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Feijóo, Catalá y Mazón, en el balcón del Ayuntamiento de Valencia. EFE
Los dominios del centro
Análisis

Los dominios del centro

Lo que le sucede al PP de Feijóo es que no logra visualizar la foto fija del futuro próximo y por ese motivo sufre una crisis de identidad. ¿Hacia dónde dirigirse?

Lunes, 25 de marzo 2024, 23:36

El PP de Feijóo anda sumergido en un mar de dudas por dos razones básicas. Primero, tiene el enemigo en casa, Vox, que forma parte de algunos gobiernos autonómicos. Segundo, no sabe qué hacer con las actuales radicalidades de los nacionalismos catalán y vasco. Quiere conducirse hacia el centro pero topa con los límites del problema catalán, y eso le impulsa a colocarse en las orillas de Vox. Y cuando se acerca al credo de las protestas callejeras de Vox y asimila en parte el mensaje, pierde el centro. En realidad, lo que le sucede es que no logra visualizar la foto fija del futuro próximo y por ese motivo sufre una crisis de identidad. ¿Hacia dónde dirigirse? ¿Cuál es la posición ante los evidentes cambios del mapa español? Que es lo mismo que decir: ¿hacia dónde se encamina la suma de las partes de lo que denominamos España? El suelo se mueve, es un hecho, y sin embargo el peso de la narrativa del PP nacional le ancla en el pasado más clásico. El no poder acotar esa imprevisibilidad, sujeto como está a determinados atavismos, le lacera y le confunde. Y aún le desasosiega más y le causa mayor extrañeza el enfrentarse al desparpajo de Sánchez, cuyos movimientos impensables hasta ahora sobre el encaje español -en un partido 'españolista', y he ahí una de las claves del desconcierto- dinamitan más si cabe los espacio referenciales del PP. ¿Que lo hace por mantenerse en el poder? Desde luego. Pero eso solo es un aleteo de mariposa. No confundamos las cosas o nos armaremos un lío. Lo sustancial es el fondo, lo que permanecerá, no las líneas sensibles de la superficie, ni el prosaico móvil que espolea a Sánchez.

Feijóo reside, pues, en una conjetura no resuelta. Sin embargo, sabe que es en la centralidad donde se asientan las mayorías y es ahí donde habita el espacio del reformismo: el que otorga los largos plazos de estabilidad y de hegemonía social. Y sabe también que tiene el campo libre porque el PSOE lo ha abandonado al arrastrarlo sus socios hacia posiciones pseudoizquierdistas y hacia una incómoda pulsión de simbologías soberanistas que generan perplejidad entre sus votantes más tradicionales. (Le sucedió, en esta tierra, a Ximo Puig, que no logró desvincularse, ni siquiera a última hora, de Compromís y Podemos, cuando esta última organización política convocó a los espíritus del maximalismo antisistema. Pese a los esfuerzos de Puig por restaurar la mesura, la centralidad voló como vuela un cachirulo en una tarde ventosa de mayo).

El dilema del PP de Feijóo nada tiene que ver con los obstáculos del PPCV de Mazón. El escenario donde se maneja el presidente de la Generalitat es ajeno al de las identidades españolas y al de sus nuevas cartografías. Y está distante del ruido y la furia, y de las incomodidades que produce ese debate. Mejor. Más tranquilo. Esta periferia, en ese sentido, es un balneario. De modo que Mazón, más allá de su alianza con el conservadurismo axiomático, que intenta ubicar al Consell en sus dogmas, busca las posiciones centristas como si en esa tarea le fuera la vida. Y lo está logrando. A grandes rasgos, claro, porque de vez en cuando se le desprende del guión un Guillem Agulló aún a su pesar y ha de rectificar a su grupo en las Corts. (La alcaldesa Catalá le dijo a Vox que no, que no retiraba una placa dedicada a Agulló, pero es que la alcaldesa Catalá -que sólo dejó entrar a Vox tras las generales para no embarrar la estrategia de Feijóo y que les afea sus tonos antifeministas- cultiva los bancales del centro con mucha calma).

