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Estellés y el respeto a la cultura

Si ascendemos esa espiral lógica, ¿es que la Generalitat no va a rendir homenaje a ningún escritor, artista plástico, arquitecto, músico, de ahora en adelante?

Viernes, 6 de septiembre 2024, 00:05

Desaparecido Vox de sus asientos en el Consell, sería de muy difícil explicación que la Generalitat, como institución, no levantara la mano para conmemorar el centenario del nacimiento del poeta Vicent Andrés Estellés. Uno de los principales cimientos de la democracia se funda en la defensa de las ideas, de todas, y en el respeto y la tolerancia hacia las que no coinciden con las tuyas. Los errores se admiten en democracia. No pasa nada. O no debería. La obcecación hacia la divinización del error, a sabiendas, ya trasciende otros planos ideológicos, más amenazantes y peligrosos. El hecho de apartarse del aplauso colectivo a Estellés que le tributa la cultura valenciana y española, un aplauso consagrado hacia su obra -no hacia sus ideas, sino hacia sus textos-, que es enorme y magna, escrita en la lengua en la que hablaba él y sus padres y sus vecinos, constituye un síntoma vinculado a una anomalía que encierra muy poca defensa. La cultura está -ha de estar- muy por encima de las manías, caprichos, arbitrariedades u obsesiones. Si no fuera así, ¿cómo podríamos rendirnos a la obra de Céline, una de las grandes del siglo XX, cuyas vinculaciones con el fascismo fueron notorias? ¿O a la de Pound, ideólogo de Mussolini? ¿Cómo podríamos celebrar algún poema de D'anunnzio escrito con el Duce al otro lado de la mesa? ¿Cómo reverenciar la obra de Heidegger, ese gigantesco filósofo que cubrió el XX, con su acatamiento al Führer? ¿Y el mismísimo Josep Pla? ¿Y Mann, con su antisemitismo? ¿Y Wagner? ¿Y aquellos que detestan el conservadurismo en todas sus acepciones? ¿Y Neruda? ¿Y...? Unos y otros, y en diversas circunstancias sociales y políticas, han observado pautas o han encumbrado ideas de muy difícil justificación, y algunas por debilidad física incluso. Por temor al poder. Que se le va a hacer. Su obra, sin embargo, está por encima del tiempo y de los avatares ideológicos al uso. O permanece, precisamente, por manifestar las pulsiones de su época. En fin, cosas sabidas.

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Los rituales de devoción con la cultura -con el mundo de las letras, de las artes- son ineludibles para cualquier gobierno, aunque colisionen sus universos y sus ideas. Obviaremos el referente, ya clásico, de De Gaulle con Malraux, que venía del troskismo, porque Francia es Francia. Pero en estos pagos -los nuestros- es inexcusable regresar a edades polvorientas o remilgosas, y a batallitas tontas. Por otra parte, guardar silencio, o no evocar a Estellés en el centenario de su nacimiento resulta políticamente una celada: una emboscada organizada por los mismos que decidieron obviar la conmemoración. En efecto, si ascendemos esa espiral lógica, ¿es que la Generalitat no va a rendir homenaje a ningún escritor, artista plástico, arquitecto, músico, de ahora en adelante? ¿Cómo justificar el vacío hacia Estellés si pasado mañana habrá que conmemorar cualquier aniversario de Miró, Blasco, Brines, Gil Albert, Max Aub, Renau, Alfaro, Vives? Ausente Vox del mapa institucional -aunque quede algún rescoldo por ahí- cualquier gobierno democrático ha de arrinconar la cultura de la cancelación, que, paradójicamente, ha adoptado la izquierda volátil. Alguna reticencia hubo tras la salida de Marzá de la conselleria de Cultura con el gran Chirbes, se supone que porque escribía en castellano. La cultura de la cancelación va contra la cultura, además de ser antidemocrática. Cualquier viaje al centro político ha de pasar por la demolición de determinados apriorismos torpes y por la ampliación de la mirada hacia las obras artísticas, sean cuáles sean, posean significados o no, en el convencimiento de que la obra de arte, la literatura o la música siguen letras y sonidos de un individualismo anárquico que les hace imprevisibles con la corrección política. Dado que tenemos la facultad de concebir tiempos de futuro -no como los elefantes-- y dado que las autoridades ostentan la representación que se les otorga, mantengamos la esperanza de relegar las abyecciones y rechazar, sobre todo, aquella alegoría regresiva que consistía en haber nacido viejos y poco a poco alcanzar la infancia hasta dormir vencidos en el líquido amniótico. A veces, los valencianos, parecemos cumplir fielmente ese mito: el de la regresión infantil. Permítanme decir la última obviedad. Como es bien sabido, alcanzado el Palau, el presidente Mazón, al que nadie pondrá en duda sus virtudes democráticas, gobierna para todos los valencianos, para los que le votaron y para los que no. Hay un Estellés, de epopeyas y grandes causas, de destinos y pueblos, que a mi me deja más bien indiferente, y hay un Estellés del que decía Pla que había transportado el periodismo de su oficio a formas literarias excelentes, de un «realismo complejo y poético», y ese es el que más me interesa. El presidente Mazón cita a Fuster y ahora le falta citar al Estellés 'balzaquiano', como subrayaba Fuster. Los errores, y no está Vox, están para superarlos. No hay tiranías en el pensamiento. Menos en la poesía.

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