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De pronto, se acordaron de ellos. Bueno, de sus votos. Del voto de Claudia, Fer, David, Lucas... Y les entraron las urgencias. Eso sí, algo ... tarde. Tanto que, cuando han llegado, ya no se fían de ellos. De los políticos. Porque aunque, en medio del eterno festival electoral, hayan puesto en marcha todo un carrusel de iniciativas -bono cultural para jóvenes, ayudas para el alquiler, teóricos planes para recuperar el talento fugado, rebajas en el transporte...-, el desencanto está tan asentado entre los jóvenes que es difícil arrebatarles ese sentimiento a base de promesas. Y lo es porque la inestabilidad e incertidumbre en la que viven ya ha dejado poso en su forma de pensar y actuar.
Hay, al menos, tres motivos para ello. Primero, el zarpazo de dos crisis económicas con las que han tenido que crecer y las consecuencias en sus familias -la de 2008, en especial-. Segundo, la convulsión que supuso confinarles durante el Covid y obligarles a romper su dinámica de relacionarse con amigos y compañeros. Y tercero, la irrupción de una guerra que están viviendo como algo cercano y devastador. Tres situaciones que, junto al recelo que ha generado el tablero político nacional en las últimas décadas -corrupción, tensiones en Cataluña, polarización extrema y una política hecha desde el fango-, hacen que los jóvenes que el 28 de mayo están llamados por primera vez a las urnas vayan a acudir descreídos con la clase política de este país y con el temor a un futuro que se les antoja complejo y turbulento. No en vano, estos valencianos de 18 a 20 años viven ya instalados en su particular tabla de supervivencia, en la que han aprendido (o lo intentan) a flotar sobre la constante marea económica; a convivir con la amenaza de un cambio climático, que ya nos pone en jaque, y a sufrir un sinfín de vaivenes y disloques sociales. Esos que les hizo estudiar con planes educativos inestables y cambiantes, que les dibuja una sanidad al límite, que les obliga a buscarse la vida en el extranjero si quieren tener porvenir o que les pone ante la alarmante situación demográfica de un país envejecido. Ese país que tendrán que pilotar ellos en apenas unas décadas. Unos años. Un horizonte, por tanto, no precisamente halagüeño que se dibuja sobre la base de una realidad poco favorable para la juventud: un desempleo del 30%, con 44.300 parados de menos de 25 años en la Comunitat; la imposibilidad de independizarse -necesitan el 70% de su sueldo si quieren marcharse a vivir solos- y una eclosión de casos de ansiedad e inseguridad que están disparando las atenciones por problemas de salud mental.
Frente a ello, observamos que su actitud frente a la vida -en la gran mayoría de casos- es ejemplar. Sensata. Porque, aunque desde la zona de confort del paternalismo no nos demos cuenta, la juventud actual vive y reacciona con una madurez absoluta. Sin renunciar, como es lógico, a esa inquietud intrínseca a su edad y que les empuja a liberarse de esas ataduras que imponen los tiempos. Una visión del mundo más universalista de lo que jamás tuvimos sus padres y abuelos y en la que todo es mucho más rápido, todo está sometido al imperio de la digitalización y todo es vertiginosamente cambiante.
Es cierto, sin embargo, que ese desencanto o hastío que les constriñe, les lleva a refugiarse a modo de rebeldía en los extremos. Es como su puerta de emergencia ante una realidad que no les gusta. Pasa también a nivel político, donde, a la hora de votar, huyen del bipartidismo clásico y buscan cobijo en otros nichos que rompen con lo establecido. De hecho, el controvertido CIS de Tezanos situó, en su último estudio, a Vox como la formación preferida por los nuevos votantes. Eso, a nivel nacional. Y presumiblemente también en la Comunitat donde, en cualquier caso, quienes andan locos intentando cazarlos -y lo suelen lograr aligerando sus postulados- es Compromís, que ha redoblado sus esfuerzos de captación vía Tik Tok -Joan Ribó, incluido- y desplegado todo un carrusel de festivales y otras alternativas de ocio gratuito, con el que intentar seducir al voto joven. No ha habido, de hecho, fin de semana sin fiesta casi desde navidades. Que es, precisamente, uno de los elementos que la juventud busca: entretenimiento gratuito -por su situación económica- y que les permita explayarse, tras dos años que muchos consideran perdidos por la pandemia.
En la Comunitat están llamados a votar por primera vez 186.000 jóvenes entre 18 y 20 años. Una cifra suficientemente importante para los partidos como para lanzarse a por ellos a la desesperada. ¿Cómo? Prometiéndoles un sinfín de viviendas sociales para que se independicen -tras no hacer nada esta legislatura-, colándose en las redes sociales para captar su voto con 'sketchs' de 30 segundos o con anuncios grandilocuentes que van desde planes para la retención de talento al transporte gratuito, que dejará de serlo cuando el festival del humor electoral pase. Todo rápido. Conciso. Como un tuit. Política de usar y tirar que no está a la altura de los jóvenes. No es cuestión de enseñarles a vivir de ayudas, sino permitirles vivir por si mismos.
Es domingo, 30 de abril. Fer, 25 años. Nació en El Salvador. Vive en Valencia. Viendo cuadros de Juan Genovés reflexiona: «Percibo heridas en la población española, heridas que no han sanado». Hay que escucharles. Aprender de ellos.
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