Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo

Las primarias -y éstas abortadas lo eran para relevar al secretario general del PSPV- llevan inoculada indefectiblemente la retórica del cambio. Digo retórica y no necesidad puesto que, en cierta medida, en esas parcelas nos movemos -nos movíamos- en el reino de las apariencias. Si se trata de convencer a la militancia de determinadas aptitudes personales, transformaciones orgánicas o proyectos políticos, los instrumentos para ese ejercicio de persuasión a veces exceden el diálogo con las bases para acabar imitando las leyes del marketing más prosaico. Ahora bien, toda retórica de cambio significa, de entrada, una impugnación o revisión de la etapa anterior. También una afirmación, en algún caso, aunque siempre habrá algún matiz de discusión con el pasado inmediato: la posibilidad de dudar si la última derrota electoral, por ejemplo, sólo se debió a factores externos. Pero ése es un lastre que arrastran las primarias casi por definición. La contemplación de lo anterior desde otras miradas. Y para eso están, claro. Cuando el discurso del cambio se proyecta desde la oposición contra el partido gobernante, no pasa nada: el mensaje cohesiona a la militancia. El problema surge cuando el mensaje se vierte sobre el propio partido -para renovar políticas, para adaptar modelos, para corregir distintos aspectos o superar contradicciones- porque entonces resulta inevitable examinar la etapa previa. El secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, ha liquidado esa posibilidad de deliberación de un plumazo.

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En todo caso, ese proceso metabólico se puede encarar de muchas maneras. De forma gruesa (Romero, 1997) o de forma suave (Pla, Alarte). Hay que tener en cuenta, enseguida, que los procesos en el PSPV plagian todo el arsenal temático de las tragedias griegas. O sea, que sus enseñanzas y conflictos dionisíacos o apolíneos ya estaban escritos hace dos mil años. Es la misma naturaleza humana -sus últimas fronteras, sus costuras, sus grandes demonios, su fuerza vital, sus locuras ciegas, sus sumisiones- la que está en juego y se exhibe al desnudo ante la opinión pública. El PSPV necesita de lo dionisíaco para sobrevivir, como demuestra su historia, y quizás en parte, por eso mismo, esta vez el oficialismo se ha equivocado al pensar que el socialismo valenciano respondería a los intereses del consenso. ¿Se ha equivocado? No. Ferraz ha venido a refrendar su posición dando una voltereta alucinada con la complicidad de algunos aspirantes a liderar el PSPV, cuyas esperanzas ya no coincidían con sus expectativas.

La tesis oficial se cimentaba en que había que evitar el escenario acontecido tras la pérdida del Consell en 1995, cuyo temblor derivó en el convulso congreso de la Politécnica de 1997. Joan Romero se alzó entonces con la secretaría general sobre la idea de la renovación crítica -releyendo la etapa anterior de Lerma- en lo que, siguiendo esa tesis, sería su consecuencia inmediata: la división del partido y la sombra alargada de la oposición durante dos décadas. Esa argumentación resulta controvertida, cuando menos. En primer lugar, Felipe González había sido derrotado y el PSOE había entrado en una etapa desquiciada, enormemente convulsa, que conduciría a Almunia a suceder a González en medio de un océano de crispación. El 'horror vacui' impregnaba la formación política, y una de sus epifanías ígneas se desplazó también hasta el socialismo valenciano. ¿Es posible comparar aquella situación con la de hoy con un gobierno de España en manos del PSOE y una gran estabilidad en la secretaría general? No parece muy sensato trazar analogías que ofrezcan resultados explicativos razonables. Sobre lo segundo -la larga noche en la oposición- basta subrayar el exceso de arrogancia de la interpretación. Es imposible atribuir sólo a los errores del PSPV la hegemonía del PPCV durante veinte años. La fortaleza del PPCV estuvo impulsada por sus aciertos -se esté de acuerdo o no- y sobre todo por una economía al alza, prolongada en el plano doméstico, y sólo quebrada por la crisis de 2008 (y aún así sus coletazos se hicieron sentir muy a largo plazo, como demuestra la victoria de Camps por mayoría absoluta en 2011, y en pleno Gürtel para más señas). Cualquier análisis en ese sentido habría de erradicar la endogamia y dirigir el foco hacia el paisaje exterior. A menudo, y no tan a menudo, sólo nos miramos el ombligo o damos vueltas en círculo.

La tesis oficial era que había que evitar el escenario acontecido tras la pérdida del Consell en 1995A mayor carga conceptual federalista, mayor respuesta centrípeta de Ferraz, toda una paradoja

Con todo, la solución de Ferraz, concebida o aceptada por su secretario de organización, Santos Cerdán, abortando la posibilidad de continuar con el proceso de primarias -y da igual aquí quién desde la fragilidad animó o asimiló esa 'desconvocatoria'- cuando ya los candidatos habían presentado sus credenciales certifica con trazos gruesos la cada vez más inalterable verticalidad del partido, que ya no se detiene ni ante el velo de las apariencias. La aceptación de suprimir la cita con las urnas por parte de los candidatos y el lugar elegido para conciliar la retirada -en Ferraz y ante el número dos del PSOE, árbitro o promotor de la ceremonia- enfatiza hasta la rigidez la cada vez más débil autonomía de la federación valenciana, cuyo peso orgánico apenas se ha visto alterado en los ocho años del gobierno de Ximo Puig pese a vocear hasta la extenuación un discurso de amplio espectro federalista y valencianista. A mayor carga conceptual federalista, mayor respuesta centrípeta de Ferraz, lo que no deja de resultar una paradoja. La voluntad de Ferraz de tutelar la gestión de las primarias hasta conducirlas al fracaso no sólo exhibe su fondo de omnipotencia: la disposición de los candidatos a 'pactar' la jerarquía de los cargos directivos en esa misma sede sobre las bases del trueque, sin documentos políticos en la mano y a fuerza de intercambiar únicamente parcelas de poder antes de la cita congresual, quiebra la liturgia de ese partido y amortiza buena parte del próximo congreso del PSPV, cada vez más alejado el socialismo valenciano del sueño de aproximarse -digo aproximarse- al modelo del PSC.

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