La exaltación que el socialismo hizo ayer de la figura de Pedro Sánchez fue otro escalón más en este desconcertante, populista e inaudito episodio ... que está viviendo la historia de España. Un repentino clamor por ensalzar la parte más humana de la clase dirigente de este país, que muchos desempolvan ahora tras haberla sepultado con sus excesos verbales y actos durante los últimos años. Un tiempo marcado por el toma y daca de los ataques constantes entre rivales políticos y de la judicialización de la vida pública española en la que todos, sin excepción, han contribuido a agrandar la brecha entre ciudadanos y política y a ahondar en la mayor polarización que ha vivido este país durante la democracia.
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Que detrás de la carta de Sáncheza la ciudadanía hay una estrategia es evidente. El presidente no podía dar ese paso de gran calado sin una reflexión previa y un objetivo final. De hecho, la explosiva misiva tiene el aroma del trapecista adicto a los saltos mortales que se columpia sobre el abismo y desafía al riesgo. Una acción que, como en un buen circo, ha venido acompañada de una escenografía inquietante, que se alarga ya durante cinco días, en los que el presidente ha dejado en vilo al país dominando la escena desde la Moncloa y propiciando una eufórica y predecible exaltación de su figura. Una aclamación que logre frenar una dimisión que debería ser inevitable. Y debería serlo, aunque suene extraño, por una cuestión humanitaria. El trascendente paso que ha dado viene de la mano de una situación personal angustiosa -para él y para su entorno- y, lo lógico, sería comprender su postura. Y lo digo desde la más absoluta sinceridad. Otra cosa es, comprensible desde el prisma de los suyos -como ayer nos hicieron ver-, que esa dimisión supusiera una victoria para sus contrarios.
El presidente, sin entrar en valoraciones ideológicas y de su gestión -discutible y a momentos delirante-, tiene motivos para tirar la toalla si pensamos en los enseñamientos que él y su entorno han padecido, pero que, a su vez, él mismo ha propiciado hacia otros. En lo que es un claro efecto bumerán que se va repitiendo en este 'todos contra todos' en el que estamos instalados. Ensañamientos que padecieron otros políticos, periodistas o personajes de la vida pública española con anterioridad. Como Francisco Camps y Mónica Oltra, Pablo Iglesias o Isabel Díaz Ayuso. Y muchísimos otros que han visto cómo sus señalamientos atravesaban todos los límites del respeto y de la privacidad, aunque en la raíz hubiese razones justificadas para recriminarles su actitud. Algo que, desde la perspectiva del espectador, puede parecernos lamentable pero, desde las propias carnes, debe ser angustioso e insoportable.
Unos y otros nos hemos ido metiendo en un laberinto de rencores del que es difícil salir y que ha derivado en no pocas espirales de odio. Un lodazal dialéctico y acusatorio en el que lo que hace el contrario es terriblemente pernicioso y lo que nosotros hacemos nos parece glorioso. No reconocer que todos hemos contribuido, también los medios de comunicación, a caer en esa espiral sería hipócrita. Una espiral doliente que ha hecho que lo que era un peligroso señalamiento personal acabará, en ocasiones, en linchamiento con escraches a la puerta de casa del político de turno y en escarnio público. Como padeció, sin ir más lejos, Rita Barberá. Aunque los ejemplos son interminables y los encontramos en todos los ámbitos y desde todos los flancos. No hace falta enumerarlos. Entrar en la escalada del 'tú más' sólo contribuiría a acrecentar una división ya insoportable.
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Todos tenemos parte de culpa. Porque, poco a poco, todos vamos tomando partido entre esas dos Españas que se están imponiendo desde posicionamientos poco tolerantes, más agresivos y, a momentos, irrespetuosos. Y lo hacemos, en muchos casos, desde la inconsciencia porque -entre otras cosas por el uso pernicioso de las redes sociales- hemos ido naturalizando esa manera de hacer política, de contar las cosas, de comunicarnos y de vivir. Vivir en el ataque y a la defensiva; en el cuestionamiento y en el escarnio; en la cerrazón y en la falta de ética. Vivir atravesando, una y otra vez, las líneas rojas de convivencia. Tanto que a muchos esa coyuntura les está sirviendo para dilapidar el diálogo desde el respeto. Como les está sirviendo para desacreditar el ejercicio del periodismo, queriendo aprovechar actuaciones espurias de algunos para dinamitar la libertad de expresión y de opinión.
¿Puede cambiar esta dinámica? No, si nos mantenemos en el bucle de ver al contrario como el culpable y creernos nosotros los salvadores. Esto se hace cambiando actitudes; sentándose con tu contrario e intentando buscar vías para coser lo desecho. Esto va de tender puentes, no de dinamitarlos; de menos hipocresía y más verdad; de lograr, como decía Adela Cortina, que los políticos dejen de ser «protagonistas de la vida pública para ser facilitadores». Esto va de ética.
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Es domingo, 28 de abril. «Que tus planes sean oscuros e impenetrables como la noche, y cuando te muevas, cae como un rayo». 'El arte de la guerra'. Sun Tzu.
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