

Secciones
Servicios
Destacamos
El profesor que se siente ninguneado por estudiantes que le tratan como su criado; la enfermera a la que aplaudían en la pandemia y le ... han pagado con la ansiedad de saturarle con más trabajo; la licenciada que acabó marchándose al extranjero porque el futuro estaba lleno de incertidumbre y miedos; la víctima de la violencia machista que vive atemorizada y no se atreve a denunciar. Hay un club secreto en la ciudad. En todas las ciudades. Es una comunidad silenciada que está formada por gente que vive a nuestro alrededor pero que es invisible. Vecinos de nuestro barrio, de nuestra calle. Ese ciudadano con quien te cruzas a diario. O el que observas en el metro. El que espera junto a ti en la puerta de la consulta del médico, en el bar o el estanco. Puede ser, incluso, un amigo tuyo. Un familiar. Puedes ser tú mismo. Porque el club de los ignorados no tiene límites de admisión: ni por edad, ni por ingresos económicos, ni por espacio geográfico. Está lleno, sencillamente, de historias de desarraigo. De encontronazos y fracasos, de vaivenes y desamparos.
El club del que se oculta bajo unas mantas en el parque de tu ciudad porque su existencia le acabó traicionando; de quien vino en una patera en busca de prosperidad y libertad, y ahora malvive de jornalero y entre harapos; de quien tiene la angustia de no poder pagar la luz o el gas, y ya ha recibido la amenaza de que se lo van a cortar. Aquel que se lanzó al vacío cuando iba a ser desahuciado. El padre que vio como su hija moría arrollada por un conductor ebrio. La familia a la que una tempestad devastó su casa y las ayudas prometidas aún no han llegado. Son esas pequeñas historias vitales, llenas de rostros reales y cercanos, que fluyen a nuestro lado silenciadas. Historias ignoradas por quienes mandan o quieren hacerlo. Y hasta por quienes convivimos con ellas.
La historia de la anciana que vive entre los zarpazos de la soledad y las penurias de su pueblo despoblado. Del joven que fracasó como estudiante en el seno de una casa desestructurada, que se vio vagando entre avenidas y que subsiste de trapicheos y robos al tirón. La del adolescente que sufre bulimia; la del joven que batalla con la anorexia; la del niño al que las pantallas le engulleron la infancia... El parado de más de cincuenta años que llevaba una década sin saber lo que es un trabajo fijo y digno. El que cayó en las garras de la ludopatía y todo se convirtió en un abismo. El tendero que tuvo que cerrar el negocio centenario de sus padres porque la deuda se convirtió en asfixia.
Es esa gran bolsa de ciudadanos que, con mayor o menor intensidad, han quedado atrapados en la espesa maraña de la indefensión y la marginalidad, de la debilidad y de la injusticia. Esos que quedaron inmovilizados por los tentáculos de una sociedad capaz de estrangular al más desprotegido. Esa ciudadanía de la que nadie habla en la campaña electoral; ni en esos paseos propagandísticos por pueblos y por barrios; ni en los debates -si es que acuden a ellos (Ximo Puig y Joan Ribó han optado por esquivar a los lectores y oyentes de LAS PROVINCIAS y la COPE; Joan Baldoví, también; ellos sabrán)-. Nadie habla de las soluciones para sacar del túnel a ese joven al que le puede la ansiedad; a quien vive atado a la drogadicción; al dependiente que necesita con urgencia una plaza en una residencia que nunca llega. Nadie habla de ese club de personas que viven asomadas al abismo, sea cual sea el motivo que le hace mirar por el precipicio. Nadie se preocupa, de verdad, de esas pequeñas cosas que impregnan la vida real. Nadie les da certezas. Todo son palabrerías y promesas vacías.
Si la sociedad en la que vivimos no se preocupa por los más indefensos, nos estamos deshumanizando a la carrera. Estamos, de hecho, entrando en proceso de putrefacción en el que sólo cuenta el yo.
«Sin pensarlo, hemos elegido un paraíso privado en el que nos sentamos solos con la serpiente como única compañía, y podemos estar seguros de que la serpiente hará lo que las serpientes hacen: matarnos», describe Theodor Kallifatides en 'La inmensidad del alma'. Sigilosamente, el club de los desamparados se hace cada vez más vasto. Crece sin el amparo ni el favor de la sociedad que les debe cobijar. Y lo hace a pesar de que, con sus miradas y silencios, nos piden ayuda a gritos. La serpiente ya reina en el paraíso y amenaza con devorarlo todo.
Es domingo, 14 de mayo. Valencia celebra el día de la Mare de Déu dels Desamparats y el centenario de su coronación. Es el homenaje de un pueblo a la imagen de una Virgen que transciende el fervor religioso y que simboliza esa mano tendida que necesita esta sociedad repleta de gente a la que le damos la espalda. «S'ampara baix ton mant».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.