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Escribe en 'La Vanguardia' el editor Jordi Nadal: «Quien no sepa hacer suyo el dolor del otro está ya en la sala del taxidermista». ... Su frase empuja a rememorar las semanas de conmoción constante y profunda que hemos vivido. Y a pensar en las que quedan. Y nos lleva a recordar la impactante imagen de Meri, Maite y Yolanda llevando al Congreso de los Diputados tres cajas llenas de barro y firmas de personas que reclaman una comisión de investigación que permita aclarar lo que pasó antes, durante y después de la dana. Algo que, en efecto, debemos ir desgranando y averiguando todos, aislados del ruido partidista y de las intencionalidades tóxicas de los relatos, para, primero, hacer justicia y, segundo, intentar evitar nuevas hecatombes de esta naturaleza. Una investigación que nos hará ver quién estuvo y está a la altura de las circunstancias y quién se borró al principio y durante los días posteriores. Por incapacidad o por tacticismo.
La semana que ahora concluye comenzó con el emotivo y tenso funeral por las víctimas de la dana. Bajo las cúpulas de la Catedral de Valencia, se reunieron buena parte de los protagonistas, a su pesar, de esta catástrofe. Los principales, los familiares de las víctimas que quisieron estar en la ceremonia. Que no fueron todas, entre otras cosas, porque su indignación y rabia les llevaba a no estar en un mismo espacio junto a quienes han gestionado el antes y el después de la catástrofe. Estaban también, precisamente, ellos: parte de los representantes políticos a quienes se les pide responsabilidades por lo que ocurrió y a los que se les exige estar a la altura durante la reconstrucción. Una parte, sólo. Porque el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no quiso estar en la ceremonia. Dicen que por no ser un funeral de Estado y dicen que por su papel aconfesional. Pero ninguna de esas excusas, tristes y de una pobreza absoluta, puede ser admisibles. Porque el presidente demuestra, con esa actitud y tras lo ocurrido en su visita junto a los Reyes a Paiporta, que tiene una preocupante falta de empatía y de sensibilidad con las víctimas. Y que su prioridad sigue siendo la estrategia política. Rememorando el artículo de Nadal, su decepcionante decisión le coloca a las puertas de la sala del taxidermista.
Al presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, señalado desde el minuto uno de la catástrofe por los errores cometidos por él y los suyos, se le puede achacar muchas cosas -y, a la hora de depurar responsabilidades, las diversas comisiones contribuirán a ello-. Pero, lo que no se puede decir, es que no diera la cara. Y que, en especial en estas últimas semanas, se haya enfrentado de cerca a lo que va a ser su calvario durante esta legislatura. Y que será el pulso tenso de la calle, más allá de una oposición que está demostrando ser oportunista -con una Diana Morant con un perfil tan distante que, básicamente, la hemos visto en intervenciones impostadas y vanas-.
Mazón, en la catedral, se enfrentó a la comprensible y más que justificable reacción dolorosa de algunos familiares. Lo asumió. Como está asumiendo -tras la cadena de malas decisiones iniciales y su nefasta política de comunicación-, que tiene que dedicarse hasta la extenuación a contribuir a recuperar esta tierra. Lo tiene que hacer él, pero de la mano del Gobierno y de los ayuntamientos. Siendo una piña. Lo contrario -y constantemente vemos síntomas de que es lo que está pasando- será no estar a la altura. De hecho, que el propio Sánchez no mantenga contacto casi diario con Mazón, es de una pobreza política sin paliativos. Inexplicable. Porque, lo que los 800.000 afectados de una manera u otra por la dana, necesitan es una unidad de acción al nivel de la catástrofe. Que, evidentemente, debería haber pasado por la declaración de la emergencia nacional desde el minuto uno. Aunque eso, ya no tiene remedio.
Quienes sí han estado a la altura, y lo vimos de nuevo en el funeral, han sido los Reyes. Don Felipe y doña Leticia han convertido a la Casa Real, posiblemente, en la institución más empática con las víctimas. Lo hicieron aquel terrible domingo de tensión e ira cuando supieron soportar, en un episodio sin precedentes, la tensión desatada de los vecinos de Paiporta. Supieron dar la cara entre lanzamientos de barro y escuchar, llorar y abrazar a los afectados. Supieron hacerse cómplices de su indignación y dolor. Supieron lo que otros no: estar cerca de quienes sufrían y mostrar su compromiso en el terreno. Siendo parte de ese pueblo que salva al pueblo. Una frase peligrosa si la usamos con ligereza y descontextualizándola pero que debería ser el eje de todo lo que sucede. El pueblo, entendido por el Estado, las autonomías y todas sus instituciones, junto a la propia sociedad civil, que tiende la mano a los suyos. El Estado en toda su dimensión que hace suyo el dolor de sus ciudadanos.
Es domingo, 15 de diciembre. «No tengo ni idea de lo que es la presa de Forata, ni de nada de eso; sólo sé que mi padre ya no está conmigo». Es una de las declaraciones que escuchamos el jueves a las puertas de las Congreso. La dijo Meri, Maite o Yolanda. No importa. Sólo sabemos que sus palabras son las nuestras. Vuelvo a Jordi Nadal: «todos los días del año tienen obstáculos, pero en el esfuerzo de saltarlos, y levantarse tras caer, está la esencia de la vida: los otros».
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