![Atmósfera de iniquidades](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/04/26/civera-kyGG--1200x840@Las%20Provincias.jpg)
![Atmósfera de iniquidades](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/04/26/civera-kyGG--1200x840@Las%20Provincias.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
No sé qué dirán los expertos, pero el episodio de Sánchez, con su esposa al fondo, aparece como la cumbre del clima irrespirable de las últimas décadas. Nada que ver con el «váyase, señor González» de Aznar, aunque provenga de la misma familia. En gran medida, la alta tensión, en los últimos años, viene provocada por la propia dinámica de Sánchez. Deriva de aquel «no es no» traumático y de su posterior recorrido. Los dirigentes del partido hubieron de apartarlo para darle estabilidad a España dejando gobernar al PP de Rajoy. Una moción de censura, como la que aupó a Sánchez, tampoco es que ayudara en exceso a moderar una pulsión que ya estaba muy acerada. Y los pactos postelectorales suscritos con medio arco parlamentario, situando al PP y a Vox en las afueras y en el mismo cajón, no es que contribuyeran a modificar las corrientes ígneas que transcurrían por el fondo y la superficie de España. Las peripecias de los personajes hay que situarlas en su justo contexto. Y Sánchez no ayudó a aliviar la polarización rampante, ese vendaval tóxico que se cernía sobre la clase política española. ¿Dejar gobernar al PP y marginar a Vox? Bueno, era una posibilidad. Sin duda, las aguas se hubieran calmado. Portugal acaba de dar una lección en ese sentido sin que vuelen los insultos y las sillas. Aquí han volado sillas, palabras, novios, esposas, amigos, fieles e infieles, y hasta el aposentador. En buena medida, la responsabilidad hay que endosársela al presidente. Lo repito: aquel «no es no» no era precisamente un ejercicio atlético para tender puentes y regenerar consensos, tan extraviados desde la Transición. En el otro lado, la derecha ha sido inmisericorde: ha elevado la presión hasta límites incontrolables, tanto que al final se ha amalgamado el discurso del PP y Vox, cuyas voces, en ocasiones, se confundían. Y decidieron acudir a la calle. La política de la calle es muy peligrosa, como se ha visto a lo largo de la historia. Se sabe cómo comienza pero no se sabe cómo acaba. Se optó por la calle para elevar el tono y el reflejo peristáltico explosionó ante las sedes del PSOE durante semanas, lo cual no parece un signo muy voluntarioso para institucionalizar la política. Se diría, al contrario, que se actuaba para eliminar o sustituir las formas sobre las que se asienta la arquitectura democrática. Respeto a las ideas de los contrarios, respeto a las decisiones parlamentarias y coto a la política del fango y de las manos sucias. Los sucesos de esos días, sin que PP y Vox los desautorizaran claramente, nos retrotraían a la Europa negra de los años 30 del siglo XX. Y una cosa lleva a la otra. Tras la dialéctica ofensiva y la precipitación de la calle, llegan los tribunales. El cóctel es explosivo y el círculo vicioso llega a su límite. El clima provoca que la política, ya en una espiral desquiciada, busque el escándalo del adversario en lugar del acuerdo, el proyecto y la gestión. En vez de ocuparse de la belleza de la manzana se busca la fealdad de la gusanera interna. La conclusión inmediata es que se van ajustando las piezas para que lo cotidiano e intrascendente se convierta en excepcional, siempre a ser posible con una víctima al fondo del escenario. Sin víctima, todo es muy frío. La víctima es una condición imprescindible para dotar de 'emoción' al caso, para otorgarle 'humanidad'. Ese conjunto de dinámicas que desemboca en el asunto del que hablamos -Sánchez, en casa; su mujer, en los tribunales- es tributario de la fragmentación política pero sobre todo lo es de la nula capacidad para establecer consensos entre las dos fuerzas políticas hegemónicas. Hace tiempo que volaron todos los puentes sin que nadie se haya ocupado de recomponerlos, porque así lo decidieron los líderes de los dos grandes partidos, dejemos los porcentajes de cada cuál a gusto del lector. Y la incuria militante se concentra sobre los que respaldan una configuración distinta del poder, sujeta a la búsqueda de conciertos que soslaye la fanatización de las supremacías morales. Que la atmósfera de iniquidades creada en los últimos tiempos ponga al presidente en casa, al borde de la renuncia, es para hacérselo mirar. La política española se merece luces largas.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.