Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo

Guardando puestos de honor en el dorado furgón de cola de las televisiones autonómicas en cuanto a audiencia, À Punt se ha convertido en una tele desarmada ante un público abandonado a otras ofertas y a otros universos tecnológicos. Y una televisión sin apenas telespectadores es una televisión muda, una hipótesis de televisión. Casi un lustro después de abrirse al mundo, la TV generalista sucesora de Canal 9 observa el veredicto de los valencianos con una doliente estupefacción. En 2021 sus directivos celebraron el hecho de haber alcanzado un exiguo 3,4% de audiencia; un año después no rebasaba el 5%. También el vacío puede suscitar ilusión.

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Conviene recordar enseguida que Canal 9 TV comenzó a emitir el 9 de Octubre de 1989 ('Amadeus' fue la película inaugural) y el año siguiente había alcanzado un 22% de audiencia. La evidencia de que en la época en cuestión sólo existían televisiones generalistas y todavía no se había inaugurado la era de las plataformas digitales, no impide conocer la distancia sideral que enfrenta en la actualidad a À Punt con sus hermanas autonómicas. En efecto, en 2021, Euskal Telebista obtuvo un 13,2% de audiencia y la televisión gallega y la catalana alcanzaron alrededor de un 16%. La andaluza, un 8%. En contraste, en los meses de octubre y noviembre pasados, A punt exhibió un 3%. (Todas esas cifras serán discutibles, por supuesto, aunque estén al abasto de cualquiera que entre en el planeta Google, pero no diferirán en exceso de las mediciones convencionales, nos duela o deje de dolernos). ¿Cuál es el objeto -y cuál el objetivo- de una TV a la que el público no le otorga su atención y que supera los 60 millones de euros al año? ¿Existe alguna certeza de que se está prestando un servicio social al esparcir sobre las conciencias -e inconsciencias- de los valencianos que conectan con Burjassot un polvo impregnado de contenido antropológico, barnizado por el eterno agrarismo, que haría feliz al remoto lizondismo y que a veces burbujea hasta los límites de la 'coentor'? Quizás Alfred Costa, el director general, esté en el secreto. Los demás lo desconocemos.

La nueva TV autonómica, inaugurada con y por el Botànic, partía de un prejuicio político. Por una parte, había que enmendar la decisión del PPCV de apagarla (cuando Paco Telefunken fue a cortar la señal tenía más de mil millones de deuda y más de mil trabajadores). Y, por otra, nacía del compromiso adoptado por los partidos de izquierda con los profesionales de la cadena en los momentos tormentosos de la clausura de Canal 9. A partir de ahí, tanto el modelo elegido, como su desarrollo posterior constituyen una suerte de realidad mitificadora de la que fue su hermana mayor, Canal 9, sólo que treinta años después, lo que constituye toda una era geológica ante la aceleración de la época actual. (Como si el tiempo se hubiera detenido en el mismo instante en que Joan Monleón y 'les monleonetes' hacían girar la ruleta con la 'clótxina' famosa en un escenario a lo Bobby Deglané.) Desde entonces han pasado unos cuantos 'bits' por nuestras vidas e infinitos algoritmos por la sociedad valenciana. La primera directora general, Empar Marco, luchó por cubrir con un manto de dignidad un artefacto resucitado sobre la base de muchas hipotecas, a partir de un patrón tradicional y con un mercado revolucionado por la presencia de las plataformas digitales. Tras la salida de Marco, esa televisión confluyó hacia un ideario subyacente de raíz costumbrista, que enfantiza una caracteriología del paisanaje casticista, cercana a la valencianía del tipismo y del folclore. Una especie de exaltación del regionalismo sainetesco. ¿Era imprescindible hacer de lo prescindible todo un credo, ineludible contribuir a formar un pais de fantasía? Y, sobre todo, ¿había que jugar a la extemporaneidad en los tiempos de Netflix, cuando las pantallas son meros trances en manos de los mundos y submundos de internet y se desarrollan entre mutaciones apresuradas y sorprendentes? La percepción abrumadora es que À punt TV mantiene una mirada acentuadora de los localismos de turno (no así la radio, que es otro cantar), una suerte de catecismo pintoresco del que hay que apear, por supuesto, a los profesionales y a determinados programas, algunos de muy alta dignidad. (El espíritu que ha colonizado Burjassot -el 'discurso', que dirían los estructuralistas, y que ha de provenir quizás de la parte más folclórica de Compromís- es una cosa, y los profesionales que fichan en la tele, otra. La distinción es fundamental o nos armaremos un lío ) Los espacios refractarios al espíritu parroquiano que sobrevuela Burjassot son escasos, pero haberlos, haylos, y de matriz excelsa y poderosa.

La percepción abrumadora es que À Punt TV mantiene una mirada acentuadora de los localismos de turnoLa nueva TV autonómica, inaugurada con y por el Botànic, partía de un prejuicio político

No es el caso de los informativos, donde se inserta, a poco que te descuides, el fantasma del casticismo (y en ocasiones chocarrero). Con Remei Blasco, Ximo Ferrandis, Francesc Piera y los demás -de solvencias contrastadas, conocedores de las modernidades y de las caspas de esta periferia- el imaginario de efluvios regionalistas mordía en hueso, con las salvedades terminológicas y culinarias impuestas por el caso. Después funcionó la caverna colorinesca: esa especie de hálito oculto que intenta identificar a los valencianos con la identidad populachera y la filiación consuetudinaria. Si a esto añadimos que la última directora de informativos, Raquel Ejerique, aseguró en algún medio de comunicación que el ente autonómico denunció ante las instancias pertinentes al hermano del ex president Ximo Puig, en un intento de demostrar -según aventuraba- la excelsa neutralidad que recorría su área, o la tele entera, concluiremos que la encrucijada de propósitos conducía hacia una empanada especulativa de muy alta consideración. Periodista o bien enarbolando el banderín fiscal, me temo, sin embargo, que la intención de la representante de los informativos de salvarnos de la arbitrariedad del 'mal' no casaba muy bien con los patrones que fijaron para el gremio los Billy Wilder, Jack Lemmon y Walter Matthau en la película famosa, para los que el bien y el mal solo eran tributarios de la Noticia, principio y fin de todas las cosas y de todas las moralidades. «Ayer, una vez más, el Examiner logró salvar a Chicago en uno de los momentos más cruciales de su historia...». Lo cierto es que en los tiempos de Streaming -o como se diga- y de la Inteligencia Artificial, el Botànic empaquetó una criatura de biologías muy difíciles y de espíritus bastante ancestrales. Me parece a mí, claro, visto lo visto, y sin ánimo de ofender.

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