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¿HACEMOS LO QUE DEBEMOS?

La crisis política alimenta la frustración y el conformismo ciudadano, dando pie a la pérdida de confianza en las instituciones. Urge revisar las causas de la actual deriva autodestructiva y reivindicar una nueva ética de la solidaridad y el bien común

JAVIER DOMÍNGUEZ RODRIGOARQUITECTO

Viernes, 31 de enero 2025, 23:42

Parece que inevitablemente 2025 es un año de aniversarios. Entre ellos el de la primera edición al castellano en 1935 de la popular novela 'Un ... mundo feliz' del escritor británico Aldous Huxley, una distopía sobre una ficticia sociedad del futuro que noventa años después deviene en certera premonición de lo que hoy es el mundo.

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Plagada de simbolismos filosóficos muestra una clara semejanza con el célebre mito de la caverna de Platón: la gente es feliz aunque prisionera de su propia mente. Sin embargo, el autor toma prestado el título de 'La tempestad' de William Shakespeare, en cuyo quinto acto, Miranda pronuncia la frase «Oh brave new world».

La humanidad descrita por Huxley, organizada en castas que jerarquizan el engranaje social, está dominada por los avances científicos -fecundación in vitro...-, tecnológicos -comunicaciones, realidad virtual...- y sobre todo por las drogas, que anulan las emociones de los seres vivos.

La humanidad descrita por Huxley está dominada por los avances científicos y por las drogas

Ese nuevo universo distópico, en el que la pobreza y las guerras son erradicadas, todas las personas son felices gozando de una elevada libertad sexual y de los beneficios del progreso técnico, conlleva la irónica paradoja de que su construcción se ha alcanzado tras liquidar la familia, el amor, la religión, la diversidad cultural...

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Una de las claves para el control efectivo de la comunidad está en el 'soma', un alucinógeno narcótico que garantiza a sus consumidores un estado anímico permanente de autocomplaciente gozo, anulando su voluntad y sus ideas. En suma, una felicidad adulterada y artificial que garantiza la estabilidad del orden social en una prisión sin muros, la sumisión a un autoritarismo apenas visible.

Se instaura el culto a la ignorancia, a lo banal e incluso a lo vulgar, aboliéndose cualquier atisbo de pensamiento crítico, como denuncia décadas después el bioquímico estadounidense Isaac Asimov, autor de 'Yo, Robot', 'Los propios dioses'...

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La literatura -Michel Houllebecq...-, la música -rock progresivo...- y el cine -'Matrix', 'Demolition Man', 'La isla'...- corroboran el interés de un ensayo profético sobre cómo se ha transformado el mundo occidental. Mientras las élites toman el control del poder en beneficio propio, la mayoría de los ciudadanos caen en el conformismo, aceptando resignados su sometimiento merced a los medios de comunicación de masas, que desempeñan el triple papel de adoctrinar, entretener -telebasura...- y desinformar.

En el fondo el tema anticipa el concepto de los «estados fallidos» introducido en 1987 por Robert Jackson, constatando el fracaso de muchos proyectos de nación como consecuencia del reiterado incumplimiento de sus funciones básicas, como son las de velar por la seguridad y el bienestar de sus miembros.

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Huxley es un visionario respecto al consumo de estupefacientes, que afecta ya al cinco por ciento de la población del planeta y es uno de los principales problemas de salud pública -muertes por sobredosis, trastornos mentales, adicción...- según la ONU.

En su novela, el 'soma' está tomado del narcótico de igual nombre, que utilizaban los brahmanes en las ceremonias mágico-religiosas de la antigua India, cuyos efectos alucinógenos alumbran un estado de delirio y pérdida de consciencia.

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Muchos son los males -incremento de las desigualdades, polarización...- que padece hoy una sociedad española sometida, anestesiada, confundida, fatalmente fracturada e incapaz de enfrentarse moralmente a los enormes desafíos presentes. Se da el caldo de cultivo idóneo para el despotismo, el mal gobierno y el 'wokismo'.

La tóxica pócima de resentimiento, odio y soberbia que preside la escena pública, explica buena parte de los mezquinos comportamientos de las autoridades ante situaciones excepcionales como la pandemia del coronavirus de 2020 o la reciente gota fría de 2024. En la primera en la provincia de Valencia murieron más de once mil personas, la riada de octubre causó doscientas dieciocho víctimas mortales.

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Ambas tragedias, más allá de la abrumadora falta de preparación logística, con los responsables primero haciendo oídos sordos a las advertencias de los expertos y luego ocultando la verdad, evidencian las debilidades de un sistema ineficaz y caduco .

Grave es como sucedió con el COVID-19 privar a la población de derechos fundamentales, engañarla con un inexistente Comité de sabios o maquillando sin pudor datos y cifras. Aprovechar la coyuntura para lucrarse con la compra de mascarillas quirúrgicas, tests y respiradores en vez de esforzarse por contener la enfermedad, asistir a los más desfavorecidos y salvar vidas, resulta repulsivo.

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Paradójicamente para el 'establishment' patrio, cobra vigencia la alocución del barón Rothschild tras la batalla de Waterloo, de que cuando hay sangre en las calles es el momento de hacer negocio. Los casos de corrupción -Ábalos, Koldo...- demuestran que el país, colmado de pícaros y burócratas desaprensivos, no estaba preparado moralmente para el sacrificio compartido impuesto por la pandemia.

Ese alarmante déficit de previsión tiene múltiples causas. Décadas de despilfarro inversor para crear redes clientelares, privando a los servicios públicos de los medios necesarios, lastran la capacidad de respuesta asistencial con el coronavirus y facilitan el colapso de unas insuficientes infraestructuras hidráulicas con la dana.

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La no asunción de responsabilidades por parte de los principales actores, pese a su ignorancia e incompetencia, prueba la desmedida indigencia moral de una autocomplaciente clase dirigente y el naufragio de la democracia española, que precisa con urgencia una cura de desintoxicación e instrucción.

Revertir la situación requiere una profunda renovación ética, de la solidaridad y de la humildad, corregir la tiranía de los egoísmos periféricos, recuperar el espíritu crítico e impulsar una nueva política centrada en la consecución del bien común.

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