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Las fallas cósmicas

Las fallas cósmicas

Valencia ya no respira únicamente el aire genuino de la fiesta fallera sino el aire excesivo que traen los foráneos llegados a Valencia para envolver la fiesta

Miércoles, 19 de febrero 2025, 00:01

Hacia mediados de febrero, si no antes, en Valencia, ya todos somos falleros. San José se hace carne y habita entre nosotros el 19 de marzo pero es igual: la penetrante atmósfera fallera sorbe, aspira, acordona al personal indefenso de a pie, lo extirpa de su condición doméstica y lo engulle como si engullera un vulgar cacahuete. Nadie se salva del engullido porque no hay manera objetiva de transgredir la física y la metafísica de las fallas, que, ya digo, comienzan no cuando febrero cae sino casi cuando febrero enseña sus albores. Como si las fiestas falleras poseyeran la capacidad ultrahumana de rebelarse contra la humanidad, tal vez el año que viene esa atmósfera se origine ya en enero, o en verano, hasta cubrir el año entero. Como Hal en 2001, la odisea en el espacio. Lo cierto es que, siguiendo a Pablo Salazar en este trance, que se nos escapa de las manos, la enorme jaula de la plaza del ayuntamiento se alza ya majestuosa para advertirnos, por si algún vecino despistado es dado al olvido, de que, en poco tiempo, Valencia entera atronará por las calles y cantará el fallero del maestro Serrano (o serán las cornetas y tambores, que vienen usurpando el trono del pasodoble mítico). Si el vecino despistado desea, en un gesto atolondrado, transitar por el centro de la plaza, habrá de rodearla mientras hace una reverencia. Eso no es nada, porque las churrerías y demás artefactos propios del 'mercado fallero' -las fiestas falleras son un mercado: o eres mercancía o no existes- ya comienzan a aposentarse, a marcar su espacio casi instintivamente, para en poco tiempo desprender ese olorcito a falla que nos identifica y nos somete a la vez. Las 'mascletaes', por otra parte, comienzan casi tres semanas antes de San José, ese santo que, como digo, debería regular las desmesuras, los excesos, la desproporción barroquista, las hipérboles sin 'trellat', atendiendo a su condición, pero que también él mismo está sobrepasado. ¿Cómo hablarles a los alemanes y a los europeos/europeos de productividad? ¿Qué fiesta en cualquier ciudad europea se prolonga durante cerca de un mes? Miquel Ramón Izquierdo, Ricard Pérez Casado, Rita Barberá, Joan Ribó, los últimos alcaldes, o ampliaron unos los días de les 'mascletaes' o decidieron perpetuarlos hasta los límites infinitos de la actualidad. Si hubiera sido por Enrique Real -concejal de fiestas de Ricard- hubiéramos tenido 'mascletá' todos los días del año, hasta en viernes santo. Anteriormente, al parecer -que hablen los historiadores de la fiesta- el ritual sonoro y valencianísimo se circunscribía a los días más cercanos a la semana fallera en sí (y para sí), por decirlo así. Lo que hay ahora, esas dos semanas largas/largas de cohetes artísticos y de ritmos humeantes, coinciden con una evolución progresiva e invasora que la izquierda asumió como si le robaran el alma: oiga, más falleros que nadie, se acabaron las élites, arriba la cultura popular, las fallas, las 'mascletaes' y los bous al carrer y no al carrer. (Al parecer, la izquierda hizo una interpretación un tanto excéntrica de la 'cultura popular' de Gramsci, o la interpretó a la valenciana, que también puede ser, pero esa es otra cuestión). El asunto, ahora y aquí, es que a ver quién coge el toro por los cuernos y rebaja los días de las 'mascletaes', los días de las churrerías, los días de la mera invasión. Nadie. De momento, la actual municipalidad lo que ha hecho, y hecho bien, es proteger los monumentos de las gamberradas, porque es que hasta la fuente de la plaza del Correo Viejo, donde el protagonista de 'Els treballs perduts' vivía en su palacete (ahora será de la EMT o los regantes, qué cosas), servía para depositar los gin tonics y hacer botellón. Y las paredes de la lonja se convertían en un meadero público. En unos lustros de nada, las fallas se han sobredimensionado tanto (ya decía Ximo Puig que ni eventos mundiales ni nada, las fallas eran nuestro reclamo al mundo), se han destacado tanto ya en el mapa de la globalización de los espectáculos, que han sufrido una revolución silenciosa (silenciosa por decir algo), y esa es la cuestión: Valencia ya no respira únicamente el aire genuino de la fiesta fallera sino el aire excesivo que traen los foráneos llegados a Valencia para envolver la fiesta. Éste es un salto cualitativo que hay que atender y entender. No sé si me explico. El orden se ha trastocado. Ya no hay que gestionar unas fallas sino que lo que hay que gestionar es a las masas que se presentan en Valencia por las fallas. A las fallas les ha sucedido un lance físico incuestionable y conocido: la acumulación de la masa (de las masas en este caso) ha provocado la aparición de un fenómeno nuevo, una nueva dimensión independiente que gravita sobre el orden normal pero que ya es imposible de dominar con los utensilios al uso. Ya lo dejó escrito Canetti: nadie puede con el poder de la masa porque tiende a crecer como una criatura, tiene su propia densidad, está siempre en movimiento y supera una y otra vez su disolución. Que la masa contemple o aprecie las fallas ya es otra cosa. No es nunca el autor -el artista fallero- el que hace una obra maestra: la obra maestra se debe a los lectores, a la calidad de los lectores, y a los visitantes, a la calidad de los visitantes, y resulta que en estos momentos Valencia pone las fallas, sí, pero los visitantes -es decir, los turistas- lo que desean, más que observar las fallas y emocionarse, es penetrar en las 'parafallas', es decir, en el cachondeo, la juerga, los gin tonics y si acaso mear por ahí. En su autobiografía, Cellini cuenta que cuando su Perseo fue fundido en bronce en Florencia tres mil personas se agolparon en la calle. Tantas, que la municipalidad no sabía qué hacer. Nuestros Perseos son las fallas, los artistas logran resultados virtuosos, los falleros cumplen con sus ceremonias tradicionales, pero administrar las nuevas formas 'tradicionales' y la avalancha del personal no es nada fácil. El 'mercado fallero' puede con todo. Hasta con las pulsiones políticas. Calles cortadas, churrerías, carpas y no carpas, cohetes callejeros, vallas aquí y allá, masas, y allá, al fondo, emergiendo por encima de las cabezas, desde un lugar imposible, como disculpándose, la falla, el monumento, la obra, lo que hay de verdad que contemplar si todas las barreras anteriores van cediendo amablemente el paso. ¿La productividad cotidiana? Bien, gracias.

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