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La política de lo 'irreal'

La política de lo 'irreal'

Los consensos surgidos tras la II Guerra Mundial se volatilizan. Regresan las grandes nociones de los años 30, ese eslabón negro de la Historia: Frente Popular, Fascismo

Jueves, 27 de junio 2024, 00:01

La prudencia no es una de las virtudes que acompañen a la vida política española actual. Por el contrario, la política se administra a base de golpes duros, y quizás también de argumentos inverosímiles. Iñaki Zaragueta, el otro día, se preguntaba qué tipo de ensoñación habría infectado a la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, al concluir que el presidente Mazón debía de convocar elecciones tras el resultado de las europeas. (En las europeas, el PPCV mantuvo la hegemonía y el PSOE valenciano solo salvó los muebles). ¿Dónde está el temblor tectónico para que Mazón ofrezca una respuesta de ese calibre? No existe. Lo que viene a indicar que aquí, y en estos momentos, hasta las evidencias se discuten. Es como si la clase política se hubiera envuelto en una cápsula mágica que le distorsionara la lectura de la realidad. (Tal vez la política esté siguiendo a Berkeley, quien aseguraba que la realidad de los objetos no está en ellos mismos, sino en la mente del que los percibe, y por eso pasa lo que pasa). Francia, Italia, Alemania, Austria, Finlandia, Suecia, Hungría, Polonia, Bélgica, países del balneario occidental o algunos de los que pretendían entrar en el club, van aceptando el discurso populista bajo el signo de las derechas más radicales. Los grandes consensos surgidos tras la II Guerra Mundial, de los que hemos vivido hasta ahora, se volatilizan. Regresan las grandes nociones de los años 30, ese eslabón negro de la Historia: Frente Popular, Fascismo. Mutan las referencias globalizadoras que marcaron los principios de siglo y la división entre las clases se acentúa tras décadas de conjunción, reafirmando el desencanto y la incertidumbre. El nacimiento de las radicalidades debilita la solidez del marco democrático. Los cambios en el orden internacional son profundos y hay guerras físicas y guerras comerciales que así lo certifican. Y mientras todo eso sucede, la clase política española no hace sino echarse los trastos personales a la cabeza en una lógica endogámica muy difícil de explicar. El mismo Feijóo, por poner un ejemplo, insiste una y otra vez en el estallido de un apocalipsis de corrupción a cargo del PSOE. ¿El motivo? los jueces han admitido a trámite denuncias contra el hermano y a la mujer de Pedro Sánchez, quienes al parecer, y según estas voces inflamadas, habrían birlado poco menos que la banca española al completo, infringido medio código penal y cometido las mayores abyecciones imaginables en un estado moderno incrustado en el siglo XXI. El abismo entre los hechos y la gigantesca y reiterada prosopopeya utilizada frente a esos episodios profundiza en la pulsión circular y cerrada que domina a la clase política y a sus entornos y que la separa de las dinámicas diarias a las que están sometidas las clases medias y trabajadoras. (Se puede decir como lo dice Adolfo Utor, presidente de Balearia: el mundo de la política y el de la sociedad civil no están sincronizados). Pero es que escuchas a Sánchez y es más de lo mismo. Como si a todo un presidente del gobierno le hubieran inoculado teorías conspirativas, a lo Trump, o a lo Spectra: cuando no hay en marcha una inicua maquinaria del fango contra él, hay oligarquías financieras y fuerzas pérfidas que tratan de pinchar el globo del progreso y de los valores humanísticos, con base en la Moncloa. Es como en aquella novela francesa célebre, donde todos eran culpables menos el protagonista. Ese divorcio, entre la lógica política -el fango dichoso, las declaraciones cruzadas y eruptivas, los ataques personales y familiares, el politiqueo irritado, el protagonismo individual- y la lógica de los ciudadanos -los sueldos, el trabajo, la escasez de viviendas, las 'okupaciones', los alquileres-, desencadena también la aparición