A mi izquierda permanece una antología de Francisco Brines. A la derecha, otro recopilatorio: 'Geografías', de Mario Benedetti. Ambos libros flanquean los dedos ... con los que tecleo estas palabras que quieren dar sepultura al año que no quisimos. Del primero, escapan versos de un poema titulado 'El vaso quebrado'. Del segundo, fluye su mítico 'Patria es humanidad'.
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El pensamiento de Brines dice: «hay veces que el alma se quiebra como un vaso». E invita a reflexionar. Su rima libre es el espejo de estos días duros en que nos hemos desquebrajado. El tiempo inesperado. Los instantes en los que hemos visto los abismos que escondían barrancos desbordados, rostros desencajados, casas arrasadas, coches arrastrados... Fotografías entre el lodo y recuerdos naufragados. Maletas, cubiertos, calendarios, juguetes flotando... Dos meses aciágos en los que, por encima de todo, hemos perdido a muchos de los nuestros. Y, como si fuéramos el vaso del poeta, nos quebramos. «Cuando la mujer sacó del trastero inundado su traje de novia embarrado, se puso a llorar», relata emocionada una voluntaria. No era el vestido, era lo perdido y lo vivido. El llanto del alma.
Mario Benedetti, pausado, habla de humanidad. Y nos empuja, con versos, a revivir escenas que nos conmocionaron. Imágenes como las de esa madrugada en la que centenares de personas, convocadas por la piedad, se dieron cita espontánea en las rotondas de un bulevar. Escobas y capazos, botas y desconcierto, angustia por lo desconocido y solidaridad como principio. Todos, silenciosos, se fueron encaminando hacia los pueblos del sur, a donde aún nadie había llegado. Los pueblos que despertaban, estupefactos, ante una realidad atroz y una desprotección aterradora. Lo describió Santiago Posteguillo: «Nos acostamos sin luz ni agua pensando que lógicamente al amanecer estaría la Guardia Civil, los Bomberos, el Ejército, pero al amanecer no había nadie. Sí, estaban el cadáver de una joven china, con la que había intercambiado algunas palabras, y, al lado, su madre velando el cadáver. No había Policía, ni Ejército. No vino nadie en todo un día. Los coches estaban volcados, todo lleno de barro, silencio, miedo».
La humanidad llegó aquel 30 de octubre a través de una pasarela que luego llamamos de la esperanza. Llegó con los voluntarios. Hasta donde pudieron. Y cuando todo era horror y soledad. Llegó y se multiplicó con los días con los que vinieron de todos los puntos de la Comunitat y de España; del empresario que no quiso ponerse de perfil; del artista y el cocinero; del cura, de la periodista, de la médico, del bombero, del psicólogo... Y de muchos jóvenes. Miles. Miles de jóvenes que hicieron grande nuestra patria. La patria es humanidad. Y ella fue la única cara hermosa de la tragedia más doliente de nuestra historia.
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La humanidad, como el único resquicio al que cogerse cuando todo se desmorona. La humanidad, lo único que queda de un año que creíamos que iba a ser gozoso. Un 2024 que iniciamos con energía e ilusión desbordada. Pero que, de pronto, nos fue empujando por un letal desfiladero del que ya sólo queremos huir. Salir del bucle de la destrucción, que comenzó en Campanar y acabó con la dana, para volver a edificar esperanza. Decir adiós a lo sufrido, para volver a creer. Comprometernos, de nuevo, con nuestra gente, para cimentar el porvenir. Porque no podemos tener otro plan que el revivir. Levantarse sin olvidar, pero levantarse. Seguir, sin mirar atrás. Empujar hacia delante, sabiendo que lo pasado permanecerá en cada uno. Como una cicatriz interior que nunca cerrará. «De improviso un cansancio, tan profundo, / que hubo sólo deseo de morir. / Salí a la luz, y vi que el triste mundo / se afanaba, frenético, en vivir». Brines, otra vez, marcando la travesía.
Vivir es esencial. Mirar al mañana es prioritario. Hacerlo juntos sería primordial. Sabemos, sin embargo, -nos lo han dicho a gritos parte de la clase política- que será difícil la unidad. No porque de forma personal nuestros gobernantes carezcan de calidad humana, que la tienen y en algunos casos digna de admirar; sino porque, para nuestra desgracia, sólo viven de los cálculos y de un tacticismo tan denigrante y triste que acaba hundiendo la confianza de quien les vota y les coloca donde están.
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Pero no. No es el momento, hoy que echamos cal a 2024, de saldar cuentas por lo que cada uno ha hecho. La Justica, las diversas investigaciones y las urnas hablarán. Ahora es momento de dar un nuevo abrazo a quien ha sufrido de forma descarnada el veneno de este año y de dejar por escrito, una vez más, que no os vamos a olvidar. Porque, nada puede haber más digno que recordar lo pasado, pero con la rabia contenida; nada más importante que ayudarnos a forjar el futuro, con la energía que nos caracteriza; y nada más prioritario que mirar de frente al mañana, sabiendo que siempre nos tendremos. Que hay decenas de jóvenes con las manos tendidas esperando para dar el paso al frente que esta tierra necesita para volver a vibrar. Que hay, pese a todo, ganas frenéticas de vivir. Como dice el poeta. Ganas de ser, otra vez, algo más que lodo. Ganas de que la tierra del sol se vuelva a llenar de luz.
Es domingo, 29 de diciembre. «Las cicatrices a veces se ven y a veces no, pero todo el mundo tiene» (Dolly Parton).
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