Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo

El mundo en la CV no ha cambiado tanto en tan poco tiempo como para que el presidente Mazón no se enfrente a los mismos desafíos con los que se peleaba el expresidente Puig hasta hace bien poco. Los alrededores sí que han sufrido traumas. España está más polarizada, si cabe, que hace cinco meses. Pero esa es otra historia, que altera la dinámica de aquí pero que no afecta a los demonios 'familiares'. (Hay discursos estáticos sobre la España unitaria, aferrados a los fundamentalismos ochocentistas, como si el tiempo se hubiera detenido cuando se inventó el tren, y los hay que intentan abandonar el esencialismo y encajar el eterno problema español desde otras perspectivas: sin consenso entre los dos grandes partidos va a ser difícil.) Si nos ceñimos a esta porción de España, que es a lo que vamos, el Consell del PPCV acaba de expresar en los presupuestos -intuyo que 'gobernados' por Eusebio Monzó- su credo político, y no parece que los preceptos neoliberales anunciados por los acalorados profetas del cataclismo universal emergan boyantes en los subrayados de las cuentas. No se aprecian, digo, a poco que observemos lo expresado por los medios de comunicación. Justo al revés: se anuncia que va a proseguir la «nacionalización» de los hospitales de Dénia y Manises continuando la línea del anterior Consell, lo cual es paradójico. Es decir, que en esas esquinas socioeconómicas y más allá de la flexibilidad en los rigores impositivos, no ha habido un corte drástico, ni se percibe una negación del pasado inmediato. Veremos más adelante. En todo caso, la dialéctica encendida sobre la indisolubilidad de España (como si España fuera un material soluble) u otras retóricas de vuelo parecido no deberían ocultar el fondo de la cuestión, al margen de las salidas serranas del titular de Cultura (un error, el del PPCV, dejar esa área en manos de Vox: es un departamento ideológico y le hurta transversalidad). Los ejes centrales de la política, sin embargo, están marcados. Y los retos también. Algunos llevan polvo viejo en las entrañas (provienen de Zaplana o de Camps: el conflicto de la infrafinanciación, las relegaciones presupuestarias). Otros son genéricos, como los fármacos de larga duración: el medio ambiente, la transformación digital, la lucha contra la elefantiasis burocrática. Y algunos tal vez obtengan una leve mejoría desde los propósitos liberales siempre y cuando no se caiga en la tentación intervencionista: la sistemática preocupación por el orden económico y el apuntalamiento de la concepción del empleo desde la iniciativa privada. (Insisto, la política de las palabras, en este Consell o en el otro, volcada hacia la opinión pública, es otra cosa: se puede apostar por ampliar las libertades, por glorificar himnos patrióticos o buscar enemigos exteriores, por conservar o aplicar nuevas miradas sobre las cosas, o por jugar a la coerción, pero el 'programa' elemental ya lo estableció Keynes mucho tiempo atrás: «el problema político de la humanidad consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual»).

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Todo está más o menos en su sitio, por tanto. Y, sin embargo, hay un desafío, que atañe a la concepción colectiva, que no podrá resolver el presidente Mazón. No encontrará la solución, digo, porque el asunto no es unilateral sino colectivo, atañe a las élites pero impregna a la ciudadanía, formada en la desidia o en la inercia frente a las aspiraciones generales. Se trata de 'reparar' la posición que ocupa la CV en el tablero nacional: irrelevante. (No hará falta describir aquí y ahora, como ejemplo, las últimas «transferencias» a Cataluña o el País Vasco suscritas bajo el techo de intereses de la nueva situación parlamentaria o la pérdida del sistema financiero valenciano cuando gobernaban Zapatero primero y Rajoy después). Todas las ecuaciones políticas inventadas a fin de superar la ancestral invisibilidad de la CV han fracasado. El pecado original persiste: si la CV no desplaza poder, no cuenta. Ese déficit histórico lo han intentado superar todos los presidentes anteriores a Mazón sin éxito. Zaplana quiso darle la vuelta con algunas herramientas económicas, y también Camps con ejes autonómicos imaginarios, y también Puig, que se volcó en el territorio de la dialéctica política para acrecentar la presencia de la CV en los medios de comunicación 'nacionales'. Nada. El trauma original ha recorrido estos últimos 40 años como un eficiente fantasma, a veces desde la penumbra, a veces desde voces muy encendidas, y sobre todo produciendo miles y miles de páginas. Los desequilibrios con que encara el futuro la CV no provienen del presente sino del pasado: de un pasado desarticulado e indeciso. Buena parte de los antagonismos, de las perspectivas fallidas, de los desajustes políticos, de las polémicas lastrantes, de los conflictos domésticos (que anestesian la cohesión y el impulso unitario), de los prejuicios y nebulosas locoides proceden de ahí. La CV no ha forjado una idea fundacional común dispuesta a 'unificar' un destino ordinario con el que presentarse en el mapa español desde una cierta solidez. No preocupa al resto de España, no infunde respeto. Sólo preocupa como granero de votos. O como vía para despejar o enjuagar contrariedades (Madrid trasladó el discurso sobre la corrupción hacia la CV como si por aquí tuviéramos la exclusiva de la picaresca, y allí, o en otras partes de España, los humanos fueran vírgenes, nobles, desinteresados y de una honradez apolínea). A la CV la han sangrado las distintas convicciones sobre su identidad, una verdadera ensalada de visiones y espejismos: regionalismos de toda la escala cromática, nacionalismos invasivos, valencianismos de corte unitario o moderado, españolismos sujetos a vetustas homilías, todo el embrollo de las vías -primera, segunda, tercera-, las desganas y dejadeces vestidas de pragmatismo. Un largo etcétera de complejos y de visiones, programas y ensoñaciones, de muy distintos peraltes, se diría que confabulados todos para evitar que se hayan alcanzado compromisos cohesionadores. La CV vive en una confrontación de prédicas eterna y, por tanto, neutralizadora. La angustia sobre un pasado inconexo debilita el presente y emborrona el futuro: los carcome. Ni siquiera se ha consensuado una mitología útil o provechosa.

Hasta el momento, los distintos gobiernos valencianos han mantenido a raya esos demonios familiares como han podido, no sin cierta ansiedad. Pero el trauma sigue vivo y la prueba está en que cada Consell, a poco espabilado que esté, reescribe la historia inmediata como le conviene, quizás como medida profiláctica, como si quisiera acentuar que los cimientos son enclenques. (Por decirlo a lo bruto: Extremadura sabe lo que es; Cataluña, también, aunque no sepa hacia dónde se dirige; la CV vive una descodificación permanente). Vamos a ver como el PPCV post botanic de Mazón navega por ese rompeolas, que es el de las identidades inseguras, y el de su correlato, la legendaria afonía de la CV en el conjunto español, enfatizada más aún si cabe en los últimos días.

Los desequilibrios con que encara el futuro la CV no provienen del presente sino de un pasado desarticuladoTodas las ecuaciones políticas inventadas a fin de superar la ancestral invisibilidad de la CV han fracasado

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