de los Vox y los Alvise (enormes resultados los de Alvise, ochocientos mil votos). Movimientos sociológicos que parten de los déficits sociales y de las incertidumbres sobre el futuro -y de la respuesta al foráneo, tomado como invasor- pero que se nuclean sobre el malestar ante la falta de respuestas de la política, a la que el ciudadano ha ofrecido parte de su proyección sin percibir un intercambio igualitario y legítimo. Resulta de un pasatiempo casi infantil comprobar cómo ascienden sin freno los populismos en el entorno europeo y en América y cómo en España el PP y el PSOE colocan un espejo refractario sobre sus llamas y continúan llenándose de reproches como si no sucediera nada. El PSOE piensa que atacando al PP por su alianza con Vox le irá mejor, ensanchará su electorado. Lo que hace es engordar a Vox y ahora a Alvise. Esa misma música se repite en la CV, donde el PSOE valenciano reprocha al PPCV su acuerdo con Vox así en el Consell como en el Cap i Casal. Aún siendo oportuno ese análisis, ¿no sería adecuado cambiar el planteamiento? Si al PSOE valenciano le molesta tanto Vox, ¿es posible dejar de martillear a diario como si fuera una fatalidad histórica y alcanzar pactos con el PPCV, a la manera de Portugal, o a la manera francesa? ¿No conseguirían así resolver sus propósitos, en el sentido de desplazar a ese partido al exterior de las instituciones? En sus manos está. Acudan los dos partidos a un espacio central, ensanchen el territorio por las orillas, dótenlo de acuerdos escritos, discutánlos sobre la base del bienestar ciudadano y no sobre los pilares de los apriorismos doctrinales. Nadie desea regresar a los años 30 y aceptar sus narrativas y sus efectos. Ay, pero es más fácil sobrevivir en la cultura de la resistencia. (Los 'errores' de socialdemócratas y comunistas en la República de Weimar aún resuenan, como aún ensordece la estrategia de Mitterrand engordando a Le Pen para dividir a la derecha). Pueden encender las luces largas, abdicar de las suficiencias y aceptar que las respuestas socialdemócratas son insuficientes para enfrentar los nuevos fenómenos que violentan el mundo actual. Como también las repuestas del PP, que acumulan bastantes o parecidas inexactitudes, sobre todo en su idea/estrategia de España. Habrá que revisar los análisis sobre los movimientos migratorios, sobre la inseguridad ciudadana, sobre la calidad democrática, sobre los aparatos que cimentan el estado de bienestar. Y habrá que renovar los esquemas de supuestos, de categorías y de explicaciones en correspondencia con el mundo cambiante y el enorme crecimiento de los populismos. La socialdemocracia española está una encrucijada: el envanecimiento de sus élites -como si poseyeran la verdad- no le permite buscar territorios comunes ante la Gran Amenaza y, en el otro lado, el PPCV vive en una especie de fiebre vesánica por la toma del poder, lo que le confina a a interpretar la realidad de forma muy inmediata y corta. La política española, pues, vive al día, en un círculo vicioso y oligárquico y en un discurso frentista, que no le permite visualizar los movimientos de fondo, que están cuestionando las democracias nacidas de la postguerra. Al final, Michels, al que negamos tanto, es el que tenía razón: la oligarquía de las élites. Por un lado, las clases medias desconcertadas alimentando cada vez más los populismos y, por otro, la clase política cultivando su propio huerto. ¿Qué hace Ayuso invitando a Milei para un premio sino afirmar la política como un juego cerrado entre las oligarquías de los líderes? (Pondré otro ejemplo vivo del discurso político de la abstracción. El PSOE valenciano achaca al PPCV el caos de las ITV cuando fue el Botànic el que comenzó con el desbarajuste, el que que alteró el modelo y el que aumentó en más de mil trabajadores la nómina de la administración. Al ciudadano le interesa pasar la ITV sin contrariedades; al político, asignar las culpas al adversario. El divorcio es enorme. Los populismos pescan en esos infinitos caladeros).

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