La resaca del inaudito retiro de Pedro Sánchez deja sensaciones contrariadas. No sé si positivas y negativas; sí que sé que unas y otras ... incrementan la sensación de hartazgo, desconfianza y malestar entre la ciudadanía. Porque, ahora más que nunca, existe una percepción extendida de que vivimos instalados en una enorme farsa. Una dramatización de la política en la que han dejado de tener cabida principios tan fundamentales como: el respeto, desde la discrepancia; el debate, desde el ánimo de buscar consensos, y la generosidad, como actitud a explorar para garantizar el interés general.
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En la parte negativa, permanece la sensación de que el presidente estuvo jugando con todos nosotros -incluido su partido- para, finalmente, con su actitud poco edificante e irresponsable, empujar aún más a este país hacia la crispación. Poniendo, además, en la diana a jueces y a medios de comunicación y naturalizando el señalamiento. Tanto que, en vez de abrir ventanas a la reflexión, lo que hizo fue seguir levantando muros para separar en bandos aún más este país.
Eso sí, el episodio del encierro en la Moncloa tiene una parte positiva más allá de desatar una euforia nerviosa entre los suyos -aunque ya ha quedado demostrado que ese no era el objetivo del líder de los socialistas-. Y es el convencimiento firme de algunos de que España no puede soportar mucho más esta atmósfera de polarización que lo lastra todo. Y, por tanto, o buscamos salidas aunando esfuerzos, aparcando rencores y siendo ideológicamente generosos, o abocaremos nuestro mañana a un resbaladizo futuro por el que iremos cayendo todos, pero en especial quienes vienen detrás. Porque, en realidad, este erial de falta de valores, corrosivo y a momentos tóxico, es lo que les dejaremos a nuestros hijos: las verdaderas víctimas de tanta irresponsabilidad política encadenada desde hace años.
A ellos, lo que necesitamos facilitarles son referentes incuestionables en los que mirarse. Nombres propios, de todos los ámbitos de la vida pública, que les ayuden a cimentar un porvenir asentado sobre las bases del sistema democrático. Ese al que tanto aluden ahora todos y al que tanto daño se está haciendo. Porque, entre unos y otros, estamos llenando de fisuras una Constitución que se construyó desde el diálogo y las cesiones y que algunos parecen estar empeñados en dinamitar por intereses propios. Espurios. Algo que no pasará, porque la base, la raíz de este país, está en la calle. Y es la ciudadanía la que, a la hora de la verdad, puede poner freno al despropósito. Aunque, igualmente cierto es que no podemos seguir transitando por este desfiladero hacia la destrucción constante, la descalificación y la deshumanización. No podemos porque, por encima de todo, no nos gusta vivir así. No queremos vivir así. Necesitamos rehacer lo deshecho.
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Será difícil, sin embargo, porque nuestros jóvenes se están quedando sin referentes que les sirvan de estímulo para batallar por un mundo más habitable para todos y para ser mejores personas. Se quedan sin referentes desde luego en la política. Porque encontramos líderes que nos transmiten mayor o menor empatía, pero no logran atraparnos. No existe ni seducción ni fascinación. Y si eso no existe, no hay ilusión. Al contrario, vivimos un tiempo en el que se hace difícil creer en su palabra y en sus actos. Sus verdades están en crisis. Tanto que lo que sucedió la semana pasada, acentuó la desafección. El desenlace del encierro de Sánchez quebró cualquier conexión con la ciudadanía. No con los suyos, sino con el total de la población, que vio, tras su actuación, fuertes dosis de egocentrismo y lejanía. Un señor encerrado en su ombligo.
El líder del PSOE, de hecho, pudo obtener un aparente triunfo para él y para su partido; pero, en realidad, rompió tantos puentes que la sensación es que, a largo plazo, el delirante episodio les pasará factura. Sánchez desaprovechó su encierro voluntario para demostrar su capacidad real de tender la mano y de dar veracidad a su drama. No lo hizo y acrecentó el despropósito. Aunque tras él, ningún líder de otro partido supo tampoco ver el momento para coger, de verdad, la bandera del diálogo y empezar a derribar ese inmenso muro que separa a los falaces. Porque todos somos ya falaces a ojos del contrario.
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Lo enfatizó, con clarividencia, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, esta semana en el Senado al sentirse insultado: «el adversario no es el enemigo y no respetar a quien no piensa como usted degrada la Democracia (...) que yo piense distinto a usted no quiere decir que esté contra usted y tampoco tengo que tolerar todo, menos el insulto». Su reflexión es una obviedad. Lo preocupante es que ha dejarlo de serlo. Nos hemos perdido el respeto entre los que no pensamos por igual y el contrario -insisto- siempre es alguien falaz.
Paul Auster, que nos dejó este miércoles, mantenía que nadie es completamente bueno o malo. «Todos tenemos luces y sombras en nuestro interior». Y es real. Pero hemos borrado de nuestro entorno cualquier atisbo de la gama de los grises. Vivimos instalados en los bandos: más pesimistas que optimistas; más negativos que ilusionados. LAS PROVINCIAS, dentro de este paisaje, se empeñó este año -con el proyecto Somos Más- en poner el foco sobre personas que aportan valor y entidades e instituciones que son referentes en la Comunitat. Y que son, por su trabajo y su forma de actuar en la vida, fuente de inspiración, empuje para nuestro crecimiento y orgullo para esta tierra. Ellos, hoy, actúan como el contrapunto al desazón. Y es, basándonos en sus historias y trayectorias, como podremos salvaguardar las esencias de la democracia, tan manoseada estos días. Sólo mirándonos en el espejo de los verdaderos referentes de la sociedad -en nuestro caso valenciana- garantizaremos, a quien viene detrás, esa libertad que tanto costó conquistar.
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Es domingo, 5 de mayo. «Podría estar yo encerrado en una cáscara de nuez, y me tendría por rey del espacio infinito». William Shakespeare, 'Hamlet'.
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