TXEMA RODRÍGUEZ

Morant ante la reconstrucción

Hasta el momento, actúa en un interregno, que lleva asimilado la indulgencia. El congreso 'de país' cancelará ese tránsito y descubrirá la totalidad del escenario

Jueves, 17 de octubre 2024, 00:03

El trauma de una derrota electoral no se disuelve como si espolvoreáramos un azucarillo en un vaso de agua. En el caso del PSOE valenciano, sus condiciones reales de existencia, desde mayo hasta el momento, reproducen de forma mecánica la profundidad del temblor iniciado el 28-M. Corregido y aumentado el temblor, si cabe, por la percepción instalada en el partido -o en su élites- de que la victoria era un hecho y de que sus políticas se prolongarían al menos cuatro años más. Al igual que no hay descubrimiento médico alguno que regenere de forma instantánea un órgano dañado, tampoco es muy probable que la actual secretaria general, Diana Morant, disponga de la fórmula mágica para reconstruir la debilitada organización, aun a fuerza de incrementar enormes proporciones de confianza, ilusión y osadía. Todo hecho histórico (aunque en este caso sea muy microhistórico) contiene tres elementos. Morant conoce el momento del drama (28 mayo) y el lugar del drama (el palau de la Generalitat) pero resulta muy alambicado comprender, dominar y persuadir al sujeto histórico del drama, el tercer elemento en disputa, representado aquí en el partido que hoy le corresponde liderar. Un partido desfallecido e incómodo, al que le lastra aún su total identificación anterior con el gobierno y que fue perdiendo músculo durante la última legislatura, la segunda de Ximo Puig, más dedicado el presidente a abordar los proyectos institucionales y a obrar relatos de gobierno -como era, por otra parte, su obligación- que a erigir una configuración sólida en la formación política para encarar la posibilidad de un futuro no deseado. Con la mirada fija en las necesidades del gobierno -acentuadas por las enormes dificultades de la pandemia-, el PSOE valenciano se fue desnutriendo y aislando de su vinculación inmediata como mediador social, mimetizándose en el Consell, a quien estuvo entregado en cuerpo y alma. No hubo ruptura del modelo tradicional, sino continuidad. La relación del partido con el Consell parecía revivir el mito de Medea, o quizás el de Saturno: al mismo tiempo que el partido alimentaba y entronizaba al gobierno, éste último, por mero automatismo, lo desnutría y diluía hasta perder su componente orgánico y emancipatorio, y convertirse en un mero apéndice del Consell. Fue romperse esa realidad y abrirse al desamparo.

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Devolverlo a la lógica de la unidad de acción y reflexión supone entregarse a un planteamiento, nudo e hipótesis que empiece, primero, por impulsar su salida de la perplejidad y, segundo, por rehacer sus análisis ante un marco político que ha alterado todas sus referencias -bajo la enorme hegemonía del PPCV- y que precisa nuevas respuestas críticas y nuevas aportaciones en las parcelas económicas, culturales e ideológicas. Hasta que las piezas encajen de nuevo en el plano, los ajustes y reajustes de nombres y apellidos de dirigentes constituirán un trabalenguas, bailando sobre sus ideas o sus ambiciones de poder. Una vez más, si es así -que lo será- se errará el tiro de la Historia y se descenderá a los subsuelos, el territorio donde la práctica de la política, en su vertiente más primaria, se compone no de visiones teleológicas -la sociedad ideal que se quisiera construir- o de derroches de generosidad y de sentimientos altruistas, sino de prácticas menudas y pedestres que se nutren de maniobras, intrigas, conspiraciones, pactos, traiciones, cálculos y cinismo. En la concepción de la ejecutiva -la actual- que conformó Morant en el último congreso extraordinario ya prevaleció esta última parte del nudo de la trama, y algunas de las presiones, los tributos o las cargas supernumerarias que alcanzaron a Morant partieron de sus propias proximidades: la recuperación de la ortodoxia clásica, incólume al tiempo y al discurrir de los tiempos (por mucho que los tiempos cambien) es un nervio de muy difícil erradicación. Esa lógica -de fortalecimiento de las familias o grupos- constituye un obstáculo para emancipar a la secretaria general de inicuas servidumbres a fin de que, desde su responsabilidad, componga los destinos del socialismo valenciano. A Diana Morant le ha correspondido ser la protagonista de una travesía que es al mismo tiempo un intento de regenerar el partido y rescatarlo de su desconcierto. Si a su mácula original -la de haber sido elegida desde Madrid relegando la discusión democrática- se le añaden ahora las maquinaciones del poder por el poder, es obvio que el PSOE entrará en una espiral de tensiones como la que lo infectó a partir de 1995 y su rehabilitación se alargará 'sine die'. Mal para el PSPV y mal para el PPCV. Hasta el momento, Morant actúa en un interregno, que lleva asimilado la indulgencia. El congreso 'de pais' cancelará ese tránsito y descubrirá la totalidad del escenario, ya desnudo de decorados, para contemplar si la secretaria general se deja seducir por las oligarquías orgánicas y los dominios añosos o fija un sistema que rompa con lo viejo y avance en paralelo con las demandas que impone el tiempo actual, erradicando prejuicios históricos. Un modelo que promocione el talento, las ideas, las experiencias, la inspiración, el pensamiento analítico o las aportaciones para la refundación de una crítica impugnadora del frentismo por el frentismo y cimentada en el anclaje social. Un modelo que atienda menos a las 'alturas' endógenas y más a las necesidades de la calle. Y un congreso, el valenciano, que no sea de representación (ni, por supuesto, una representación).

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