![El discurso de la apariencia](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/02/28/188727754--1200x840.jpg)
![El discurso de la apariencia](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/02/28/188727754--1200x840.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Vamos a ser serios por una vez y abstenernos del guirigay político. ¿Qué es eso de la «pena política»? Sí, la que trata de la asunción de responsabilidades cuando el sujeto en cuestión sólo está vinculado en un caso de presunta corrupción por su posición jerárquica, sin más pruebas que certifiquen su participación en el choriceo que las proyectadas en las meras sospechas. La «pena política» no es sino la pena de la apariencia. Y la apariencia es claramente reaccionaria. La apariencia es una simulación, un engaño, hacer pasar algo por lo que no es. Es mucho peor que la pena del telediario. La pena del telediario se debe a la sociedad del espectáculo. La «pena política» es responsabilidad de los dirigentes sociales. La «pena política» separa a un político de un cargo o de un partido sin probar antes que lo que se dice sobre él es cierto. Lo fulmina por el código de las sospechas. La sospecha también es reaccionaria, como es sabido. Y es hermana de la delación, que en la Generalitat hemos institucionalizado (el PPCV no ha dado marcha atrás a ese ente inventado por la izquierda). La sospecha y la delación son pilares constitutivos de los sistemas totalitarios. La apariencia, la sospecha, la delación: un catálogo que la izquierda ha impuesto en la actividad política diaria sin sonrojarse, aunque lo haya heredado de la derecha. En fin, la «pena política» es inicua, y la del telediario, abyecta. El partido o el gobierno -que es el partido también- ofrecen a la supuesta oveja negra al altar de la guillotina, con el aplauso militante, para dar un mensaje de aparente respetabilidad: el resto no estamos contaminados. ¿Pero, y si la oveja negra resulta que es tan blanca como la cal? ¿Es que nadie respeta aquí la posibilidad de la inocencia? ¿Estamos en un país de lobos? Sí, desde luego. Hay que sacrificar a alguien para que todo siga igual, no importa si es culpable o cándido, inofensivo o bobo. La perversión hecha norma. La orgía desatada contra alguien sin que se demuestren previamente sus responsabilidades en el escándalo que se prejuzga o debate deja apenas sin uso social la posterior intervención de los tribunales. (A veces hasta se podían abstener de ejemplarizar nada: todo está ya de antemano 'ejemplarizado'). La mujer del César no solo ha de serlo sino parecerlo, sentenció un mal día Mónica Oltra dejándose llevar por la acción sin reflexión. ¿Parecerlo? ¿Qué es eso? ¿Serlo es igual que parecerlo? Lo importante es ser, no parecer. Importa la verdad no la apariencia de verdad.
Cuando los políticos aplican la «pena política» están lanzado el siguiente mensaje: el Partido está por encima del individuo, la Causa está por arriba de la persona: millones de esqueletos yacen sobre ese esquema ruin. Legiones de muertos, verdaderas carnicerías por «salvar» a la Patria, a la Religión, al Partido, a la Utopía, conducidos por los gobiernos o las Iglesias de turno. Lo vemos aún hoy. Cuando las singularidades no cuentan, la ideología totalizadora se apodera de las vidas humanas. Hay que salvar al Partido por encima de todo, aún a costa del posible error. Estamos viendo estos días el caso de Ábalos, como antes muchos otros. La condena es anterior a la supuesta implicación del diputado en la investigación que se sigue y, lo que es más surrealista, adquiere tonos implumes del mundo futbolero, del que aprende sus pasos. Cuando va mal el equipo y la afición protesta en la grada, no se echa al equipo de fútbol al completo sino que se expulsa al entrenador, aunque la mala gestión la haya hecho el presidente y los jugadores sean una pandilla de saltimbanquis. La política se mira hoy en el fútbol. Hasta aquí ha llegado la sociedad del espectáculo. Por supuesto, ante un dilema así, Montero y Puig sabrían qué hacer. Y después está lo otro. Hay jueces que actúan como políticos y hay políticos que actúan como jueces. No es que algunos jueces esquiven la naturaleza política de sus actos o funciones. No podrían. Toda ley es «política» por definición -ay, el Derecho Natural!- y también lo es su interpretación y aplicación (lo demás sería constatar la pureza abstracta apartada de cualquier vestigio de sociedad). Lo que sucede es que algunos jueces ejercen como vicarios de la actividad política más cotidiana. Y lo mismo en la otra parte. Los políticos se invisten de jueces -caso de Ábalos o Rodriguez- o bien trasvasan parte de su responsabilidad a fiscales y togados. El resultado es un ambiente de enajenación nunca visto desde la restauración democrática. La orgía de confusión desborda cualquier marco clarificador de los límites entre los poderes y posee su origen en las constantes denuncias trasladadas desde la política a los tribunales en un viaje que dura ya lustros. La izquierda ha aplicado esa estrategia con una alegre rutina -sin pensar en sus consecuencias a largo plazo- y la derecha se subió al carro en cuanto pudo. No se trataba de pillar al granuja o al pícaro o al delincuente, que eso es otra cosa. Se trataba de erosionar al adversario con la vista puesta en las elecciones futuras. La pena política, otra vez. La pena del telediario, de nuevo.
El resultado es la fundación de un imaginario colectivo desacreditador de la política, incentivador de los populismos, alimentador del Estado de Sospecha permanente y abrasivo para los nuevos actores políticos y los funcionarios administrativos y judiciales. Y una cosa es que haya pillos y otra, distinta, es que se haya instalado la idea, propiciada por ese ambiente vesánico, de que la generalidad de acción política o cualquier político sea sospechosa/o solo por el mero hecho de existir. Del caso Rodríguez nadie pidió explicaciones y el PSPV (o PSOE de la CV) aún ha de extraer del baúl el manual de los descargos. No es cómodo interpelar a los aparatos del Estado sobre las acusaciones primarias o vaporosas, pero cuando los mismos aparatos notifican que se han equivocado, cosa bastante común porque nadie es perfecto, se ha de homenajear a la 'víctima'. A Rodriguez lo arrestaron en la plaza pública, y ya hemos visto como ha quedado la cosa. A Ábalos es que ni eso. A los dos se les ha aplicado la «pena politica». Y la del telediario, claro. Menos mal que vamos hacia una sociedad más próspera, noble, solidaria y feliz.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.