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Eera 26 de mayo de 2003. En aquel tiempo, escribía sobre temas de Defensa en este periódico. Una época en la que Valencia tenía un ... peso muy fuerte en la estructura militar del país: como epicentro de la Fuerza de Maniobra y como enclave de una nueva sede de la OTAN. Ese día despertamos con la conmoción del accidente del Yak-42 en Turquía. 75 fallecidos; de ellos, 62 militares españoles. Aquella mañana tuvimos que rastrear la angustiosa lista, intentando averiguar si alguno de ellos procedía de nuestra tierra. Fue tremendamente doloroso. Como fue todo lo que aconteció después. Porque muchas cosas, como bien saben los familiares de las víctimas, se hicieron mal. Si hicieron mal antes y después del accidente. Entre ellas, lo que descubrimos tras la tragedia: que los viajes en este tipo de aviones subcontratados por el ministerio se realizaban en condiciones penosas. Algunos de los militares criticaron el estado de la aeronave justo antes de embarcar: «Reza por mí, este avión es una mierda», alertó a su mujer el comandante José Antonio Fernández.
Como suele ocurrir cuando nos sobrepasan estas tragedias, lo sucedido hace ahora ya dos décadas nos hizo abrir los ojos ante una realidad silenciada pero palpable: la falta de medios con que cuentan y trabajan nuestras fuerzas de seguridad en general. Viajes en condiciones deplorables, parques móviles peligrosamente anticuados, tanquetas en mal estado, falta de chalecos antibala... Todo ello ha ido aflorando cuando un accidente, un suceso puntual y dramático, nos alertaba de la situación en la que trabajan militares, policías, bomberos o personal de Emergencias. Situaciones límite que borramos de nuestra memoria cuando se diluye la conmoción.
Como ocurrirá, con los meses, con el espeluznante asesinato de dos agentes de la Guardia Civil arrollados en su lancha por una potente embarcación de narcotraficantes. Una pequeña zodiac frente a una narcolancha de catorce metros de eslora, que pesa 5.000 kilos, cuenta con 900 caballos de potencia y cuatro motores. Un terrible contraste que nos hace ver con qué medios trabajan quienes nos defienden o velan por nuestra seguridad. Medios precarios que apenas llegamos a descubrir por los silencios y la opacidad que hay alrededor de esa situación. Porque, salvo por el poco ruido que puedan hacer sus sindicatos -absolutamente acotados por la propia idiosincrasia de las instituciones-, sólo afloran sus déficits cuando la tragedia los hace visibles. Y es, entonces, cuando vemos cómo, gobierno tras gobierno, ha sido y es desde siempre algo secundario el dotar, a quienes nos defienden, de medios dignos, adecuados y modernos. Quizá porque, cara al electorado, no tiene rédito. Puestos a jerarquizar, ellos quedan en la cola. Porque a penas protestarán o se manifestarán.
Hoy mismo analizamos en el periódico, de mano de los propios sindicatos del cuerpo, la situación de la Guardia Civil en la Comunitat. En esa información descubrimos que utilizan vehículos con más de 400.000 kilómetros y 20 años de antigüedad. O que los cascos, con más de diez años, no cumplen con las normativas básicas. O que, hablando de la vigilancia marítima, cuentan sólo con cuatro embarcaciones, una de ellas de un año pero que ya tiene deficiencias. Esto, por poner el foco en este caso en la Benemérita donde el problema no es sólo de medios y su estado, sino también de personal. De hecho, en Valencia, su plantilla no ha variado en los últimas dos décadas. Situación que se repite en otros ámbitos. Por ejemplo, en el consorcio provincial de Bomberos, que a finales de 2023 denunciaban que habían realizado 150.000 horas extra ese año y reclamaban 200 efectivos más. O las brigadas forestales de la Generalitat, que esta semana advertían de la falta de personal y, no sé si de forma exagerada porque parece tremendo, que no tenían ni gasolina para las motosierras o que sus autobombas se pasaban más tiempo en el taller que prestando servicio. Aunque también es sintomático, como informábamos el pasado viernes, que jefes de la policía local de municipios de seis comarcas salieran a reclamar medios ante el aumento de los delitos. Entre otras cosas, chalecos antibala para todos los agentes.
«Lo montaron en un flotador contra una narcolancha», clamaba la madre de unos de los agentes fallecidos en Barbate. Ella mismo, sumida en el más absoluto dolor, pedía que la muerte de su hijo sirviera para que se pusiera fin a esta situación. El Estado y las diversas administraciones deberían hacerle caso. Y no sólo eso, deberíamos en general, en esta sociedad en la que tanto nos cuesta reconocer la labor encomiable de todas las fuerzas de seguridad, tener la decencia de agradecerles el esfuerzo por lo que hacen. Esa intachable vocación de servicio que permite que nos sintamos protegidos o que encontremos una mano amiga a nuestro lado cuando nos hace falta ante una urgencia. Esa labor por evitar que nuestros hijos puedan caer en las garras de la droga; que un pirómano llene de fuego El Saler; que un equipo de bomberos ataje la virulencia de un incendio, o que el 112 nos rescate en lo alto de una montaña cuando nos rompemos el pie. Eso sí, sin trato de favor.
Tenemos la obligación de reivindicar en su nombre condiciones de vida y de trabajo dignas, porque cada día se juegan sus vidas por nosotros. No hacerlo es éticamente insostenible e, incluso, siendo egoístas, dañino para nosotros mismos, para nuestra seguridad. De una vez por todas, no les debemos fallar. Aunque sea por quienes ya no están.
Es domingo, 18 de febrero. La frase de la semana la firma Juan Antonio Sagardoy (leída en 'ABC'): «Una de las cualidades que supone un tesoro personal es poner entusiasmo en todo lo que hacemos, obviamente todo lo que hacemos en un sentido positivo para nuestras vidas».
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