Urgente Castellana Properties compra Bonaire por 305 millones de euros
Ilustración: Iván Mata
Plaza redonda

El club de los desamparados

Invisibles y anónimas, están en zonas de conflicto pero también en nuestro barrio; son las víctimas de una deshumanización global

Jesús Trelis

Valencia

Sábado, 11 de mayo 2024, 23:30

Un buen amigo, de esos de los que aprendes cada vez que te sientas con él a hablar, me recordó esta semana que nunca en ... España se había vivido un periodo de paz tan prolongado. «Ahora no, pero tengo la sensación de que nuestros hijos, quizá nuestros nietos, no se van a librar de una guerra; sean como sean las guerras en ese momento», confesó. El ambiente de crispación que hemos ido naturalizando en las últimas décadas en nuestro país no deja de ser una dinámica peligrosa que, si no hay responsabilidad suficiente por parte de todos los poderes -político, empresarial, social, judicial, mediático...- puede desencadenar pésimas consecuencias. De hecho, casi sin percibirlo, lo que estamos haciendo es fomentar los extremos, azuzar el populismo y dar argumentos para afiliarse a la desafección. Esa que puede acabar desembocando en la acracia. En la anarquía.

Publicidad

Lo alarmante (sin ánimo de ser pesimista, pero si realista) es que, ese ambiente de desasosiego que germinó hace una veintena de años en nuestro país, ha ido tomando cuerpo entre liderazgos populistas y propuestas ideológicas radicales. Algo que ya es el reflejo de lo que está sucediendo a nivel global. Un planeta en el que no paran de aparecer dirigentes personalistas y egocéntricos, que parecen puras caricaturas de lo que debería ser un referente de liderazgo. Un planeta, además, en el que cada vez tenemos más conflictos bélicos, más truculentos, más extendidos por todos los territorios y con más consecuencias a nivel global de lo que jamás hubiésemos sospechado. Ejemplos, los vemos a diario: Israel, incrementando la tensión en Gaza; Ucrania, tambaleándose en el olvido tras dos años de guerra; Putin, tomando por quita vez posesión de su cargo de presidente en una ceremonia con regusto imperialista; Trump -con serias opciones a ser de nuevo presidente de EE UU-, presenciando la declaración de una actriz porno a la que parece intentó sobornar para que mantuviera su boca cerrada... Hasta las OPAs son hostiles y Eurovisión un festival de pitadas.

Situaciones crispantes que van dejando por todo el mundo un reguero de víctimas anónimas e invisibles. Víctimas en todos los planos. De conflictos bélicos, de la polarización total, del consumismo desatado, de la pobreza y la sequía, del desarraigo de los valores... Del desamparo, en definitiva, porque los gobiernos se dedican más a sus guerras -ideológicas o reales- que a ayudar al necesitado. Un planeta que se va llenando de forma acelerada de damnificados de esa deshumanización en todos los niveles y por todos los lados. En países ricos y pobres; en territorios lejanos o en nuestro propio barrio.

Los valencianos celebramos hoy la fiesta de la patrona, de la Virgen de los Desamparados. Que más allá del profundo arraigo religioso, tiene un componente moral y social, de fervor y de simbolismo, que confita la unidad de todos. Porque ella, la Mare de Déu, en realidad, representa ese valor reconfortante de la solidaridad, de la generosidad, de la mano tendida. Ella, más allá del aspecto religioso y de cualquier ideología, es una imagen universal -no es de nadie, es de todos- de la generosidad con el más necesitado. Esa bolsa de personas que, inconscientemente, va sumando adeptos porque la sociedad va estrechando las salidas a quienes, por una causa u otra, acaban encerrados en un túnel. Porque les atrapan los problemas de salud mental; porque son víctimas del maltrato machista; porque son hijos de la pobreza, criados en familias desestructuradas; porque huyeron de la guerra y del sin sentido de su país, en busca de una oportunidad y encontraron rechazo racista; porque cayeron en la droga y el mundo fue un abismo para ellos; porque su casa se quedó vacía y vive bajo la pandemia de la soledad; porque fue señalado en el colegio y psicológicamente machado por compañeros sin piedad; porque su vida entró en quiebra y la angustia de la subsistencia le llevó a plantearse hasta quitarse la vida... El club de los desamparados se extiende por cualquier finca, en cualquier esquina. Y son cada vez más y menos atendidos. Absolutamente invisibles ante una sociedad que nos vamos haciendo más engolada y egoísta. Encerrados en nuestro yo.

Publicidad

Debemos exigir a las administraciones que actúen de forma prioritaria y sin dilación ante las emergencias sociales, siempre olvidadas y, legislatura tras legislatura, aparcadas o relegadas a soluciones parcheadas y nunca definitivas. Debemos, nosotros, romper esa dinámica de mirar hacia el otro lado. Y debemos agradecer a esas decenas y decenas de asociaciones que, de forma altruista y desde la más absoluta generosidad, son las que materializan -religiosas o no- la esencia de lo que representa la patrona de Valencia, a quien hoy rinde tributo su ciudad. Asociaciones, algunas más que conocidas y otras ocultas casi en el anonimato, pero que son las que ayudan a dar cobijo al sin techo; a hacer sonreír a un niño hospitalizado; a ofrecer asistencia a un anciano dependiente; a recordar, a través de la música, a un enfermo de Alzheimer lo que fue su vida; a servir comida a quien no tiene para subsistir; a reeducar a un adolescente que, de lo contrario, acabaría en prisión; a reinsertar, a quien un día delinquió; a escuchar, a quien todo le parece oscuro; a salvar del horror a quien ha sufrido abusos sexuales en su infancia; a hacer feliz a quien padeció palizas, noche tras noche, cuando su esposo llegaba borracho a casa y escupía odio e ira; o ayudar, a esas víctimas, no tan lejanas, de las guerras sangrientas que, de forma escalofriante, están azotando nuestro planeta.

Ellos, esos voluntarios y entidades, son en realidad los hijos de la solidaridad. Esa que hoy reivindicamos, cada uno con mayor o menor espiritualidad, a través de la madre de los desamparados. Un día para preguntarnos: ¿quién cuida al que necesita una mano amiga?, ¿qué hacemos nosotros?, ¿qué hacen los que, por responsabilidad política, deberían encontrar salidas a quien está sentado sobre el borde del abismo?

Publicidad

Es domingo, 12 de mayo. Escribía Eduardo Galeano: «Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€

Publicidad