El beso que no se produjo entre Donald Trump y Melania es la mejor metáfora de lo que fue la investidura del presidente de los ... EE UU. Y, en el fondo, es la imagen de lo que va a ser ese nuevo mundo al que él nos dirige. Una era, bajo su mandato, atada al espectáculo y el populismo. A lo teatral y a la farsa. Un escenario trepidante, con un guión absolutamente distópico y con un público, casi enajenado, que se muestra totalmente entregado al despropósito. Como si, en este planeta al que le están saltando las costuras a base de tijeretazos de líderes ególatras, nos hubiésemos acostumbrado al inquietante circo de la provocación y la exageración; de lo grotesco y lo insultante; de lo inhumano y la ignominia. Una civilización repleta de ombligos desbordados por el ego a donde el peligro llega cuando el relato salta del escenario a la realidad. Y entonces se desatan las deportaciones, se sobreexplota la naturaleza, se incrementa la desigualdad, se construyen muros... y los besos quedan en aire. De un sorbo y sin azucarillo.
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