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Van a construir unas mil viviendas en la Patacona, respetando las bodegas Vinival, el llamado Kremlin de la huerta, un 'sancta sactorum' de la arquitectura industrial. Mil viviendas, o sea, un pueblo entero. Antes los pueblos ser formaban poco a poco, ahora se levantan entre una primavera y la siguiente. A un tiro de piedra, en Benimaclet, se construirán otras mil cuatrocientas viviendas, vivienda arriba, vivienda abajo. ¿Cuántos habitantes entre los dos proyectos? ¿Seis mil, ocho mil? La fértil huerta, la de Alboraia y la de Valencia, aún separa ambas macrourbanizaciones. El proyecto de Vinival es de Juan Herreros, el arquitecto que levantó el nuevo museo Munch de Oslo, de amplios fundamentos artísticos, aunque enseguida los grupos políticos de Alboraia se han puesto a retocarlo, a reordenarlo, a singularizarlo, y entonces unos sugieren la ampliación de las «zonas sociales», los otros el esponjamiento del terreno, los de más allá desean eliminar un edificio y los de más acá urgen un ecobarrio, y tal vez algún partido habrá pedido una sala de fiestas o una falla o un karaoke, o las tres cosas a la vez. Se supone que las 'peticiones' de los partidos, frente a la conceptualización de Herreros, se cimentan en los asesores arquitectos/urbanistas a su abasto, descartada la idea de que los concejales se dediquen directamente a arrebatarles las sabidurías a los Corbusier, Calatrava, Van de Rohe, Silvestre, Foster (qué gran edificio del HSBC Building de Hong Kong), Llopis, Perrault (qué complejo, la universidad Wha, de Seúl, enterrada en la montaña), Perretta, Lloyd, Muedra, Gropius, Tomás, Piano y Herzog, o Peñin y Taberner, que son los que se me ocurren ahora. (Peñin y Taberner, los guardianes últimos de la memoria arquitectónica de Valencia, junto a Llopis y alguno más, publicaron hace ya algún año 'Arquitectos con huella', una guía imprescindible para reconocer la obra, viviente o no, de los arquitectos valencianos y que pide a gritos nuevas ediciones aumentadas, revisadas y corregidas sobre tres vigas maestras: la de refrescar la memoria, que nunca está de más, según a qué edades; la de motivar al vecindario a levantar la mirada del suelo y empezar a estimar el patrimonio; y la de enviar un mensaje al ayuntamiento a ver si va colocando placas de los arquitectos en los edificios emblemáticos de Valencia para vigorizar su consideración).
Lo que queríamos decir aquí, en definitiva, es que los políticos descartan la idea de variar un acorde de una pieza musical del maestro Rodrigo cuando la banda toca en la plaza mayor o se abstienen de borrar el color de un cuadro colgado en la casa de la Cultura, porque parecería de locos, pero en la arquitectura sujeta al urbanismo, en cambio, no se sabe si por ser un 'arte social', por proteger las vidas ciudadanas de las inclemencias del tiempo o por limitar las ansias monetarias del empresario, resulta que ya actúan de otro modo, impregnados de más 'conocimientos'. Hay que sugerirles, en todo caso, que los 'retoques' -cada partido es singular y posee el suyo- los hagan con sosiego, sabiendo qué lugar ocupa en el orden del cosmos un concejal y qué lugar ocupa en el orden del cosmos un artista. O mejor que agudizen sus desvelos, dado que el tiempo es breve y no da para todo, en la luminosa huerta que hermosea Alboraia, ese lazo salpicado de tonalidades que se desvanece por los alrededores urbanos como cuadrículas de Mondrian. Y no sé yo si las municipalidades habrían de aumentar la protección, o reclamarla, sobre el patrimonio agrícola, bastante abatido, y sobre los agricultores que lo trabajan, más que abatidos, en peligro de extinción. Ahora hay un debate sobre la cancelada ley del Horta, aunque de lo que se trata, en el fondo, me parece a mí, es de establecer unas pautas que apoyen al labrador que cultiva lechugas y pimientos y además contribuye a componer la redistribución doméstica de la naturaleza en trazos rectilíneos insospechados de la que disfrutan los urbanitas durante el fin de semana o las fiestas de guardar.
Difícil está, desde luego. Solo hay que observar cómo luce la Universidad Politécnica en esta cuestión. El Campus de Vera, con más de 500.000 metros cuadrados de superficie, no sólo se levantó en los setenta sobre las coles, los tomates, las lechugas, las alcachofas, los nabos y los melones de nuestros antepasados -es decir, en contra del orden de la naturaleza-, sino que hoy constituye un muro infranqueable y kilométrico que corta el paso desde Valencia hacia los campos 'ajardinados' de sus proximidades. Esa barrera impenetrable de edificios, sin pasos intermedios, parece un monumento prehistórico. Cerrada a cal y canto la universidad, sólo se puede acceder a la huerta por la avenida de Cataluña o por Serrería, con lo cual toda relación del vecindario con la tierra cultivada queda cancelada por el cemento. Las investigaciones en el ámbito de los cultivos y vegetales que lidera la Universidad, de mucho prestigio, colisionan con la realidad más prosaica: la del muro que impugna, en la práctica, cualquier correspondencia con la huerta de las inmediaciones. Es un corte profundo, que siega en dos el paisaje -a una parte el asfalto, a la otra, la tierra y el cultivo-, de una inexpugnabilidad trágica. Y muy antigua. Los muros, si no aislan de un peligro físico, hay que derribarlos.
De modo que, ya digo, tendremos la urbanización Vinival, con casi mil viviendas, a un paso del mar, en Alboraia, y también la urbanización de Benimaclet, de mil cuatrocientas viviendas, cercana a la primera, quizás para que 'dialoguen' entre ambas o tengan sus complicidades y sus cosas. Y en medio, esa fecunda promiscuidad de verdes llamada huerta, que ya no alcanza a poseer la categoría de destino, vigilada a su vez por la vía del tren, la autovía, las carreteras de circunvalación, algún polígono industrial, los edificios cercanos, y la Politécnica/muro. A los desnudos -y los muertos, que diría Mailer-, enfrentados a una lenta expiración del paisaje justificada por las circunstancias de lo ineludible, sólo nos queda contemplar cómo al menos, en el interior de las megaurbanizaciones, reproducirán huertas en miniatura al igual que reproducen en Las Vegas los canales de Venecia o la torre Eiffel.
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