![Contra Salazar (y los demás)](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2025/02/12/198828038--1200x840.jpg)
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Observo, con un pelín de extrañeza, que mi dilecto Pablo Salazar se ha subido enseguida a la ola que en estos momentos surfea el admirado Vicente Ordaz, presidente de la televisión autonómica, según la cual habría que acrecentar los niveles de castellano en À Punt, dado que nuestra tele ha de ser un reflejo de la sociedad y la sociedad es bilingüe. Más o menos, que tampoco el asunto está para cogérnoslo con papel de fumar. Yo discrepo del uno y del otro como discreparía del desamparo de una madre. La arquitectura conceptual de la TVV es enormemente sencilla: se cimenta en dos elementos estructurales, la lengua propia y la proximidad informativa. La proximidad informativa es democrática: cubre espacios que a las cadenas poderosas se les escapan, a no ser que emerja alguna tragedia, que entonces las tenemos aquí todo el día. En los pisos altos del edificio de la tele hay personal, directivos, protocolos, una politización más o menos formal, despachos e intereses. De todo ese tinglado se puede prescindir, o raquitizar. O sustituir. No es sustancial. El valenciano, en cambio, sí. Lo es no solo porque aún debe culturalizar a un personal ya de por sí desculturalizado, porque es una lengua herida y en retirada ante la supremacía del castellano (el cardenal Tarancón, lo recordaba Victor Maceda, decía al respecto «que a los heridos hay que cuidarlos»), sino porque, y he aquí la clave, el valenciano es todavía un arma cargada de futuro. Esa es la cuestión. La reconstrucción de la razón identitaria, condición necesaria para obtener cada vez más peso y ganar fortaleza en el discutido panorama político español, pasa más que nunca por la extensión del uso del valenciano. Y digo más que nunca porque habitamos tiempos difíciles y ya lo hemos probado todo, ya lo hemos reclamado todo y ya hemos fracasado. Entre los poderes de Madrid hay una negación tras otra, año tras año, lustro tras lustro. Las autoridades de aquí, y parte de la sociedad civil, se esfuerzan en envíar mensajes que casi nunca regresan. Sumergidos en esa pulsión que ni los gobiernos de izquierda ni los de derecha son capaces de voltear, el otro día el presidente de la CEV, Salvador Navarro, dijo: «Ojalá hubieramos tenido aquí una CiU». Es una buena síntesis de nuestro vacío existencial y político, contemples unas iniquidades u otras, desde la infrafinanciación, la deuda y lo que te rondaré, desde el corredor mediterráneo y todos los corredores que fueron y no vinieron aquí a tiempo. Solo faltaba que el sistema financiero valenciano volara en tiempos del PP aquí y de Zapatero allí para obtener la definitiva condición de peces solitarios y bondadosos nadando en un mar infestado de tiburones más o menos malvados. Dado que vivimos en un Leviatan permanente y no en una sociedad levítica y amorosa, necesitamos agarrarnos a algún paraíso que no esté perdido, acogernos a la resurección de alguna deidad, producto de nuestra consciencia y de nuestra realidad, y ese cielo salvador solo puede venir del valenciano como elemento cohesionador. De su uso en su «condición política». La lengua otorga singularidad, y la singularidad es uno de los gérmenes del respeto, de la consideración y nutriente de la diferencia. Y sin respeto ni diferencia no cuentas, ni contrarrestas poder. La tesis que subyace en Hobbes y en Maquiavelo es esa: si no infundes temor no serás respetado. (Es lo que venía a decir Salvador Navarro con la metáfora de CiU). Se necesita blandir una identidad para 'ser', y si no se 'es' no se es nada. El valenciano es nuestro sujeto histórico, no tenemos otro, descartadas la paella y las fallas como contrapoderes genuinos dedicados a subvertir los cánones del poder central. Sobre el valenciano aún se puede agrupar esta geografía para ser alguien en España, tener alguna voz, y ahí está la TVV para conquistar, sin explicitarla, la tarea colectiva. Esto no es Zaragoza, ni el valenciano, el bable, pongo por caso, y las jotas están para lo que están. Mi admirados Salazar y Ordaz (los junto dado que el primero asume las tesis del segundo con algún matiz bastante imperceptible) han de tener en cuenta que no se sale de la pobreza repartiendo lo poco que existe sino creando más riqueza. En efecto, sabemos que la sociedad es bilingüe, de acuerdo, pero todo creador ha de asumir un impulso que vaya más allá del hecho establecido. TVV, gracias a Dios, posee en la difusión del valenciano un arma cargada de futuro. Un potencial conmovedor. No sólo ha de recuperarlo y rehabilitarlo como elemento fundador y culturalizador sino desde el empeño imperceptible, étereo - À punt es un ente- y soterrado de contribuir a la reconstrucción de este país, reino o región a partir del creciente fomento de la lengua vernácula hoy destonificada y con el fin de conquistar nuevos espacios, nuevos contrapoderes, nuevos vértices colectivos y algún desdén a Madrid. Dados los fracasos que ya patrimonializamos, no cuesta nada probar. (Por otro lado, el valenciano no es el chino, quiero decir que a poco que pongas la oreja se entiende perfectamente, así en Alcublas como en Orihuela, y la televisión primera, la de Amadeu Fabregat, obtuvo índices de audiencia incomparables. El antagonismo de la audiencia vendrá más por la parte de las plataformas, los algoritmos, el uso que se hace de la tele, y el considerable cambio de conducta ante los nuevos fenómenos tecnológicos, telespectadores globales de pantallitas móviles de bolsillo, todas en inglés y castellano, claro).
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