra siempre es consecuencia del monumental fracaso de la diplomacia y su primera víctima es la verdad.
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