Habla Pedro Sánchez en La 1. Y habla Feijóo, y Abascal, y el de Esquerra, y la de Junts... Vuelan las descalificaciones y las groserías, los ataques personales y los gestos de desprecio. El caso es reventar puentes y agrandar brechas. Los dos grandes partidos -los llamados de «orden»- mantienen la lógica de las trincheras y los muros, como si necesitaran situarse al filo de la última moda: la moda que recorre el mundo. La escenografía da para rodar un western de duelos: actitudes chulescas, burlas, desafíos tabernarios. La encomiable labor de pedagogía de los padres de la patria hacia una sociedad a la que han de desear culta, solidaria y feliz, resulta pasmosa. Es de suponer que son servidores públicos y que están en la política para edificar una sociedad satisfecha y próspera. Pues nada, monada. Cada posición en la tribuna es un acuartelamiento, una llamada al búnker uniforme. A poco que el personal emulara sus actitudes, la convivencia ciudadana se agrietaría y las masas tomarían las calles en una bronca infinita y colosal. Menos mal que el personal es incrédulo, y algo digno. Mientras se desarrolla esa «lección formativa» en el Congreso soberano, abandono La 1 y me paso a La 2 (la TV pública de verdad). Emiten 'Las recetas de Julie'. Una periodista francesa recorre Francia con un coche rojo instruyéndonos sobre gastronomía, historia, costumbres y, en fin, sobre la cultura y la vida (seguro que Marta Hortelano sigue y persigue el programa en cuestión en la confianza de que a diferencia de las políticas, que son perecederas, el arte de la cocina posee una sólida anarquía que hace muy ardua su aniquilación). La tal Julie está ahora en el Borbonés, que es esa región de Francia de donde provienen unos guisos espectaculares, además de los Borbones, que no son unos guisos sino una dinastía que manufactura reyes. El caso es que hay una diferencia mayúscula entre lo que sirve La 1 y La 2. Los Sanchez/Feijóo/Abascal y tutti quanti nos sumergen en un tránsito vital momentáneo, un tiempo fugaz, apenas unos años de nuestras vidas: suben o bajan impuestos, se incrementan o disminuyen las pensiones, toman éstas o las otras medidas. En fin, un tobogán. Un tobogán adscrito a una existencia breve de un color político determinado. (Lo viene repitiendo Avelino Corma aunque nadie le escuche. No se pueden planificar grupos de trabajo de investigación bajo la amenaza del cambio de políticas cada cierto tiempo y sin consenso entre las organizaciones políticas. Es obvio. Hay una serie de cosas que precisan de un pacto: el encaje de España, los programas de investigación, las políticas educativas, etc). A diferencia del intervalo de la irritación y el cabreo, del lapso corto de los líderes actuales, Julie ofrece una cultura de la vida totalizadora. En lugar de discursos de odio, convivencia y civilidad. En lugar de agravios y dramas, sosiego, sabiduría, emoción, luces, elementos ancestrales que siguen aquí, como una sinfonía de Beethoven o una tabla de Piero della Francesca. «Volvemos de nuevo a contemplar las estrellas», dicen que dice el último verso del infierno de la Divina Comedia. Pues algo así. El esplendor frente a las miserias humanas, el arte doméstico frente al fracaso del instante político, la placidez frente al malhumor del presente. Un ámbito perdurable, como la novela de Rafa Ventura Meliá, contra la tentación de la catástrofe coyuntural que segrega la política menor.
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Las formas de la política despeñan a la propia política. Y en los últimos meses más. La retórica de la confrontación empuja a algunos líderes a alimentar confusiones entre democracia y dictadura, les mueve a elaborar analogías estúpidas sobre golpes de Estado en lo que no es sino un ejercicio parlamentario. La otra política -la que observa los destinos extraordinarios y la que predice y aminora los espasmos sociales- ha de andar por ahí, haciendo novillos. Por cierto, ¿qué es eso de tomar la calle? Las calles son muy peligrosas. Lo sabemos desde siempre. Sabemos cómo empieza la orgía callejera, pero nunca cómo acaba. Pongamos un caso paradigmático. En 1967, una manifestación celebrada en Berlín contra el Sha de Irán acabó con un estudiante muerto a manos de la policía. El lider de la Federación de Estudiantes lo declaró un asesinato político e hizo un llamamiento a una respuesta masiva. Miles y miles de estudiantes se manifestaron por toda Alemania. Habermas advirtió del riesgo de jugar con fuego. «El fascismo de izquierdas», recordó, «es tan letal como el de derechas». Habermas, Grass, Walser, Enzesberger, al año siguiente, con el ambiente muy caldeado en las calles y la Baader Meinhof a punto de nacer, apelaron al criterio democrático y llamaron a respetar el marco legal de la República ante los líderes radicales que hacían llamadas a tomar la calle contra el régimen de Bonn. El resto es conocido: el líder izquierdista acabó en la ultraderecha.
De la era de la fragmentación política postcrisis hemos pasado a la entronización de un espectro que invade el mundo en forma de populismo ultraderechista o ultraizquierdista: aquí los extremos se tocan. El espectro ha acabado penetrando en las organizaciones de la derecha moderada y de la izquierda moderada. En España es evidente que el PP se impregna de Vox y el PSOE acata idearios y simbología de Sumar, Podemos y toda la pesca. Pero los espectros a veces tienen nombre y apellidos: son profetas huecos porque recogen ideas políticas viejas. Tan viejas como las de la Europa de entreguerras o las de la Europa de los 70 aunque sometidas a otra cosmética. En esta época 'postodo' hay perspectivas de futuro poco claras. Antiguos estilos, introspección, confusión y nostalgia, miedo, polvorientas narrativas: populismo, neofascismo, radicalización de los nacionalismos y flaqueza de las posiciones intermedias. La derecha moderada, por ejemplo, se desplaza hacia la médula espinal del tradicionalismo español, el nacionalismo granítico. Eso la aparta de Cataluña y del País Vasco: nada bueno si quiere gobernar. Se diría que la derecha moderada ha amanecido cubierta con un manto de ideología carpetovetónica, que incluye el enaltecimiento de las masas en la calle y su consecuencia, la mengua del parlamentarismo. Viejas cosas. Estampas en blanco y negro. Por su parte, la izquierda ha descubierto que cualquier manifestación de la existencia supone una transacción comercial -ese adanismo feliz está a cargo a los presupuestos del Estado, claro-, y lo que es más duro: pretende arreglar el eterno problema catalán en solitario, sin contar con el PP. A veces los políticos se independizan tanto de la sociedad que parecen girar y girar sobre su propio eje. El caso es que mientras se llenan muchas plazas de Colón y estallan los puentes y se abren abismos sociales y la ira desborda las televisiones, nosotros, los fingidos sobrevivientes, aún podemos asar unos caracoles como lo hacía un esclavo del Imperio Romano en tiempos de Plinio el Viejo o bien cocinar un 'arros en fesols i naps' mientras declamamos, inspirados, el poema de don Teodoro Llorente: «si fores el Rei de Espanya què dinaries tu vui?». «Pues no hu saps? Quina pregunta mes tonta...! Arròs en fesols i naps». (Nuestra Reinaixença, ay!, ha sido muy doméstica).
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