La rosa del socialismo valenciano vuelve a ver cómo asoman espinas en su tallo. Es algo que históricamente le ha venido sucediendo. Suele pasarle cuando ... el PSPV pierde el poder y las familias y sus enredos territoriales afloran sin piedad. Y ocurre porque nunca han llegado a cicatrizar sus heridas y sólo han encontrado alivio cuando han alcanzado el gobierno de las instituciones y, con él, ha llegado el reparto de cargos de relevancia con el que contentar a todos. Aunque esto no es algo exclusivo de los socialistas. Con más o menos virulencia, pasa en todos los partidos.
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Esto, tan metafórico, sólo busca abrir la reflexión sobre lo que han dado de sí los primeros meses de Diana Morant llevando las riendas del PSPV. Si es que las ha llegado a llevar. Y hay que ponerlo en duda porque, con todo respeto y observando desde la distancia, durante este tiempo ni se le ha visto como gran referente ni se ha sabido bien dónde está, ni cuándo piensa aparecer. Y hablo de aparecer y estar, pero de verdad. Estar en la Comunitat, abordando sus problemas y, en su partido, zanjando cualquier revuelta y marcando el terreno. (Esto, es evidente, al margen de su baja actual por cuestiones de salud, de la que le vuelvo a desear que se recupere muy pronto).
Se puede llegar a pensar que ella y su equipo han estado estos meses haciendo puro trabajo de fontanería. Pero presumiendo eso -que es mucho presumir-, la realidad es que, quienes no sabemos de intrigas internas ni estrategias de partido corrosivas, la sensación que nos queda es que el PSPV carece, a día de hoy, de una hoja de ruta clara en código valenciano. Que tiene un buen banquillo de políticos, pero que necesitan una brújula que les indique el camino. Que faltan referentes, en especial el de su líder, y sobran zancadillas. La sensación -desde fuera, aunque me temo que también desde dentro- es que Morant está, como secretaria general y como ministra, ejerciendo el papel de defensora de los postulados de Moncloa; sin salirse del argumentario establecido y siempre dejando los intereses valencianos subyugados por los intereses sanchistas. Ni siquiera del PSOE.
Son sensaciones -recalco- de quien observa con cierto desconcierto la falta de ímpetu y chispa que se debería esperar de un PSPV que acaba de renovarse. La falta de energía, ilusión, vigor... que se debe esperar de quien, supuestamente ilusionada, debe dejarse la piel, defendiendo los intereses de esta tierra. Como haría cualquiera que accede a un puesto de esa relevancia.
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Y eso, transmitir esa chispa y ser referente, es algo que se logra y demuestra pisando la calle, estando con tus paisanos, implicándose en los problemas del día a día, dando la cara de forma constante y clara en los principales asuntos que preocupan a los valencianos. Y, sobre todo, demostrando que, para ella, por encima de cualquier aspiración de permanencia en la Moncloa o de llegada al Palau, lo que debería tener es ambición por lograr lo mejor para la Comunitat. Y, por tanto, mostrar predisposición para llegar a pactos y para facilitar el diálogo con el otro gran partido del mapa político valenciano que es el PP, quien gobierna en la actualidad en la Generalitat. Oposición, sí; sentido de Estado, de valencianía, también. El problema es que, a día de hoy, ni se le ve batallar por el agua, ni por el corredor, ni por la infrafinanciación, ni por la Albufera... Directamente, no se le ve. Porque si lo está haciendo, el otro gran problema que tiene es que lo vende mal. O se lo venden fatal.
A su escasa influencia en la política valenciana se le deben sumar los incendios que, poco a poco, se van reproduciendo dentro del partido, donde comienzan a verse ciertos movimientos inquietantes, que hacen presumir que la batalla interna sigue viva. Porque lo ocurrido en las tres provincias en las últimas semanas, es muestra de ello. De hecho, nadie puede negar que Carlos Bielsa se está moviendo con sutilidad (o sin ella) por si en algún momento hay que dar algún paso decisivo hacia alguna parte. O por, simplemente, dejar constancia de que sigue ahí. Porque el alcalde de Mislata, una vez liberado de los compromisos iniciales de abnegación que asumió ante Pedro Sánchez, ha aceptado que no tiene ya mucho que perder y sí puestos a escalar si en un momento dado hay opciones de hacerlo. Hacia un sitio u otro. De entrada, para él ha sido una buena jugada el fichaje de alguien solvente, centrado y con visión política como Francesc Colomer, anterior secretario autonómico de Turismo. Un activo valorado dentro y fuera del PSPV, en especial en la provincia de Castellón, y que, en la sombra, puede pulir los movimientos toscos de Bielsa en la diputación y en el partido.
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En cualquier caso, el síntoma más claro de que Morant aún no ha alzado el vuelo es que la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, es la figura socialista más reconocida hoy en la política valenciana. Lo es por su trabajo pero, en especial, porque la ministra no despega. Tal es su recorrido de estos años, que pocos dudan ya que será la candidata a la alcaldía de Valencia cuando llegue el momento, aunque ella despeje ahora ese balón. Eso, si no le queman antes los suyos; porque quien se pasa el día apagando fuegos, corre el riesgo de quemarse. Abrasarse mientras otros y otras no se ensucian las manos.
Es domingo, 7 de julio. Ahora que Sabina dice adiós: «Me falta una verdad, me sobran cien excusas».
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