Han pasado ya los cien días de gracia para el nuevo Consell. Aunque, en realidad, no los ha habido. La oposición salió en tromba desde ... el minuto uno a criticar la gestión de Carlos Mazón. Incluso cuando no había comenzado. Quizá porque entramos en las elecciones generales de forma inmediata. O quizá, directamente, porque no sabían bien qué papel les tocaba jugar. De hecho, aún están en esas: sumidos en la incertidumbre. Algo que al presidente de la Generalitat ya le va bien. Porque, por un lado, se encuentra con un Ximo Puig que deambula entre la invisibilidad y el desasosiego, agarrándose a todo, y con su futuro ligado al de Pedro Sánchez. Tanto es así que existe, entre algunos más próximos, una ilusión contenida porque pueda ser ministro y tenga una nueva vida política. Pero igualmente existe, no entre sus afines, otra visión más realista que ven esa posibilidad como algo remoto e intuyen, incluso, que si Sánchez cumple su objetivo de seguir en la Moncloa, su prioridad tras ello será tomar por completo las riendas del partido, incluido el PSPV. Una situación que relegaría a Puig a un segundo (o tercer) plano.

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Esto, por la parte socialista, porque, en la carcomida bancada de Compromís, Joan Baldoví no acaba de cuadrar en Les Corts -tan habituado a minutos de gloria en el Parlamento y a medios de comunicación nacionales- y observa que sus intervenciones -ácidas, teatralizadas y trasnochadas- quedan en lo irrelevante. Y como él, parte de su partido de la mano.

En esta coyuntura, pedir un pacto por la Educación, parece utópico; pedir que lo intenten, no... Rovira debería estar en ello

En ese entorno, Mazón ha cumplido cien días de gobierno con la sensación de que ya está comenzando a disfrutar del cargo. Lo hace tras vivir un primer momento de vértigo. Ese que se produce cuando uno entra en el despacho vacío del Palau y se da cuenta de la enorme responsabilidad que supone dirigir el futuro de millones de valencianos. Porque una cosa es querer correr media maratón y otra, estar capacitado para hacerlo. O incluso, hacerlo batiendo tu propio récord. Él lo sabe bien y por eso, en la última sesión del control del pasado jueves, dijo que su aspiración ahora es «incrementar la velocidad» de la gestión. Y hará bien, porque aunque su impronta se empieza a ver en algunos aspectos, hay múltiples áreas y varias banderas que siguen a la espera de ver qué pasa con ellas. De hecho, hay consellers y sectores como infraestructuras, industria, turismo, cultura, agricultura... que deberían activarse de verdad. Pedir paso. Porque a este ritmo no acaban la carrera.

Es cierto, sin que sirva de pretexto, que muchos de ellos están ahora en esa fase de levantar alfombras y disipar las cortinas de humo que desplegó el Botánico. Pero, insisto, no puede servir de excusa. Aunque debemos de asumir que va a ser la base sobre la que se construya el argumentario del Consell de los próximos meses. Y, lo que es más crudo, la base de unos presupuestos que auguran ser duros para paliar el despilfarro anterior. Unas cuentas llenas de tijeretazos que, aunque insisten en que no afectará al ámbito social, en muchos sectores ya están haciendo saltar las alarmas: temor a retrasos en el pago a proveedores (en los hospitales, por ejemplo), ayudas que dejarían de llegar u obras que se ralentizarán. Ante eso, la consellera Ruth Merino va a tener que demostrar su capacidad para pilotar -con Eusebio Monzó en la sombra- una cartera fundamental en el engranaje del Consell. Le toca hacer didáctica.

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Mazón se ha encontrado una oposición con Puig entre la invisibilidad y el desasosiego y con un Baldoví irrelevante

Junto a ello, otra clave de lo que ha sucedido estos primeros cien días es la ausencia de guerras internas con sus socios de gobierno. O, al menos, no relevantes. Algo que demuestra la destreza que el presidente tiene para sellar alianzas con contrarios, como ya hizo en la Diputación de Alicante. Neutralizar a Vox y evitar que su gobierno quede sumido en el ruido constante será fundamental para transmitir seriedad y eficacia. Para lograrlo, el papel de Susana Camarero es clave. Debe equilibrar el discurso frentista de Vox en temas como la violencia machista y sólo puede hacerlo con hechos muy relevantes que demuestren el compromiso del Consell en esa batalla: más medios judiciales, recursos para las víctimas o políticas de prevención. Contar con la complicidad de la consellera de Justicia, Elisa Núñez será necesario. Evitar las minas entre ellas es preciso. Ahí no se puede titubear.

Fuera de ello, de los presupuestos y de la prometida reforma fiscal, el anuncio más sonado de estos meses de la era Mazón ha sido que seguirá con la reversión de los hospitales de Manises y Dénia. Una decisión que ha hecho añicos el relato de la oposición (y que, seguro, ha venido precedida de no pocas tensiones en el Palau). Algo que demuestra cómo al presidente le gusta jugar con el efecto sorpresa. Romper el paso. El problema es cuando se lo rompen a él, como cuando se generó el patinazo de despertar el conflicto lingüístico de forma improvisada y sin una hoja de ruta clara y pactada con la propia AVL. O con el convulso inicio de curso; algo de lo que aprender y que debería hacer reflexionar al conseller José Antonio Rovira, peso pesado en el Palau. Dialogar y no minusvalorar al sector son premisas necesarias en un área tomada por el ruido. Llegar a un pacto por la Educación es utópico. Pedir que se intente, no.

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Es domingo, 29 de octubre. Para acabar, un clásico. Goethe: «El único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada».

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