Urgente La CV-35 y la A-7, colapsadas este lunes con más de 18 kilómetros de atascos

No con poca frivolidad, durante esta semana que dejamos atrás, han aflorado quienes consideraban desmesuradas las medidas que se han adoptado ante las alertas climáticas ... de estos días. Decisiones preventivas y protectoras para afrontar los posibles riesgos de desbordamiento por acumulación de agua e inundaciones y, lo más importante, decisiones profundamente ligadas a la situación terrible que vivió parte de la población como consecuencia de la dana del pasado octubre. Que en esa coyuntura se adoptaran medidas como la suspensión de clases e incluso de atención en ambulatorios para evitar el desplazamiento de población -mucha de ella, mayor-, no puede ser más que comprensible. Como lo es que, en el ámbito privado, se opte por intentar mantener la normalidad, cada uno adecuándose a la realidad particular de cada sector profesional o del servicio que se desempeñe. Cuestionarlo, desde luego, está fuera de lugar y sólo puede que delatar una memoria frágil ante lo vivido o, lo que es peor, constatar que, por muy trágico que sea lo sucedido, con el tiempo nunca aprendemos la lección. Porque si sólo cuatro meses después de la letal y catastrófica dana, ya nos cuestionamos si, ante una alerta sólida, estamos pecando por exceso, ¿en qué punto estaremos en un año? ¿Y en dos?

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La semana pasada, después de la visita del ex presidente Felipe González, ya destacábamos una reflexión suya en la que se señalaba que un gobernante, ante una situación de posible crisis, siempre se ha de poner en el peor de los escenarios. Lo destacamos y aplaudimos su consejo. Y, en el fondo, es la recomendación que todas las administraciones han hecho suya ante este nuevo episodio de alerta climática. Que, como es propio de estas situaciones, nunca son predecibles con exactitud. Ni fue la dana -con las derivadas que trajo las fuertes lluvias-; ni lo ha sido ahora, donde hemos observado que todo ha fluido sin una intensidad arrolladora ni graves consecuencias. De hecho, que han sido precipitaciones provechosas tanto para paliar futuras sequías como para la agricultura en general.

Lo que sí que debemos aprender de lo vivido esta semana es que la dana nos ha empujado hacia un nuevo tiempo en el que proteger es prioritario. Ha normalizado, de hecho, algo que debemos asimilar, porque el propio cambio climático lo va a traer de la mano. Y que es, que de forma automática, tras una alerta climática -de la naturaleza que sea-, hay que tener una respuesta preventiva y contundente para evitar situaciones terribles como las vividas el 29 de octubre. Debemos asimilar y asumir que, una emergencia que esté justificada por los pronósticos de los técnicos -que son los que saben, aunque todos queramos sentenciar-, tiene que implicar que rompamos de manera precipitada (o no) con la rutina diaria para poder así salvaguardar nuestras vidas y nuestros bienes. Ante unas lluvias torrenciales; ante una tremenda nevada; ante feroces olas de calor (como las que hemos ido viviendo en los últimos años); ante alertas por sequía; ante incendios desbocados en nuestros montes... la máxima debe ser la prevención, la precaución, la protección y la actuación inmediata a la sombra de un liderazgo sólido. Eso sí, todo ello llevado con raciocinio e imperando la lógica. ¿Que es necesario activar con urgencia para evitar excesos de protección innecesarios, desajustes en la coordinación entre administraciones e incertidumbres a la hora de tomar decisiones? Pues al menos hay cuatro aspectos a considerar. Aunque seguro que existen muchos más.

El primero de ellos, y más evidente: consolidar protocolos de actuación lo más sencillos posibles que clarifiquen cómo se debe reaccionar ante los más diversos supuestos. Y, además, en todos los ámbitos. Desde el punto de vista de la ciudadanía, de las empresas privadas, de los servicios esenciales, de las entidades públicas -colegios, sanidad, transporte...-.

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Segundo, trabajar con diligencia en actuaciones de concienciación y educación. Para que, de forma innata, sepamos qué hacer ante un riesgo de lluvias trepidantes, olas de calor, incendios forestales, sequías o seísmos (por citar algunos supuestos). Poniendo el acento en campañas acordes a los riesgos más frecuentes en cada territorio. En nuestra Comunitat, parece claro: saber actuar ante riadas, ante olas de calor o ante la escasez de agua. Y que sean campañas adaptadas a todos los colectivos: de los colegios a los más mayores.

Tercero, y aquí apuntamos a las administraciones, realizar un plan de prevención en todos esos ámbitos ante las diversas tipologías de emergencias climáticas. O sea, planificar y ejecutar las infraestructuras necesarias que puedan ayudar a paliar sus daños. Infraestructuras para canalizar barrancos; redes de optimización del agua para luchar contra las sequías; cortafuegos y limpieza para evitar fuegos especialmente en verano; ciudades conceptualmente diseñadas como para ser refugios climáticos...

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Y cuarto, contar con los mejores profesionales para afrontar las situaciones de crisis. Contar con técnicos bien preparados y en la cantidad necesaria, y con material y dispositivos adecuados. Y, de manera muy especial, poner al frente de los organismos responsables a gestores con dotes de liderazgo demostradas para poder abordar la situación de crisis. Sean técnicos, políticos o ambas cosas; en todos los casos, con capacidad y talento para liderar una misión.

Podemos ponernos una venda en los ojos pero es palpable que esas desconcertantes y dramáticas emergencias, muchas vinculadas a fenómenos naturales, van a ir en aumento y va a ir agravándose con los años. Dar la espalda a esa realidad es, sencillamente, destruirnos.

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Es domingo, 9 de marzo. El fiscal de los juicios de Núremberg, Benjamín Ferencz, dejó, en su libro 'Hay cosas más importantes que salvar el mundo', un conglomerado de reflexiones inspiradoras. Entre ellas, ésta: «El futuro es impredecible y los planes mejor trazados se tuercen. Vigila bien el horizonte, pero lo más importante es que vivas en el presente: necesitas sobre todo tener las manos en el volante; el futuro acostumbra a cuidar de si mismo». Tener las manos en el volante... Tan simple, tan evidente.

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