![De extravíos y partido](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/03/30/189634245--1200x840.jpg)
![De extravíos y partido](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/03/30/189634245--1200x840.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Pascual Madoz, autor del diccionario geográfico-estadístico y ministro de Hacienda en el bienio progresista, legó una sentencia que contradecía el pensamiento libre: «A mi partido« -dijo en 1865- «lo sigo yo hasta en sus extravíos». Resulta incómodo observar cómo el tiempo se ha detenido en ciertos aspectos regresivos: el enojoso problema del exclusivismo partidista sigue anulando la función crítica como método ineludible para interpelar la realidad próxima y para interpelarse a uno mismo. Los congresos de los partidos suelen aparcar muy a menudo las pulsiones ideológicas subyacentes para rendir devoción al poder y a toda la gestualidad derivada de su psicología: aclamaciones a la inflamada palabra y a las invectivas, emociones acaloradas hacia las siglas, culto al líder, tributos y adulaciones a los argumentarios rutinarios, y una permanente gratitud ante el máximo dirigente por si otorga alguna prebenda a lo que no se puede corresponder. El síndrome ya fue descrito por Stuart Mill en 'Sobre la libertad'. Que el orden de las cosas es el mismo que el de las ideas se ratificó hace unos días en el congreso de Benicàssim del PSOE valenciano, como si el ritual estuviera obligado a cumplir una inercia de muchos años. La imperecedera obcecación por armar una ejecutiva a fin de gratificar a un variado plantel de dirigentes, contrarrestar los dominios de otros o equilibrar los puentes de mando para facilitar el tránsito amable del líder/esa del partido, abandonándose por tanto a prácticas antiguas y al parecer inextinguibles, acabó por postergar los criterios objetivos de la ceremonia asamblearia que coronó a Diana Morant. Si escogiéramos términos marxianos para definir lo sucedido, diríamos que, en efecto, el valor de cambio eclipsó al valor de uso: no circulaba lo que valía sino que valía únicamente lo que circulaba. Pese a tratarse de un congreso extraordinario, constreñido por tanto en sus propósitos, el que las «materias de deliberación» se concentraran únicamente en el semillero de nombres y cargos de una ejecutiva trufada de nuevo por el gigantismo -56 miembros, lo que difunde algunas dudas sobre su eficacia real- y moteada de departamentos pintorescos -gestión del talento, alianza intergeneracional, salud mental- enfatiza la sospecha de una abdicación temporal de los compromisos que enfrentan al PSOE valenciano con la sociedad. Y no son pocos, ni son sencillos de resolver. Un partido no es sino un instrumento para dar voz a la ciudadanía, para canalizar sus desasosiegos, administrarlos y transformarlos en un mayor bienestar: el escaparate que se proyectó desde Benicàssim resultó una mímesis del clima político general y ofreció su misma medicina sin separarse ni un milímetro del áspero guión. Del guión de la política española, convertida en un griterío entre fuerzas. Un escenario sobre el que resplandece la furia y donde el universo se divide en dos polos: la negación de los contrarios y la idolatría de los propios. Naturalmente, la ciudadanía asiste estupefacta a esa epifanía del rencor mientras la política manufactura problemas en lugar de resolverlos. En ese cuadro nacional, hasta hubiera resultado pintoresco o incomprensible que la cita de Benicàssim rodara por otros derroteros en lugar de envolverse en la pringosa agenda actual. A ese imaginario contribuyó el aterrizaje de los principales actores del gobierno socialista. Era lo esperado. Y, sin embargo, algún desafío corrector de ese imaginario aún se esperaba en Benicàssim.
¿Y los dilemas y las esperanzas que acompañan a la socialdemocracia valenciana? Cuando el discurso de la deliberación se minimiza y pierde campo ante el discurso de la glorificación, la posibilidad de amplificar lo simbólico en detrimento del análisis aparece como una amenaza factible. No se trata de ahondar en la ideología de la derrota (la que sufrió el Psoe valenciano en mayo, pese a su leve subida en votos y diputados) pero resulta inverosímil desdeñar una lúcida constatación de cuál es el estado actual de la organización valenciana y cuáles han de ser las políticas reformistas a seguir para volver a vincular a la ciudadanía -distanciada de esas siglas: en 2003, 35 diputados y 974.000 votos; en 2023, 31 diputados, 691.000 votos- con los anchos cauces de la modernidad y la modernización, soslayando los vicios pseudoizquierdistas de las correcciones políticas, reprobando el cada vez más omnipotente binomio del bien y el mal y cancelando el lenguaje del frentismo y la polarización. A la cultura socialdemócrata le corresponde la tarea, entre otras, de incrementar la calidad democrática despreciando el territorio de la negación si es que no desea alimentar el descrédito y el desinterés ciudadano. El impulso de la transparencia en la esfera pública y la fiscalización del poder son dos vastos cometidos del PSOE valenciano, ahora en la oposición. Pero al gobierno hay que denunciarlo cuando abusa, criticarlo cuando se equivoca y elogiarlo cuando acierta. El error de perspectiva al no aplaudir al gobierno del PPCV -y la pauta se extiende a otras siglas y en todas direcciones, claro- cuando acierta o rectifica es una de las esclavitudes latentes de la antigua cultura de la resistencia comunitarista, de la que no se ha desempolvado del todo la izquierda reformista, ni siquiera cuando ha ocupado el altar del gobierno. Aún perduran sus atavismos.
Como decía un personaje de Le Carré, nos castigan por los crímenes que no hemos cometido y salimos impunes de una gran estafa. El «crimen» originario la nueva secretaria general, Diana Morant, más allá de las vicisitudes en su elección, nace de su fastidiosa bicefalia. Su doble función al pertenecer al gobierno de España como ministra de Ciencia y al mismo tiempo liderar la oposición en esta autonomía constituye una singularidad que lejos de fortalecer su anclaje identitario, lo que hace es desdoblarlo, confiriéndole una mayor fragilidad. Es presumible que ante esa condición dual, el PPCV busque un espacio de inestabilidad permanente frente a la más que probable prudencia de la ministra respecto a las reivindicaciones históricas de la CV. El conflicto de ser arte y parte a la vez -gobierno y oposición al mismo tiempo- se ha sustanciado de inmediato en la carta institucional enviada por el presidente de la Generalitat a la secretaria general para tratar sobre la ya clásica agenda valenciana, una celada instintiva preparada por el PPCV -tras observar cómo en Benicàssim los representantes gubernamentales eludían esas reclamaciones- que engulle los protocolos habituales en plazos y días concedidos al adversario tras su investidura. El desvarío laborioso -y empobrecedor- de la dialéctica política actual se balancea entre el regate corto y la zancadilla furtiva. Las leyes del «optimismo histórico», tan comúnmente exaltadas tanto por la escuela liberal como por la socialdemócrata, otorgan, sin embargo, una cierta confianza todavía en la intención de alcanzar acuerdos sobre algunos objetivos compartidos, y quizás concedan una cierta fe caritativa en la reducción de los campos de minas que a diario siembran el gobierno y la oposición.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.