La lógica dice que Vox menguará porque es una anomalía en esta periferia alanceada por otros desasosiegosXimo Puig no logró desvincularse, ni siquiera a última hora, de Compromís y Podemos

En cualquier caso, Vox acabará saliéndose del mapa -no del territorio, cosa distinta: el territorio es la realidad; el mapa, una alegoría-, y aún saldría más del imaginario político si no le hubiera entregado el PPCV el departamento de Cultura. La lógica dice que Vox menguará porque es una anomalía en esta periferia alanceada por otros desasosiegos y sobre todo porque Mazón juega sus bazas para que el pitido final del partido cumpla con la génesis de su estrategia. Ahora bien, el escenario nacional no es el de la CV, pese a las analogías electorales o sentimentales del paisanaje de aquí. Feijóo no reina en España porque se precipitaron los pactos autonómicos con Vox, y ese rechazo frente a la amalgama con el más genuino tradicionalismo carpetovetónico acabó engordando las urnas de Pedro Sanchez, sobre todo en Cataluña. Vox es antiautonomista, y Feijoó se halla emparedado en un sandwich político de muy difícil digestión donde uno de los lados está representado por los viejos fantasmas del conservadurismo montaraz y el otro por la cuestión catalana (y vasca) actual, cuyo universo ya no es el que protagonizaba CiU. Si no debilita uno de los lados -el ultraconservador- no fortalecerá el otro, el de mayor conveniencia, donde reside la partitura por la que brota la música catalana y vasca (los nacionalismos catalán y vasco, hoy metamorfoseados en rocosos postulados ígneos), música que hay que interpretar. Sin esa comunicación el PP se puede precipitar al vacío. Como ya ocurrió. Sin Cataluña y el País Vasco no se puede gobernar España, o se gobernará una España incompleta, aunque el 'constitucionalismo' aumente en las elecciones de mayo.

Cierto es que el latido conciliador actual con esas periferias no puede ser el mismo que con el pujolismo, claro. Hasta el pujolismo el nacionalismo catalán siempre ha querido mandar en España, ahora quiere emanciparse. Pero es de una evidencia pasmosa que las reclamaciones del soberanismo catalanista las está deglutiendo con dolor el PSOE de Sánchez, cuyo desgaste, además de la esquivez desatada en parte de sus dirigentes y la militancia, y fuera de ella, resulta indudable. ¿Le parece al PP poco sacrificio, más allá de los fines consistentes en conservar en el poder? ¿No sería más razonable aprovechar la circunstancia? Si el adversario foráneo acomoda y despeja el campo hostil, ¿no sería lógico disolver el discurso de la trinchera y abrirse hacia otras tonalidades? Las elecciones gallegas afianzaron a Feijóo, pero no despejaron los fantasmas soldados a su partido: las dudas. Está por despejar aún la definición de PP con un ámbito político que ha mudado las referencias ante los nacionalismos periféricos y que es inviable de abordar desde el frentismo. No se observa que el PP de Feijóo esté preparando esa transición -dejemos las filtraciones sobre el acatamiento de la amnistía a un lado- hacia un ideario más acorde con el actual estado biológico catalán. Pero es ineludible. Las mayorías se alojan en el centro del arco político, no andan por los núcleos de las políticas ultramontanas, como muy bien ha visto el presidente Mazón: no solo apela en las grandes cuestiones a la necesidad del consenso con la izquierda, sino que sus gestos hacia Compromís o el PSPV resumen todo un manifiesto iconográfico: se trata de situar a Vox en el mismo plano de equidistancias gestuales que sus adversarios, retirándole peso específico. (Si buscáramos el destello fundacional que anunció el inicio del viaje al centro de Mazón tras la etapa electoral, ya desde las Corts, refulgiría el 'obsequio' que hizo a Compromís cediéndole un asiento en la mesa de les Corts, que ocupa Maria Josep Amigó. Ese 'pacto' -que no quebró los huesos de Compromís- fue más que un síntoma: inauguró, con majestuosa luminosidad, la ideología de la centralidad y el equilibrio gestual tras haber pactado con Vox).

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